PARRESHÍA

El reloj de Dios y otras sandeces.

El reloj de Dios y otras sandeces.

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Hoy los tiempos no son de los hombres, son del Señor y son ¡perfectos!

El laicismo no tiene ni trata de religiones; trata de ninguna religión.

Toda religión es una capilla cerrada a fuego y sangre, exclusiva, celosa y exigente. Fuera de ella habita el caos o el infierno, quien vea o se aventure más allá de sus paredes merece el peor de los castigos: la expulsión a la nada.

Así son y así funcionan, porque tratan de la fe y de Dios, de cosas de otro mundo, de otra vida, del más allá.

El laicismo no aspira a tanto; no es cosa de divinidades, es de simples hombres de carne y hueso, y tampoco es algo metafísico, es de aquí y ahora, a nuestra escala y entender. Y por eso, por ser relativo a los hombres, toca lo plural, cambiante, cuestionable y opinable. En ello no hay verdades eternas: las verdades son hasta que dejan de serlo. Son, sí, en el tiempo; en el devenir cambiante.

De allí que las cosas del César sean del César y las de Dios de otro mundo.

Bueno, así lo eran hasta la 4T. Que antes de cargarse la Estatua de la Libertad y después del NAIM y los fideicomisos, se cargó el laicismo y el tiempo.

Hoy los tiempos no son de los hombres, son del Señor y son ¡perfectos!

Buen, ¡hasta la hora es de Dios! Al menos eso dijo Santo Tomas Alcocer: regresamos al “reloj de Dios”.

¡Claro, sólo en México y en el huso horario del Centro!; fuera de este divino tiempo brillan las tinieblas y los relojes satánicos. ¿Qué hora perfecta del Señor será en las estrellas que se apagaron hace miles de millones de años luz y su luz aún ilumina nuestras noches?

¡Ése, señoras y señores, es el científico que tiene en sus manos nuestra salud!

¡Reloj de Dios! ¡Pobre Dios!, ahora hasta reloj tiene que usar.

No tiene porque saberlo Santo Tomas Alcocer, pero ya San Agustín había dicho que Dios no creó al hombre en el tiempo, sino con el tiempo. Porque Dios no es en el tiempo y menos tiene reloj.

Por más que busque Santo Tomas Alcocer, no encontrará antes de Adán un calendario, ni reloj de sol.

El tiempo es una medida finita, marca algo medible que tiene principio y fin. Dios es eterno, infinito, ¡para qué habría de necesitar medir el tiempo!, si no es en él. ¿Cómo se mide lo finito en el infinito? ¿Dónde se encuentra, cómo se contiene?

Medimos el tiempo los humanos porque es el grillete que cargamos al cuello desde que nacemos: la hora de nuestra muerte.

El reloj de Santo Tomas Alcocer es el ombligo donde la 4T guarda su comprensión del universo y le sobra aún un infinito de espacio para otras chucherías.

Lo bueno es que, si Dios no tiene reloj, ni tiempo; la 4T sí.

¡Alabado sea Dios!


PS.- Tanto pinche viaje al Tren Maya e ignoran que el tiempo maya es más preciso y exacto que el tiempo de Dios.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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