Trombosis
Hay tantos tipos de democracia como sociedades la practican. Ninguna, sin embargo, tan sui géneris y esquizoide como la nuestra.
Antes, en el otrora régimen autoritario, las cámaras sesionaban sin problemas y sus accesos eran prácticamente libres. Ni qué decir de sus sistemas de seguridad, uno o dos veladores nocturnos, con gorra y zarape por armas, más propios del asilo Mundet que de las fuerzas públicas.
Hoy, tras años de haber arribado a la pluralidad, a la democracia y a la alternancia, las cámaras del Congreso de la Unión se resguardan tras murallas metálicas y policías antimotines. Entrar a ellas es más difícil que a Fort Knox.
Nuestras Cámaras son hoy verdaderas fortalezas en espera de ser sitiadas a fuego y sangre. Y para colmo, se hallan materialmente sitiadas cual Troyas modernas, aunque con héroes de pacotilla.
En otras palabras, gastamos carretadas de miles de millones de pesos en elegir a unos diputados y senadores, a los que luego les impedimos hacer su trabajo. Claro, cuando no son ellos los que lo obstruyen.
¿No es esto un tanto cuanto demencial?
Gutiérrez Barrios decía que la reforma del 77 -ésa sí gran reforma- sacó a las izquierdas mexicanas de las catacumbas guerrilleras para llevarlas a la vida democrática. Los hechos, sin embargo, lo desmienten: arrastramos a la democracia a las catacumbas guerrilleras, al lumpen y a la ignominia.
Andrés Manuel López Obrador compuso el himno de un partido, bastante malo, por cierto (el himno). La composición, sin duda, no es su fuerte. Fue presidente de otro partido, dos veces candidato a la Presidencia por ese referente político y Jefe de Gobierno impulsado por dicha organización ciudadana. Hoy incita la creación de un nuevo partido. Es decir, ha dedicado su vida entera al quehacer político partidista y, sin embargo, considera democrático, civilizado y hasta patriótico atentar contra el libre funcionamiento de nuestras instituciones políticas y existir democrático, cada vez que unas y otro no se pliegan a sus humores tropicales.
En otras palabras, para él la vida democrática es sólo una excusa para imponer su parecer. Si las cosas van conforme sus dictados, que funcione la vida democrática y sus instituciones. Si no, a bloquear una e impedir las veces de las otras.
Creo que lo menos que se le puede pedir a quien vive de y en la participación ciudadana es un compromiso elemental con la democracia, sus reglas e instituciones.
Jugar a la democracia, vivir de ella con prerrogativas públicas y vivir en ella; pero dinamitarla un día sí y otro también es, cuando menos, esquizoide.
Andrés Manuel, tan dado a proclamar bloqueos de furia pacífica, sabe hoy en carne propia lo que le sucede a un organismo cuando se obstruye su normal funcionamiento.
México y nuestra democracia están postrados, como él hoy, en una sala de terapia intensiva por una trombosis llamada Andrés Manuel que, o impone su santa voluntad, o desquicia el funcionamiento de nuestro organismo político.
Debiera haber una sanción económica contra las prerrogativas públicas del partido que impida el funcionamiento de las instituciones políticas nacionales, cuando no la cancelación de su registro o la negación en el caso de ser solicitado.
La razón es obvia. Los partidos son organizaciones ciudadanas para acceder al poder. Y el poder es para ejercerlo. Ser una organización ciudadana que impide el ejercicio del poder es una contradicción en sus términos.
En el fondo, no existe compromiso democrático alguno en la postura de Andrés Manuel. Él no acepta discusión ni disenso.
Finalmente, en política lo que cuentan son los resultados. Tras una vida de tomas, plantones y bloqueos, AMLO, cuando nos abandone, que esperamos sea dentro de muchos años, no dejará nada, como bien se pudo apreciar ahora en su lamentable y pasajera ausencia por cuestiones de salud. Ido él no quedará nada, ni cenizas.
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