EL IFE A LA DISTANCIA

Memorias de Cuernavaca

Memorias de Cuernavaca

Enero de 1998. Los consejeros electorales acuerdan con Woldenberg que a cambio de Solís le dejarían nombrar sin condiciones a su sucesor. Pepe entrega la cabeza de Solís; éste, al enterarse, presenta su renuncia irrevocable antes de prestarse (una vez más) al juego maniqueo y partidario de los consejeros. La historia es de todos conocida: Solís sale; Woldenberg no puede nombrar a Begne, quien también termina renunciado; tras meses de chantajes se nombra a Zertuche, no sin antes bailarle un jarabe tapatío en la espalda.

Tan es así que Proceso reporta: "luego de dos meses en los que las discrepancias internas del Instituto Federal Electoral (IFE) dieron al traste con la cohesión interna, la coherencia en los programas, la eficacia ejecutiva y la imagen externa de la institución, el presidente del mismo, José Woldenberg, logró convencer a la mayoría de los consejeros electorales para nombrar a Fernando Zertuche Muñoz como nuevo secretario ejecutivo" (Proceso 1119/12/IV/98).

Por aquel entonces (18/III/98) se levantaba una "Minuta definitiva de la reunión foránea sostenida por el consejero presidente y consejeros electorales", misma que en su momento cuestionamos por ilegal, toda vez que éstos sólo pueden sesionar en comisión, creada por ley o mandato del Consejo General, o en el seno de éste.

De cualquier manera, en ese intento de avenimiento —que los hechos se han encargado de desmentir—, acordaban que "ante la previsible intensidad de la contienda y ante los enormes intereses y espacios que se juegan" (¿en el IFE o en el país?, en aquel entonces no nos obsequiaron la respuesta. Hoy podemos afirmar que en el primero), existe "una exigencia y una responsabilidad mayor de la institución electoral" (de la cual no se han hecho cargo), "todo lo cual obliga a que esta institución recomponga sus relaciones internas, valore más sus coincidencias y su misión que sus diferencias" (¡ja, ja, ja!).

Más no paraban ahí (¡lástima que la memoria electoral sea tan chata!), coincidían en suscribir: "La cohesión del máximo órgano electoral es un dato político crucial para encauzar las energías políticas del año 2000. En este sentido-concluían-, la cohesión interna del IFE es muy importante para la estabilidad política del país".¡Cuán distantes estas aseveraciones de la frase con la que habrán de pasar a la historia: "El IFE puede vivir sin el PRI"!

En aquel lejano y olvidado entonces lo que calificaban como un "consenso estratégico de la Presidencia del Consejo y de los consejeros electorales en tomo de la actividad del IFE rumbo al año 2000", se fundamentaba, entre otros pronunciamientos, en "pensar en el IFE como institución y en su consolidación como único marco de referencia" y en "establecer sobre esas bases canales de colaboración entre la presidencia del Consejo y los consejeros electorales". ¿Dónde habrá quedado, si es que alguna vez verdaderamente existieron, ese único marco de referencia y esos canales de colaboración? También firmaron en lo que rimbombantemente dieron en llamar "El Espíritu de Cuernavaca" "un compromiso recíproco de actitud y de trato respetuoso y de colaboración", mismo que, como dijimos en su momento, nació muerto.

Señalaron entonces que era necesario abordar "la forma de gobierno interno". Habrá que reconocer que lo hicieron, sí, pero no para su análisis y solución, sino como corsarios sobre botín.

En torno a las nefastas comisiones de consejeros acordaron: "Para ser productivo y eficiente ese reacomodo debe partir del respeto irrestricto de las atribuciones de cada órgano y del ejercicio cabal de las facultades del Consejo General, sus comisiones, su Presidencia, la Junta General Ejecutiva, la Secretaria Ejecutiva y las Direcciones Ejecutivas". Otra letra muerta. Por cierto, sospechará la Comisión de Programación y Presupuesto de la Cámara de Diputados cuántos asesores tiene cada una de las comisiones de consejeros y, más aún, si éstas son unidades presupuestales con planilla de personal autorizada, o se tragará la respuesta de la renunciante y renombrada directora de Administración, en el tenor de que cada consejero tiene sólo cuatro asesores.

"Es preciso abordar con seriedad y profundidad el problema de las relaciones internas, de la comunicación, las líneas de mando, las atribuciones y el papel de cada uno de los órganos internos sobre la base de los proyectos prioritarios del Instituto", signaban en abril de este año los consejeros electorales con su consejero presidente. Lo signado corrió la misma suerte que lo pactado a cambio de la cabeza de Solís.

Concluían entonces, entre otros puntos: "Las comisiones son instrumentos operativos del Consejo General; su objeto expreso es contribuir al desempeño de las atribuciones del Consejo General, y por eso no pueden tener otras atribuciones; no pueden tomar decisiones que sean exclusivas del pleno del Consejo General; las comisiones no tienen función de ejecutar las políticas ni los programas". Pregunto: ¿Qué comisión ha cumplido ese acotado y discreto cometido? ¿Por qué Zebadua se niega desde mayo a consensar el nombre del director de Capacitación, sino para ejecutar desde su comisión política y programas? ¿Acaso Cantú no logro espantar a la única persona consensada como director de Organización al exigirle pleno sometimiento a su comisión, o séase a él?

Los consejeros acordaron que "el conducto para cualquier instrucción de la estructura central hacia las áreas desconcentradas (serían) los directores ejecutivos correspondientes y el secretario ejecutivo". Valdría la pena consultar a estas áreas cuántos de los asesores de consejeros asumen sin recato la función.

Finalmente "propusieron varios procedimientos para recuperar la cohesión y la coherencia, para permitir un acoplamiento más claro y menos conflictivo entre el trabajo del área ejecutiva y la dinámica de las comisiones", por supuesto, el procedimiento que imperó fue el sometimiento absoluto de los directores ejecutivos o, en su caso, la vacante permanente del puesto.

Se trataba, según firmaron, "de acordar un conjunto de decisiones y acciones inmediatas necesarias para restablecer la cohesión interna, la coherencia en nuestros programas y acciones, la eficacia ejecutiva y la imagen externa del IFE". Si había que restablecerlas era porque se habían perdido. La pregunta es hoy: ¿Se restablecieron?

#LFMOpinión
#IFE
#Woldenberg

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

Sigueme en: