PARRESHÍA

Los discursos de 2018 y el futuro de México...

Los discursos de 2018 y el futuro de México...
Trabajan solamente en la búsqueda de la piedra filosofal del odio y la destrucción

Inició 2018 y las expectativas económicas, en estricto sentido publicitario-electoral, podríamos asegurar que son exitosas, tomando en consideración que la inminente derrama financiera que se avecina, dejará maravillosas ganancias a los medios.

Basta saber que las maquinarias electorales de los miles de candidatos que buscan ocupar presidencias municipales, curules locales y federales, escaños senatoriales, gubernaturas y la misma Presidencia de la República, tendrán que pagar por publicar sus estrategias mediáticas.

Nada de obscuro hay, desde luego, en que una actividad tan importante para la evolución de la humanidad como la comunicación, se vea socorrida en sus finanzas en ocasión de las elecciones en México. Lástima que la divisa de mayor trascendencia mediática sea, al menos hasta el momento, la destrucción de la imagen de los adversarios.

Y si quisiéramos calcular el volumen de los daños morales que se han hecho y de los que se avecinan, tendremos que multiplicar el número de espacios que se van a poner en juego, por el número de partidos políticos y sumarles las candidaturas independientes.

Hasta el momento, en 360 grados no veo en ningún discurso, una bandera positiva, constructiva o edificante, atada al mástil de la navegación discursiva de alguno de los precandidatos. No se percibe la tendencia de un proyecto de gobierno que defina ser de derecha o de izquierda.

Y eso es lo menos grave. Lo verdaderamente triste y decepcionante es que no hay un solo discurso que no contenga como eje, la arenga irónica, sarcástica y destructiva.

En el marco del voluminoso proceso democrático del que estamos echando mano en 2018 para tratar de equipar a nuestra nación con hombres y mujeres que trabajen eficazmente en los tres órdenes de gobierno, valdría la pena que los candidatos revisen su decir, como un gesto de ética política y de respeto a los votantes.

En sus meditaciones previas a la estructuración de sus discursos, los buscadores de la simpatía ciudadana deberían autoimponerse, por respeto a sí mismos, una mordaza que quite de su boca la ofensa y la diatriba.

Partan, señores candidatos y equipos de diseño discursivo, de que los insultos y la utilización del lenguaje para herir, lastimar y promover el odio, es un abuso verbal con el que ofenden a la pureza de la buena voluntad ciudadana que los escucha.

Consideren que, las frases de sus discursos contestatarios, envalentonados y pendencieros, por más hilarantes que puedan ser, no solamente pervierten la libertad de expresión, sino que hacen eco en redes, en cortes informativos y en spots de radio o televisión, en detrimento de una niñez y una juventud que al escucharlos, sufren grave daño en su formación cívica e intelectual.

En ese sentido, en el de dignificar el discurso, entiendo que las cosas no estarán tan fáciles para ustedes, candidatos, debido a que sus respectivas "burbujas", al parecer trabajan solamente en la búsqueda de la piedra filosofal del odio y la destrucción para forrar con su esencia todas las posibles fórmulas propagandísticas que destruyan a sus adversarios.

Pero sepan y tomen conciencia de esto: Para el futuro de nuestro país, más preocupante que la incomprensible combinación ideológica que surge de la cohabitación de partidos políticos nacidos de corrientes de pensamiento diametralmente opuestas, es que las crónicas de sus discursos llenos de odio, entren a toda hora, de manera legal y pagada, a todos los mexicanos.

Será acaso que la democracia, así como la estamos ejerciendo, está permitiendo que la difusión de sus discursos de odio dañe, de manera irreversible, la formación intelectual de todos los niños y jóvenes de México.

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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