LA ECONOMIA DE LOS HUEVOS RANCHEROS II
En mi trabajo de tesis para la licenciatura de economía, ya varios años atrás, tuve la inquietud de desarrollar un "Análisis de la Evolución de la Deuda Externa de México" que implicó traducir datos históricos a lo largo de cien años (1895 a 1995) en series a precios constantes para estar en condiciones de establecer análisis objetivo, comparativo y tendencias con el menor margen de error.
Previo a ello, identificar la base sobre la que descansa la economía mexicana: remitirnos a la época de la Colonia que plasma desde entonces la premisa establecida en el artículo anterior, que nuestra economía se focaliza en la extracción, envío y comercialización de nuestra riqueza natural en forma de materias primas, recursos naturales y mano de obra hacia el resto del mundo. Para dar lugar a una economía contemporánea de insuficiente producción alimentaria, bajo nivel industrial y alta concentración en el sector servicios; desde luego con un consumo nacional dependiente de importaciones de todo tipo, de productos terminados hasta insumos y bienes de capital. Esto último sin duda lo más dañino.
Fue así que, al encontrar ese común denominador en el comportamiento económico histórico, al final del trabajo, pude establecer - con una serie de proyecciones matemáticas utilizando la metodología de Fourier - las tendencias del PIB y de la deuda externa de nuestro país para los siguientes 15 años. Siendo que desafortunadamente le atiné.
Ahora ya transcurridos esos 15 años en donde las tendencias y proyecciones referidas prácticamente se convirtieron en series históricas complementarias a las de 1895 – 1995, les puedo decir que, nada alejadas de la realidad, comprueban que la estructura económica mexicana se basa en los mismos principios que esos de hace 500 años.
De tal forma que es aquí en donde debiésemos de concentrar el debate, en vez de las discusiones estériles sobre los "mercados" y demás parafernalia financiera promovida por supuestos analistas que no hacen algo más que definir la naturaleza del mar por lo que ven en el movimiento de las olas. La superficialidad.
Seamos claros y honestos o nunca avanzaremos: seguimos siendo una economía de venta de materias primas; los industrializados son otros países como nuestros vecinos del norte, los europeos, Japón y ahora China. Y en la medida en que continúe nuestra actitud de desprecio hacia la inversión en investigación científica y tecnológica, la brecha será cada vez más grande y las opciones para insertarnos en el bloque de naciones industrializadas menos factibles.
Estamos ante la última oportunidad de modificar nuestra mentalidad abarrotera nacional dado que además, ya estamos inmersos en la cuarta carrera de la revolución industrial mundial: esa de la transición energética. Y en cambio, nos seguimos endeudando hasta niveles que en algún momento cercano, serán inmanejables para las finanzas públicas.
Démosle un vistazo nada más.
Al inicio del Siglo XIX la agricultura a nivel global era aún la actividad productiva por excelencia. Las manufacturas apenas se desarrollaban y cobraban fuerza con la introducción de la tecnología. Con el crecimiento de la industria a nivel mundial, los movimientos demográficos fueron una constante. Por un lado la población de las naciones se acercó a las ciudades, por el otro, hubo transferencias notables de mano de obra. Entre 1820 y 1830 la migración de trabajadores tuvo una distribución de 61.4% hacia Estados Unidos, 11.5% a Canadá, 10.1% a Argentina, 7.3% a Brasil, 4.5% a Australia, 3.0% a Nueva Zelandia, 2.2% a Sudáfrica.
Con ello los flujos de capital se dieron en mayor volumen y frecuencia hacia regiones estratégicas. Una de ellas Norteamérica, fuese por constituir mercados atractivos para los productos europeos o porque los nuevos territorios contaran con bastos recursos naturales. Las naciones requerían de mayores flujos de capital, por lo que la inversión extranjera y el crédito foráneo se convirtieron, desde entonces, en elementos indispensables para la incorporación de las economías nacionales al proceso económico internacional. Inglaterra se convirtió en la potencia financiera de Europa y del mundo, dado que desde 1815 compró valores de distinta índole en Europa Occidental y en sus propias colonias. Durante el Siglo XIX fue el principal país acreedor.
En México los sistemas agrícolas que prevalecieron fueron de origen americano y fue a principios del Siglo XVI que se encontraron posibilidades inexploradas para impulsar la ganadería que, mediante la utilización de los obrajes, dio paso al desarrollo de la industria textil. No obstante, los comerciantes sevillanos presionaron para que desde la Corona se impusieran obstáculos a tal industria: por representarles un peligro. El auge de la ganadería continuó a lo largo del Siglo XVI que promovió el desarrollo rural y la movilización de mano de obra hacia el campo. La Hacienda se desenvolvió como unidad de producción y consumo de productos agrícolas y de ganado.
Luego de la conquista, las comunidades de los pueblos originarios desarrollaron productos artesanales que sirvieron de base para que las organizaciones gremiales se expandieran bajo el modelo europeo de talleres. Los talleres artesanales se integraron a los obrajes utilizando mano de obra más especializada, la fuerza motriz del agua y algunas máquinas básicas. Se gestó entonces una industria incipiente que a futuro sería altamente dependiente del capital y la tecnología.
No obstante la actividad económica más relevante para la Corona en la Nueva España era la minería que tuvo su desarrollo más notorio en los dos primeros siglos seguidos a la conquista. El oro y la plata eran fundamentales para España en sus afanes de mantener su poderío en Europa. No siendo suficiente, en materia de comercio, la Nueva España fue un mero mercado complementario de consumo para los peninsulares, al tiempo en que la iglesia se convertía en centro financiero de las colonias - créditos que extendían a agricultores, hacendados, comerciantes y a las comunidades indígenas, a quienes cobraban una tasa del 6% anual.
Luego de la lucha de la Independencia, el sistema económico virreinal permaneció intacto centrando el modelo de desarrollo en una mayor exportación de materias primas, con la consecuente importación de todo tipo de bienes. Así que de 1810 a 1880 y debido a la inestabilidad política y social en México, el modelo económico quedó prácticamente inmóvil. Aunque en 1830 se creó el Banco de Avío, con la finalidad de promover el desarrollo de la industria mexicana y proteger la economía doméstica con tarifas arancelarias elevadas a la importación. Huelga decir que la infraestructura mexicana no se encontraba a la altura de una posible industrialización, la deuda pública iba en aumento y la balanza comercial era desfavorable.
Este fue pues el nacimiento del modelo económico mexicano, que hoy en día, mantiene su estructura y raíces viciadas como antaño, aunque orgullosamente expresemos que somos una de las 14 economías más importantes del mundo.
"Nosotros vemos en la confianza un medio de inversión, en la inversión una herramienta de crecimiento y en el crecimiento una posibilidad de superar pobreza y construir equidad."
- Álvaro Uribe Vélez. -