PARRESHÍA

Campañeros

Campañeros

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Campaña y gobierno.

Todo tiene su tiempo. "Como dice el refrán: dar tiempo al tiempo; que de amor y dolor alivia el tiempo".

Hay tiempo de echar cuetes y de levantar varas, de borrachera y cruda, de siembra y cosecha, de sol y lluvia, de parto y muerte. El árbol de Demián no moría, invernaba.

La convivencia normada ha llevado estás sabidurías a principios constitucionales.

El principio de definitividad -convertido en trapeador hasta por las propias autoridades electorales- parte de la comprensión del ciclo democrático. Las elecciones son instrumentos para elegir gobierno y representación política. Electos éstos tienen que gobernar y representar hasta la nueva elección. Qué caso tendrían las elecciones si sus frutos no pueden cumplir su encomienda. Por ello las elecciones tienen que tener un fin definitivo e inatacable. Llegado éste, lo que procede es el ejercicio del gobierno y de la representación política. Continuar per secula seculorum el conflicto electoral niega la razón de ser de la democracia al convertir en fin lo que es solo medio.

Igual es el caso de la prescripción, principio jurídico por el cual con el transcurso del tiempo fenecen los asuntos y litigios. Resulta absurdo y entrópico que los conflictos pervivan sin límite en un mundo finito. Y nuevamente, la prolongación indeterminada de los conflictos jamás dejaría tiempo para que los hombres emprendan nuevos inicios, atados, como estarían, a rencillas pasadas y sin fecha de caducidad.

De la mano a la prescripción viene el principio de penas no trascendentes. El hijo o el nieto; la esposa o el padre, no pueden ser imputados por actos del padre, abuelo, esposo o hijo. Menos aún las generaciones futuras. Cómo hacer exigibles a los mexicanos del siglo XXV las decisiones y actos cometidos por nosotros. Qué responsabilidad tendrían, qué conocimiento de los asuntos y sus circunstancias, qué probanzas, qué defensas. Por sobre todo, qué ganancia efectiva puede obtenerse de revivir muertos ad libitum.

Dice Kundera que caminamos sobre muertos. La tierra que pisamos es alimentada por la reabsorción de la muerte por la vida. Nuestros restos, como los restos del dinosaurio o de nuestros antepasados, retornarán eternamente a la vida mientras haya mundo en forma de tierra, árbol, aire, alimento digerido en organismo vivo y memoria. Pero para eso tenemos que morir; descansar. Por ello la máxima de dejar descansar a los muertos.

No obstante, hay quien niega el ciclo de la vida.

Después de la elección, las matracas, las urnas, los templetes, las arengas y los pleitos deben callar. Invernar. Dejar el espacio y la acción a las artes del buen gobierno. El problema viene cuando aquellos que lo único que se sabe hacer es hacer campaña carecen de capacidades para cambiar de giro y dedicarse a gobernar, y corren el riesgo es desaparecer del escenario hasta la nueva elección, de suerte tal que por instinto de sobrevivencia se aferran como a clavo ardiente al conflicto postelectoral, y hacen de él tabla de salvación y leivmotiv en un ritornello sin punto final.

Mi padre lo vio venir hace muchos años y me decía, palabras más palabras menos: "El problema de los partidos en el mundo entero es que tienen personajes muy buenos para gobernar, pero muy malos como candidatos, y muy buenos candidatos, pero pésimos gobernantes. La excepción es encontrar buenos candidatos que sean a la vez buenos gobernantes. Así, decía, el ingeniero Fulano es el mejor para gobernar Sonora, pero no entusiasma ni a su mujer en celo; el constitucionalista Perengano se requiere en el Senado, pero si abre la boca duerme hasta a los muertos. En la de diputados se requieren economistas, pero nadie entiende cuando hablan. En el otro extremo está Sutano, que gana donde lo pongas, pero se roba hasta las corcholatas y ni qué decir de Mangano, especialista de convertir todo problema en crisis. Y es así que los partidos se ven obligados de echar mano de personajes especializados en las cañerías electorales que "ayudan", por las buenas o por las malas, a ganar a aquellos óptimos para el gobierno, pero nulos en campaña. Surgen así las campañas que esconden al candidato, las campañas negras, el conflicto por campaña o el abierto fraude. Por otro lado, suele suceder también que aquellos que ganan sin problema, por soberbia y avidez del siguiente cargo en línea, en lugar de ganar con una mayoría respetable, inflan sus triunfos por las artes de estos personajes a niveles superiores al 90% del voto efectivo. El problema, hijo, va a ser cuando éstos que saben hacer campañas y ganar elecciones se cansen de trabajar para otros y monopolicen para sí los frutos de su especialidad. Falta poco. Entonces los partidos habrán perdido a los partidos."

El problema de los "campañeros" es hacer de las campañas una perenne y única estación, sin aliento para la gobernanza, ni posibilidad a que se restañen las heridas propias de la contienda, instaurando una guerra sin solución, recreada día a día como oxigeno de subsistencia. Las elecciones como fin único de la política y no como instrumento de decisión democrática para constituir gobierno.

Sin dejar que de amor y dolor alivie el tiempo.




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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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