POLÍTICA

Ver el ayer por miedo a ver el hoy

Ver el ayer por miedo a ver el hoy

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El fenómeno es social y lo hemos observado en varias ocasiones (¿será viral?). Una de ellas fue en 1997 durante la campaña de Cárdenas al DF, mientras más elementos objetivos en su contra había en la realidad (playa Eréndida, condominios en España, cuentas bancarias de sus hijos, etc.) más aumentaba su popularidad. Otro caso similar es el de los Consejeros Electorales del IFE. Estos sujetos pueden hacer y deshacer a su antojo que nada daña la falsa imagen de apartidistas, legales y demócratas que los protege cual carta de corsarios, aunque pierdan la mayoría de los casos ante el Tribunal Electoral por ser encontrados sus actos y resoluciones violatorios de la ley y la Constitución.

Este fenómeno es propio de una sociedad ofuscada y confundida, sociedad a la que las oposiciones, en vez de convencerlas con algún proyecto alterno envenenaron con argumentos de que todo, todo sin excepción, estaba mal e iba para peor. Tras tantos años de incredulidad, hábilmente alimentados por oposiciones y tercamente respaldados por políticas economicistas y antipopulares, nuestra sociedad estaba ávida de entregarse a algo en qué creer. Ese algo fue Fox, pudo haber sido cualquiera, no fue el quién y el por qué lo que contó, sino él quien no.

Y de cara a Fox la sociedad presenta hoy el mismo fenómeno que con Cárdenas en 97 y los ciudadanizados del IFE desde 94. En el caso de Fox podríamos hablar que es el PRI, o, mejor dicho el antipriismo el que lo protege y salva de cualquier crítica y análisis objetivos y serios.

Permítanme poner un ejemplo. Con un querido grupo de amigos suelo compartir mis opiniones sobre el desempeño del actual gobierno. Sus respuestas son similares y atienden siempre a una asociación enfermiza con el PRI. Si comento el impacto en las líneas aéreas y el turismo por la reducción a 5 meses del horario de verano, por respuesta encuentro un "pinches priistas, aprendan a que ahora las decisiones no se dictan desde Los Pinos" (comprenderá el lector mi cara de what); si señalo la ausencia de objetivo, estrategia y táctica en el manejo de Chiapas, por resultado obtengo, además del calificativo de amargado y frustrado, algún comentario sobre Salinas o Zedillo; si habló de la atonía (conste que fui cortes) que se observa en la administración pública, se me contesta con una apología del fraude priista; si comento las dotes imitadoras del Primer Mandatario recibo una retahíla sobre la corrupción priista; si señalo presuntas violaciones a algún ordenamiento jurídico, me deja caer cualquier evento o personaje priista, tengan o no relación con el tema.

No soy psicoanalista y estoy incapacitado para dictaminar sobre este proceder, pero cual lego me atrevo a afirmar que vivimos un síndrome antipriista que impide ver, analizar y valorar en sus méritos el desempeño del actual gobierno. En 1997 a Cuauhtémoc se le juzgaba por su antisalinismo, no por sus actos, expresiones y propuestas; a Rosario Robles se le juzgaba por su cardenismo, no por su tarea al frente del gobierno del DF; a los Consejeros del IFE se les juzga por su antipriismo, no por sus actos y resoluciones (menos por sus ilegalidades y excesos). Por igual hoy a Fox no se le observa a la luz de su desempeño en el ejercicio del poder, sino por su antipriismo, nomás que la contienda electoral concluyó el pasado 2 de julio y ahora lo que debe interesarnos es su ejercicio gubernamental.

El Presidente señaló en Hermosillo ante directores de medios que seguía en campaña. Nadie ha dicho nada sobre ello, pero como funcionario público la ley le impone funciones y obligaciones y le señala cómo debe ejercer unas y cumplir otras. Afirmar que sigue en campaña puede significar descuido o incumplimiento, de sus delicadas responsabilidades públicas. Puede que no sea así, pero en tanto persista este síndrome antipriísta que imposibilita observar, analizar y valorar —e incluso conversar— su desempeño gubernamental en sus méritos, seguiremos atados a un molino de odios dando vueltas sin oficio ni beneficio. Tal vez sacien sus fobias antipriistas, pero el nuevo México que creen estar construyendo no pasará de ser un sueño guajiro.

Los que sufren de este síndrome seguirán engordando un espejismo. Desgraciadamente el papel del ciudadano es engorroso y molesto, además de irrenunciable. Muchos de los que votaron por el "cambio", así en genérico, sin definición ni acotamiento, lo hicieron porque buscaban un salvador, no un gobernante; alguien que los liberara de la carga de atender los asuntos públicos, seguramente para dedicarse a su changarro. Hoy, en un empecinado y dogmático acto de fe, cierran los ojos a una realidad que, precisamente por ser real, no podrán evitar: no hay salvadores, hay ciudadanos y gobernantes y es obligación irrenunciable de los ciudadanos atender los asuntos públicos, no hay forma de desentenderse y lo primero que se requiere para cumplir esta tarea es objetividad en el análisis y en el juicio acerca del desempeño del gobernante.

Hay en este síndrome, además de fanatismo, un terror soterrado a ser desengañados, a encontrarse con que el paraíso prometido se escapa de entre las manos, a que el salvador devenga en mandatario y el salvado en mandante. Es entendible, pero en política lo único que cuenta son los resultados y son éstos, no las aspiraciones, las que deben pesarse, medirse, porque son éstos los que se pagan. Pregunten si no al PRI.

Fox no es un ser providencial, es un mandatario, un servidor público al que los ciudadanos debemos valorar todos los días en sus méritos, no en los deméritos—verdaderos o inventados— del PRI. Ese es el pasado, lo que nos debe interesar es el famoso HOY. Y hoy lo que procede es analizar y calificar objetivamente, sin dogmatismo ni síndromes cegadores, el desempeño de este gobierno.

Concluyo con una aclaración obligada: no se entienda que me rehúso a analizar el desempeño pasado del PRI. No, a lo que me niego es que por hacerlo dejemos de calificar, repito, en sus méritos, los actos del actual gobierno.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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