PARRESHÍA

Por qué no te incendiaste José

Por qué no te incendiaste José
Meade tiene que mostrar al estadista dispuesto a mover montañas o morir en el intento.

López Portillo fue un autor prolijo y de prosa galana. Entre sus obras hay una de difícil lectura, un capricho literario que acusa psicoanálisis y que plasma una conversación de él, joven estudiante, con su subconsciente, él de maestro universitario. La obra es "Don Q" y su primera edición es de 1965. Tenía 45 años al escribirla.

En ella Don Q le reclama al joven Pepe: "¡Por qué no te incendiaste; por qué no estallaste!".

Pues bien, veo a Meade y me viene siempre a la mente: "Por qué no te incendiaste José".

Sólo él tiene la respuesta y la oportunidad.

Alguna vez le pregunté a López Portillo por las frases, me dijo que las habían inspirado la monumental obra de El Hombre en Llamas de su tocayo José Clemente Orozco en el Hospicio Cabañas en Guadalajara, Jalisco y que responden a que hay situaciones límite ante las que solo queda incendiarse. Me platicó una marcó su vida.

Era aún pasante del despacho del Maestro Serra Rojas cuando su hermana Margarita se separó de su marido, un abogado de prosapia, mañas y fama, a quien el joven pasante tuvo que enfrentar tanto en tribunales y como jefe (de facto) de familia. El viejo lobo de mar jugó con él durante años a base de triquiñuelas legaloides y sabadazos por semana. Ya recibido, seguía el pleito enlutado por la muerte de una de las hijas del matrimonio por descuidos en su salud debido a jugar de rehén del padre; se encontraban ambos abogados y excuñados en un cuarto piso de tribunales, y el viejo se mofó del joven que lo agarró de las solapas y lo puso en vilo sobre el barandal para lanzarlo por el cubo de las escaleras. Tal fue el revuelo que el propio juez salió a calmar a López Portillo: "Abogado, se está Usted jugando toda su vida". No hacía falta que se lo dijera, lo tenía muy claro, pero en ese momento había decidido a cambiar su vida por la de el otro y terminar así el asunto. No fueron los argumentos del juez lo que le hicieron cambiar de opinión, sino la mirada implorante de su excuñado. Allí acabo el pleito en todas y cada una de sus facetas. José se había incendiado.

Regresemos a Don Q, el viejo añoso, sabio y medio loco continuó su reclamo al joven Pepe de la siguiente manera: "Te faltó la voluntad definitiva que también a mi me falta. Soy tan sólo una fuente, parece que inagotable, de palabras, comprensiones, razones, sinrazones y paradojas. ¿Y cómo me comporto? ¿He entregado un dolor por algo? ¿Me he apartado para renunciar mi yoeidad? ¿He aceptado el dolor ajeno para redimirme? ¿Me he rebelado, siquiera? ¡Nada! Palabras, palabras, palabras. Logos, verbo y literatura. ¿Y mi voluntad? ¿A quién o a qué se la he dado? Pura desilusión en el entendimiento. Puro razonar, renegar y, en ocasiones, resignarme. ¿Y mi voluntad, José? ¿A qué he entregado mi voluntad?

Pues bien, veo a Meade y me digo "Por qué no te incendiaste José".

Sólo él tiene la respuesta y la oportunidad.

Rescato de Don Q una defensa de Lucifer, por si de algo le sirve al atribulado candidato: "Mantengo seriamente que el gran rebelde fue la primera criatura perfectamente libre que salió de las manos de su Creador y tan a su imagen y semejanza, que lo enjuició, como ya te lo he dicho y ahora lo repito, no por eso, sino porque pienso que fue entonces cuando se creó la generación de los yos que, por serlo, son distintos y por libres pueden sufrir y ser miserables, o gozar y ser ricos, en su propia oportunidad, una oportunidad que por lo menos en cuanto a su propio tiempo y espacio, es perfecta, irremisiblemente suya (nuestra, diría mejor), y ni el Creador podría quitarle esa oportunidad so riesgo de subvertir el orden y traicionarse a sí mismo, y en esa traición, pero sin mérito ni culpa laguna, hubiera surgido otra suerte de Lucifer. Antes, te he dicho por la soberbia. Ahora te lo completo: también por la yoeidad. El primer ser que se angustió de yoeidad fue Lucifer. Y detrás de esa experiencia fue creado el género humano, lleno de grandes o pequeños yos, rebeldes todos en potencia, asiento de grandes protestas, dueños de toda la miseria, de todo el dolor y del gozo del mundo, porque, para ello, se necesita ser un yo, o no hay nada más que el aburrimiento del Señor."

Celebro el tardío desplazamiento de Ochoa Reza, el mayor mal que ha pasado por el PRI. Pero no es suficiente: Meade no sólo tiene que mostrar que sabe y que puede, sino que quiere, que tiene hambre y sed, locura y pasión, vida y garra, llama y ardor; no sólo empaque y credenciales de burócrata especializado.

Tiene que mostrar al estadista dispuesto a mover montañas o morir en el intento.

59 días y contando.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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