El golpe
Se ha instalado una errática discusión sobre la fórmula "golpe de estado" para oscurecer y aún falsificar el significado de la conmoción boliviana y su trascendencia hemisférica y mundial. A pesar del desgarriate mediático desatado por el derrocamiento del presidente Evo Morales, una parte de la opinión pública se enteró de que Bolivia existe, que en ese país hermano, en algún momento considerado ejemplo proverbial de pobreza y atraso, ha tenido lugar durante los últimos tres lustros una gesta patriótica que lo puso a la cabeza de Latinoamérica en crecimiento económico y desarrollo social, redujo significativamente la pobreza, rescató del oprobio racista a los indios que no obstante ser mayoría han sufrido una discriminación bárbara y excluyente. Un predecible conflicto electoral fue aprovechado por la extrema derecha para desatar una brutal escalada. La ausencia de respuesta popular se debió al desgaste de Evo por su prolongado ejercicio del poder y su desacato al resultado de una consulta contrario a su cuarta reelección. Pero en la conspiración y ejecución del golpe debe subrayarse la intervención del imperialismo, puesta en evidencia por el presidente Trump al festejar grotescamente el golpe lanzando ominosas amenazas a Venezuela y Nicaragua. La cabeza cercenada de Evo sería un trofeo para los imperialistas republicanos y una propuesta para las presidenciales de 2020. El presidente López Obrador actuó en congruencia con los principios y la tradición mexicana del derecho de asilo. Pero el canciller Ebrard y la jefa Sheinbaum se excedieron en su protagonismo y expusieron a la sociedad y al gobierno a sufrir los empellones de la derecha extrema; el Congreso de la Unión dejó solo al Presidente. De los partidos, mejor ni hablar.
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