EL IFE A LA DISTANCIA

Prelación o idoneidad

Prelación o idoneidad

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Ella era rellenita, chapeada y nerviosa. Podía recitar de memoria varios códigos. Pero cuando algún maestro le preguntaba su opinión, no sus conocimientos, entraba en crisis y lloraba a cántaros. Para ella obtener un 9.9 de calificación era peor que perder su virginidad; la que, por cierto, varias de sus compañeras entregaban por aquel entonces con singular agrado y sin pensar siquiera, por fortuna, en sus calificaciones. Aún hoy no logro imaginármela, memoriosa y redonda cual era, en la mitad del trance, —Mientras lo hacemos—, ¿No podríamos repasar la teoría de las nulidades? Y no saber si llora por dolor, gusto o no recordar alguno de los incisos del artículo 1018 del Código Civil.

El era un estudiante desaliñado. Ni bueno ni malo, jamás se distinguió en su paso por la Universidad. Un joven y temerario profesor de Introducción al Estudio del Derecho osó emplearlo como pasante. A los pocos días el maestro lo encontró tras su escritorio, fumando uno de sus puros y atendiendo con aires de gran señor a una despampanante mujer. Antes de que pudiese expresar su asombro, el novel pasante, sin inmutarse, lo atajó: "Pásale Armando, Maricela permíteme presentarte a mi socio cuya experiencia puede sernos de utilidad en tu divorcio".

Amainado el enojo, el maestro llevó el divorcio, compartió con "su socio" los honorarios y contrajo nupcias con la divorciada. La rellenita terminó con diez la carrera y se dedicó a coleccionar doctorados, el socio se recibió lo más rápido que pudo sin importarle maestros y calificaciones para atender el trabajo que generaba para entonces su propio despacho. Ella trabaja actualmente de abogado en una secretaría de Estado y recita en inglés y español el texto completo del TLC. El es dueño de uno de los despachos más prestigiados y caros del país. Yo, por mi parte, nunca presté atención a las calificaciones, seguramente porque nunca obtuve buenas. Quienes, como mi compañera, fueron o son de dieces alegarán en favor de éstas. Para evitar discusiones atengámonos a la máxima de Justiniano: "Cada quien lo suyo".

Debo agradecer al Consejo General del IFE la recuperación de estas memorias, gracias a un acuerdo por el cual fijó el orden de prelación en la integración de las mesas directivas de casillas, "partiendo del más alto grado de escolaridad". Claro que en México, con un promedio nacional de escolaridad entre el cuarto y quinto año de primaria, el grado no será muy alto.

Permítaseme poner un ejemplo: en Bajatlán de los Mecates los seleccionados resultan ser, como presidente, "La Rabia", un muchacho de 18 años con sexto año de primaria de quien los bajatlanos desconfían por su propensión al pleito y al escándalo; lo apodan así por ser, dicen, como la rabia. Como secretario Doña Delfina, señora de 60 años con tercero de primaria y reumas de tercer grado también, respetada y querida en el pueblo. Como primer escrutador don Artemio, con 66 años, medio sordo y con segundo año de instrucción. Finalmente, como segundo escrutador don Néstor, de 46 años de edad, autodidacta que apenas sabe leer y escribir pero que goza del respeto de su comunidad por su capacidad de organización, liderazgo y honradez. Él es quien coordinó los trabajos en la última venida del río, quien organizó a los hombres para cazar al tigrillo que estaba haciendo estragos con el ganado de la región, y quien defiende los intereses de los productores cuando los acaparadores llegan a comprar las cosechas.

Huelga señalar que esta integración estaría acorde al Acuerdo del Consejo General, aunque la lógica y experiencia de los miembros del Consejo Distrital se hubieran inclinado por don Néstor como presidente, para asegurar los trabajos, el orden y la seguridad en casilla: "La Rabia" como secretario, bajo la supervisión de don Néstor, para llenar lo mejor posible las actas; y doña Delfina y don Artemio como escrutadores. Si así lo hiciesen estarían, a mi juicio, interpretando y aplicando correctamente el artículo 193 del Cofipe que dispone, como atribución de los Consejos Distritales, por ser los más cercanos a las casillas, sus circunstancias y miembros, integrarlas con ciudadanos determinando "según su escolaridad las funciones que cada uno desempeñará". A mi entender el precepto no señala a la escolaridad como un elemento de prelación en el orden de asignación, sino como un elemento de idoneidad con las funciones a desempeñar. La redacción anterior del texto legal citado era más precisa y hablaba de idoneidad con las funciones a desempeñar. Hoy es probable que el Tribunal Electoral tenga que conocer, en algún caso concreto, de la discrepancia que encuentro entre el Cofipe y el Acuerdo del Consejo General "que determina el orden de prelación de los integrantes de casilla considerando el grado de escolaridad más alto que tengan", por sobre la idoneidad de ésta con sus funciones.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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