¿Ciudadanos o hijos?
En México, el trato con el poder no es de ciudadano mandante a gobernante mandatario, es de hijo demandante y chantajista a padre dador.
Bajo ese esquema, el gobernante no está para resolver los problemas nacionales, sino para solucionar la personal circunstancia del individuo que se cruce por su camino. El ciudadano no le demanda la solución de la pléyade de fracasos nacionales, sino la atención momentánea e inmediata de su personal situación: la beca para un hijo, la plaza para un primo, la senaduría para un compadre, la concesión para un socio, etc., etc.
El gobernante, por su parte, prefiere jugar este juego que aceptar los retos de ser estadista. Es más cómodo andar como Echeverría por todo el País con un portafolios lleno de billetes atendiendo las necesidades inmediatas de los pedigüeños del día, que hacerse cargo de un país sin rumbo.
La ecuación, sin embargo, es suicida.
El pedigüeño mañana regresará con una nueva demanda, incrementada y ya no solicitada como graciosa concesión, sino como obligación directa y personal. Y así, día a día, sin reposo, merma y límite.
El gobernante terminará agotando en naderías los recursos que son de por sí exiguos. Por un lado los habrá distraído, junto con su atención y esfuerzo, de los verdaderos problemas nacionales a cargo del Estado, nulificando políticas públicas, presupuestos y energías; por otro, habrá creado una prole voraz e insaciable que terminará por echarle en cara no haber satisfecho sus expectativas, para finalmente ser devorado por ella cuando un nuevo padre surja en el horizonte político.
Los verdaderos problemas nacionales seguirán sin resolverse, porque el gobernante dispersó tiempo, recursos y acciones en particularismos.
Gobernar así, es atender los síntomas epiteliales de la política, condescender, no guiar; someterse, no gobernar. Hacerse tonto.
El gran fracaso de la Revolución Mexicana fue no generar una ciudadanía solidaria y corresponsable. Forjamos una sociedad dependiente del Estado, burocrática y clientelar, que busca que el gobierno, o quien se deje, solucione sus problemas, no cómo organizarse para solucionarlos en colaboración y corresponsabilidad sociales.
Criticamos a Elba Esther Gordillo, pero ella es solo el más pulido espejo en el que vemos reflejado el comportamiento parasitario de nuestra ciudadanía con el poder. En el fondo, todos llevamos una pequeña Elba Esther, voraz y proterva, en el ánima de nuestro ser ciudadano.
Por eso no tenemos cohesión social, porque verticalizamos toda relación de poder, o se está en condiciones de dominación, o se está en condiciones de sumisión, jamás nos situamos en una realidad de colaboración y corresponsabilidad. ¡Qué se haga la voluntad del Señor en los bueyes de mi compadre!
En tres semanas Enrique Peña Nieto asumirá la Presidencia de la República y, con ella, esta relación enfermiza de los ciudadanos con el poder. Si de por sí los problemas a que habrá de enfrentarse son mayúsculos, deberá decidir si quiere jugar de papá dador y demandado por hijos insaciables y caníbales, o reconstruir las relaciones de poder entre ciudadanos maduros y corresponsables con un Estado orientado al interés general y a la solución de fondo de los problemas nacionales.
Menester y de justicia es acotar que éste no es problema de Peña Nieto, es una falla estructural y conductual que atañe y corresponsabiliza a todos. Es tiempo de crecer, no solo en lo económico, que pareciera a veces ser lo único que importa a sociedad y Estado, sino como individuos y ciudadanos.
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