LETRAS

Breve ejercicio sobre nalgas y espectáculos afines

Breve ejercicio sobre nalgas y espectáculos afines

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Ejercicio en tres actos.

Martín Franco
Colaborador invitado




Primer acto.

En la rocola cantinera oyó “Sabrá Dios si tú me quieres o me engañas…”, ella arrastró a su enésimo cliente a la pista de cemento. El clima era templadito y húmedo. El tipo la abrazó de inmediato y en el tercer acorde estacionó sus manos en las nalgas de Vicky Riqui, nombre de batalla de la interfecta. El ritmo era de cumbia, pero no importó. El trato era de a 200 la pieza y ya llevaba 6. La propela era adicional según el roce de tetas y la tocada.

El tipo se sentía a gusto. Estaba entre cuates y había que presumir quién era el más macho. Hoy le tocaba bailar y otras veces pistear. ¡Ah que caray, hay que aprender a disfrutar! El tipo de trato costeño se sabía de buena estampa y se aventó una apuesta con la Vicky. Ya estás dijo ella. Vámonos de volada.

Ya en el cuarto se esmeraron en intercambiar tranquilidad. Pusieron los dólares en cada extremo de la cama y se untaron cada uno un sotupo de Nívea.

Echaron un volado y ella empezó primero. Atrás se oían de lejos los boleritos románticos a ritmo de cumbia.


Con decisión y como profesional, ella se sentó en el pico de la botella y llegó hasta el cuello de un solo tirón.

Eso no cuenta protestó el tipo, dijimos que por el ano, entre tus nalgas.

Ella lo complació.

El atardecer era naranja y violeta cuando guardó la talega de dólares. El tipo no despertó, culiempinado se columpió de un lado al otro de la cama. Se quedó con una mueca de alegría.

Segundo acto.

Históricamente las nalgas nos han vuelto locos a todos y como dicen los políticos, a todas. Se trata de adminículos amorosos sensibles al tacto. Cuando te toco no puedo evitarlo, me vuelvo una antorcha humana que quisiera abrazarte de cabo a rabo.

Me emocioné al oír tu voz, me convencí de que aún era importante para los dos lo nuestro. Son las afinidades electivas, el mismo placer. Tus maravillosas nalgas.

Cierto, a todas las he admirado, a casi todas he deseado, pero hay unas especiales que me esclavizan. Son nalgas no muy grandes, no tan pequeñas, muy formadas como paradigmas de perfección. Están siempre paraditas. ¡Uy, que bien formadas! Son de las morenas, de las negras que descubrí en mis últimos años universitarios.

Miento, son las de las güeras blanquísimas de piel y sonrosadas del culo.

Ahora que estoy listo para seguir la magia, como un acto de prestidigitación, decidí escoger en un concurso por invitación cuáles son las mejores. Difícil decisión porque los libertinos somos insaciables, sin embargo, para divertirte organizaré una pasarela.

Mi memoria ha sido revitalizada con tratamientos ultramodernos para recordar todas las apetentes que he deseado. Casi he gastado todos mis ahorros, pero con certeza, ahora tengo un cuadro clasificado de cada par de nalgas que he disfrutado.

Les digo que las mejores, además de las de brasileñas, de las húngaras, de las checas, son las que uno tiene a la mano, es cosa de saber provocarlas para que se abran como tulipanes en flor y dejen descubrir su sabor, con espectaculares sorpresas cuando menos esperas. Más debes de tener paciencia.

La vitalidad que se escapaba regresó como un milagro al modelar tus nalgas. Te vi sonreír de ardor placentero, no excepto de quejas.

Como pronto estaré recluido por obsesivo compulsivo, solo me resta mandarles un violín a todos los que no se las han agarrado, a todos los hipócritas que no se han metido un dedillo mientras ella enseña las tetas y yo recito al tal Neruda y lo combino con alguna estrofa del sádico marqués.

Es tarde, de tanto ver se me nubla la vista, cuando decida irme mucho a la tostada, en mi último día, te juro que tendré el placer de volver a besarte las nalgas.

Ahí a un lado, desnuda, con el cabello sobre la cara, con un poco de baba en la boca, soñabas en tu libertad de sentir, ahora que conoces el placer compartido, sojuzgante de mi glotonería nalgar. ¿Acaso soy culpable de mi fijación por las frutas?

Tercer acto.

Micaela y Mario se conocieron en la secundaria y desde que se vieron se gustaron un chingo. De tal manera que en cada clase se cachondearon con los ojos primero, con la lengua y las manos después hasta que terminaron acostándose en el hotelito de la esquina.

Ninguno de los dos sabía mucho qué hacer, pero como nadie lo enseña a uno nada de ello, se va descubriendo poco a poco conforme ella responde y se descubre y viceversa.

Encontraron tanto el gusto a sus escapadas hoteleras que se fueron haciendo cada vez más exigentes con sus idas y venidas, hasta que descubrieron las maravillas que dan las nalgas.

El nalgatorio de ella respingaba de dolor y de placer y él, que al principio no quería, sucumbió a la punta de la lengua femenina de su amada que exploraba la cavidad prohibida.

Todo iba bien hasta que un día el profesor de biología, como todos los aguafiestas autoritarios, les habló de sodomitas y cómo Gomorra fue destruida por sus desenfrenadas y viciosas prácticas contra natura. Y es, además, en la actualidad, dijo muy serio, el acto prohibido que conduce al VIH y al SIDA.

Fue tal la impresión que se prometieron ambos jóvenes amantes no tocarse ahí nunca jamás.

Tocó el turno de su nueva cita amorosa en su hotelito, con tal suerte que, desde el primer beso, que en realidad era el millonésimo si contamos desde el principio del año escolar, ella empezó a menstruar y ensangrentados se besaron sin parar.

Pues fue tal la calentura de estos amorosos cachondos que fue natural disfrutar la sodomía, que ahora ya sabían su nombre y no sin arrepentimiento se abrieron los dos a la vis conversa de tal forma que él jugó con ella entre las nalgas y ella lo meció metiéndole un par de dedos lubricados con saliva. Entre pedo y pedo se hicieron venturosamente dichosos.

Al descubrir su creciente sofisticación, decidieron mandar al profesor a la mierda mientras el ambiente se impregnaba de un fétido olor y sabor intrigante a mermelada y chicozapote.


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Redacción LFM Opinión

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