POLÍTICA

Anulista irredento

Anulista irredento

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Me confieso un anulista contumaz e irredento

Me confieso un anulista contumaz e irredento.

Al menos en lo que toca a elecciones de órganos colegiados

Lo he sido mucho antes de que el voto nulo fuese moda.

Mi "anulitis" responde a la indebida apropiación que los partidos hacen de nuestros votos de mayoría para beneficiar a sus listas de representación proporcional. A ella se suman ahora los sólidos argumentos pro voto nulo de José Antonio Crespo.

Aclaro: no me opongo al sistema de representación proporcional, es decir, a los diputados plurinominales. Me opongo, sí, al abuso que los partidos hacen del primero y a la imposición resultante de los segundos.

Habré de anular mi voto por diputados federales -una vez más- porque los partidos desdoblan el voto por el candidato de mayoría relativa en favor de sus infaustas, impresentables e insultantes listas de representación proporcional.

La Constitución habla de dos votos, uno para mayoría y otro para representación proporcional.

El tema lo he desarrollado insistentemente a lo largo de varias elecciones y puede leerse en "Plurinominales, voto conculcado y unificado", escrito a petición de mi dilecto amigo Osiris Cantú.

Pues bien, un buen día Jorge Alcocer y Leonardo Valdez, a la sazón representantes ambos del PMS en la Comisión Federal Electoral y, por ende, bajo cálculos eminentemente partidistas, decidieron conculcar a los ciudadanos nuestro voto de representación proporcional.

La propuesta beneficiaba a todos los partidos que, por esa vía, evitaron el tamiz ciudadano y pueden imponer a sus anchas a 200 diputados de representación proporcional, elegidos única y exclusivamente por las dirigencias partidistas.

Y así, por una copulación en la cúpula de los partidos (una más), sin modificar la Constitución, a través de un artículo en la legislación secundaria relativo al diseño de boletas electorales, nos fue robado el voto de representación proporcional. Hoy nadie repara en ello, pero nuestros órganos de representación se integran inconstitucional y antidemocráticamente, por lo menos en lo que toca a su componente de proporcionalidad.

Los partidos asumen que quien vota por un candidato de mayoría votará igualmente por los candidatos de la lista plurinominal del mismo partido.

El voto cruzado los desmiente y lo saben, pero prefieren no tocar el tema.

En el descrédito y reprobación de la ciudadanía hacia todos los partidos, sin duda pesan, y mucho, los personajes impresentables que elección tras elección nos imponen con abuso e impudicia.

Finalmente, para no repetir todo lo que al respecto ya he escrito, baste señalar que la legislación secundaria prohíbe el voto transferible, y lo que Alcocer y Valdez introdujeron en la legislación, con la venia y complicidad de todos los partidos, es la transferencia del voto de mayoría relativa a la representación proporcional.

Me adelanto a señalar que en otras legislaciones la figura de juntar en un solo voto el de mayoría y representación proporcional existe, el detalle es que aquí nuestra Constitución expresamente habla de dos votos desde 1977, año en que se introdujo la figura de representación proporcional en México. Dos votos, no uno, como se impuso por reforma a ley secundaria en 1986, en contra de texto expreso de la Constitución.

Ojala y los candidatos uninominales tomen conciencia de que la lista de rufianes que cargan sobre sus espaldas puede ser una de las razones del abstencionismo o del anulismo electoral.

PS.- Antes de dar su voto al candidato a diputado de mayoría de su predilección, tómese un minuto para leer los diez primeros nombres de la lista plurinominal del partido que lo postula (y que se esconden atrás de la boleta de mayoría; éstas sí en letras chiquitas), y si tras el vómito biliar, aún insiste en regalarles su voto, hágalo que hasta para eso es el voto libre.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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