PARRESHÍA

Odio mesiánico

Odio mesiánico

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Nunca fue el aeropuerto.

Nunca fue el aeropuerto, su costo, las aves, el lago inexistente; bueno, ni siquiera México. Nunca lo fueron. Fue el hacer sentir que ya llegaron, que no son floreros y que van por todo y sin cuartel, aún si en ello se llevan a México entre las patas de su inquina.

Nunca fue un problema financiero o ambiental, bueno, ni siquiera un diferendo de proyecto de país. Tuvieron que reinventar los machetes de Atenco y migrarlos a Texcoco en un espectáculo de lucha libre novetelevisada cual lucha social, con todo y Jiménez Espriu con sombrero de hacendado. Es puro rencor mesiánico, odio al otro, al pueblo malo, a los cajamanes, a los fifis, a los señoritingos; a los que le negaron sus votos una y otra vez. Es saciar un odio larvado contra un México que quiere insertarse en un mundo al que ellos dan la espalda y, anuncian, someterlo a su poder político. Nunca fue un problema de desarrollo, solo de odio.

Les asiste el diagnóstico de un modelo de desarrollo depredador, precarizador e injusto; pero su solución se expresa y agota en revolverse en su resentimiento, a su vez, depredador, populista y autócrata.

Por eso sus dislates explicativos, sus errores instrumentales, la ausencia de argumentos, el exceso de descalificaciones y epítetos, la farsa de una consulta manida y timadora, la diarrea de explicaciones cada vez más confusas y contradictorias.

Por eso las alternativas son una quimera solo existentes en su psicosis de poder.

Nunca fue el aeropuerto, sino el odio entre hermanos; de allí su jubilo ante la crisis económica que desataron y que ahora, but of course, culpan a los corruptos resentidos; que bueno, dicen, para que sepan lo que se siente. Con la soga y el agua en las narices festejan su autoinmolación.

De allí el anuncio del nuevo México y definición, finalmente, de la Cuarta Transformación, consultas patitos por sobre Constitución, República, democracia, división de poderes, pluralidad, instituciones, tolerancia, contención, razón, pudor, libertades, derechos.

Populismo autoritario hasta que no quede nada.

Y nada detiene su odio desbocado, su sed de sangre y hambre de venganza; el ya llegué y háganle como quieran, va porque va, me canso ganso, no soy su florero. Una mayoría que no tiene ojos, oídos y menos respeto por las minorías fifis, golpistas, antimexicanas que le quitan el aire.

El odio no acepta taxativas, menos tiempos constitucionales, por eso su prisa de poner el pie encima, para que sepan y se vayan acostumbrando a obedecer y callar.

El problema del odio es que siempre necesita del otro como objeto de su furia; acabándose aquél, el odio fallece. Es una patología que esclaviza al que odia con el odiado sin solución posible. El rencor, dice la máxima, es un árbol de espinas en el corazón.

En fin, nunca fue el aeropuerto, sino el odio fratricida. No México, sino un rencor mesiánico y tropical.

Olvidémonos pues de razonamientos económicos, financieros, constitucionales, geopolíticos, incluso racionales. La ecuación se reduce al odio psicótico al otro, con la gravedad que quien determina quien es el otro, el enemigo, es un iluminado tocado por la gracia divina y con una misión redentora. Adiós RePública.

La política es lo contrario al odio, es la aveniencia (Avenir), la construcción de un espacio público de encuentro, respeto y convivencia. Por ello la primer víctima del odio es la política y, con ella, la polis.




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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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