De maestros a maestros
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No todos los maestros son Elba Esther, o los trogloditas profesionales de marchas, tomas y plantones.
Aquélla y éstos son la negación del magisterio.
Hay que decirlo: lo mejor de nuestra sociedad son los verdaderos maestros.
No satanicemos su figura. Separemos la cizaña.
La violencia de ciertos grupos focalizados de "maestros" obedece a un miedo extremo. Miedo a que el verdadero maestro retome su lugar en la sociedad y el control de su sindicato.
El asunto no es menor. Para estos grupos de "maestros", la evaluación es un problema de vida o muerte. "Maestros" analfabetas, que compraron su plaza, la heredaron o la tomaron por asalto; "maestros" que brincaron de la Normal al sindicato por méritos de lucha estudiantil; "maestros" producto de conquistas sindicales, o por botín de plantones, marchas, tomas de edificios, cierre de carreteras o secuestro de funcionarios. "Maestros", pues, negados para el magisterio. Para estos "maestros" cualquier evaluación es veneno puro. Y si tienen que incendiar al País para evitarla, lo van a intentar.
Para ellos no es un problema de educación o de evaluación. Es de sobrevivencia ante un nuevo arreglo institucional.
Existen otros maestros, los verdaderos, que, teniendo vocación y entrega, las circunstancias propias de la educación en México los ponen en condiciones deficientes y requieren apoyos para cumplir bien su cometido. Éstos sí quieren evaluarse, pero reclaman una evaluación que considere las especificidades de cada región. La reforma constitucional es una aspiración que debe concretarse en leyes secundarias que reclaman atender la realidad del verdadero magisterio nacional. Como dice Bartlett, no es un problema de pactos cupulares y copulares (esto lo digo yo), sino de participación de los sectores sociales involucrados.
Eso desde la óptica de los maestros; legítima, sin duda, pero no la única, ni la superior.
El problema son nuestros niños. Algunos tienen la suerte de contar con un maestro de vocación pero con deficiencias en su preparación y desempeño, pero preceptor al fin; otros son presas de la ruindad y barbarie de los "maestros" de marcha y de plantón.
Tratándose de estos falsos preceptores, no sabe uno que sea peor: que dediquen sus días a marchar y fregar al prójimo, o que den clases.
¿Qué pueden enseñar estos sujetos?
¿Cómo cobrar sin trabajar?
¿Cómo inventar causas para no cumplir obligaciones?
¿Cómo levantar barricadas y plantones; cómo tomar vías y edificios públicos?
¿Cómo convertir los derechos de los demás en instrumentos de presión para con la autoridad?
¿Cómo convertir el delito en mérito?
¿Cómo parar órdenes de aprehensión demandando mesas de negociación?
¿Cómo arreglar los asuntos con palos, piedras y bombas molotov?
¿Cómo arrebatar lo que no se merece?
¿Cómo subvertir el orden, violentar libertades y tumbar autoridades?
Nuestro problema con estos "maestros" es que nos roban el futuro al inculcar en nuestros hijos su barbarie y sinrazón.
Decía Plutarco que "se debe buscar para los hijos unos maestros que sean irreprochables por su género de vida, irreprensibles en sus costumbres y los mejores por su experiencia."
Pero también señalaba: "Podría despreciar a algunos padres, que, antes de poner a prueba a los que van a ser maestros de sus hijos, por ignorancia, a veces también por inexperiencia, entregan a sus hijos a hombres ruines y falsos."
De eso trata la evaluación, de poner a prueba a quienes les confiamos a nuestros hijos, para no entregarlos a los ruines y falsos.
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