Guerrear con la historia
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Cuando a los presidentes mexicanos los atormenta la conciencia de saber imposible la solución de muchos de los problemas a su cargo, se fugan a resolver el mundo. Ello suele suceder después del tercer año, cuando por sobre el boato y el oropel del poder, y del voluntarismo presidencialista, se impone la avasalladora realidad.
Poco y mal había sido la veta de la política exterior de la Cuarta Transformación: silencio y permisividad, por decir lo menos, ante Trump. Bastó que su yerno citara a cenar al Presidente mexicano en una casa particular, para que la Secretaría de Gobernación anunciara de inmediato la creación de filtros en el sureste contra migrantes que antes solo le faltó escoltar personalmente del Suchiate al Bravo. Además de eso el apoyo aislacionista a Maduro.
Por tanto sorprende la fuga hacia adelante en defensa de los pueblos originarios de la América precolombina, tan adelantada en la vida del sexenio como insubstancial, habida cuenta de que de obtener las disculpas exigidas, nada cambiaría de la historia y menos del hoy y aquí en la situación de marginación de nuestros pueblos autóctonos.
Sin duda atestiguamos un cambio, la fuga ya no es para arreglar el orbe, sino la historia.
Los seres humanos solemos proyectar nuestros intereses y necesidades sobre la realidad. Por ende, también nuestras limitaciones y prejuicios. Llegamos, incluso, a concebir la divinidad a nuestra imagen y semejanza. A la naturaleza la apreciamos en provecho de nuestra "ciega ambición e insaciable avaricia" (Spinoza). Todo, pues, tiene para nosotros un diseño finalista que gira en torno a nuestra ridícula escala. Las cosas no cuentan por sí, ni tienen su propia razón de ser, sino son siempre en función de, y referidas a nosotros, así se construyen las utopías. Por igual las locuras.
Esta torcida perspectiva la solemos aplicar también al pasado, nos acercamos a él con nuestros prejuicios por anteojeras. Todo pasado fue, imaginamos, única y exclusivamente, para que nosotros y nuestra limitada cosmovisión y expectativas pudiesen ser. En ello se inscribe la utilización de la conquista de la gran Tenochtitlan y los Derechos Humanos, en un ardid champurreado entre pueblos originarios, la excomunión de Hidalgo y Morelos, y matanzas de chinos en la Revolución Mexicana, para lanzar un reclamo nada diplomático contra la Corona Española y el Vaticano.
Poco importa que la conquista de la Gran Tenochtitlan sea de 1521, que los Derechos Humanos hayan sido reconocidos en 1945 y que en México los hayamos legislado en el 2011; menos aún que Hidalgo, Morelos y los chinos no vengan a cuento en esta "transformación" por la historia.
Ya no hablemos de que los aducidos "pueblos originarios", para cuando arribó Cortés a las playas hoy mexicanas, ya habían sido arrasados y, seguramente, sacrificados a Huizilopochtli por los Aztecas. Y sabrá Dios si aquellos eran los verdaderamente originarios de ese, entonces, lago de Tenochtitlan.
Por cierto, a quién habremos de exigirle disculpas por los sacrificados y sojuzgados por los Aztecas. En la lógica mostrada contra el Rey de España por los actos de los Reyes Católicos de Castilla y de Aragón, pareciera que al propio López Obrador.
Lo importante, sin embargo, es resaltar que semejante follón se instrumentó solo para ocultar la realidad que atormenta los sueños transformadores del Presidente de la 4T; lo que confirma nuestro aserto de las Mañaneras Pseudónimas y, como sostenía Arendt, la tentación de gobernar hoy sobre el ayer: "Los hombres que actúan, en la medida en que se sienten dueños de su propio futuro, sentirán siempre la tentación de adueñarse también del pasado".
En otras palabras, como lo hemos venido diciendo, la Cuarta Transformación no solo busca transformar el futuro patrio, también y principalmente pugna por reescribir a modo el pasado. (Ver El Tlacaelel de la 4T).
Para López Obrador, y todo hace pensar que para su señora esposa también, la memoria no es un ejercicio de recordación y comprensión, sino un amasijo moldeable a la luz de su utopía.
Pues bien, este desmedido y lamentable lance diplomático, del que aún nos debe su valoración política el Senado de la República, o lo que quede de él; desnuda la intención del símbolo llamado Cuarta Transformación, de apropiarse del pasado para amoldarlo a sus designios, para utilizarlo como arma ideológica con intenciones de control político y agitación social electorera. De paso de cortina de humo, cuantas veces les resulte conveniente (Ver El espejo de los Villanos). Y, finalmente, para envolverse, de ser necesario, en la bandera de la expoliación y exterminio de los pueblos prehispánicos y, ya entrados en gastos, de los sometidos a la colonizaciones europeas.
Hay en esto que tiene toda la evidencia de una fuga hacia delante, un propósito coyuntural por distraer la atención sobre temas como la contrarreforma educativa, la revocación de mandato, el resurgimiento de la CNTE, la parálisis e ineptitud gubernamental, los traspiés económicos, los nuevos recortes presupuestales, el inicio de las rechiflas y protestas, y los berrinches del poder. Pero también, un anuncio muy adelantado -apenas a los tres meses de gobierno- del agobio de un Presidente que, con un poder desmedido, solo acierta en agitar cotidianamente la polarización, sin efectos reales, positivos y constructivos sobre los ingentes problemas nacionales que amenazan con salirse de madre y lo invitan, cuando no lo forzan, a fugarse a guerrear con la historia.
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