Epifanías

La inutilidad de la corcholata

La inutilidad de la corcholata

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La función hace al órgano, la simulación solo lo prostituye.

La inutilidad de la corcholata. — El tapado era en el viejo PRI un sujeto a quien en el juego sucesorio se le tapaba el rostro con una capucha. Hoy eso no existe, en su lugar hay corcholatas. Pero tapado y corcholata difieren en identidad, objeto y función. El tapado es alguien al que se le cubre, no precisamente para no ser identificado, sino para ser adivinado; alguien que está ahí pero oculto, una especie de ausencia presente que, una vez descubierta, sigue presente, pero transfigurada en una suerte religiosa de consagración. Hay en el proceso de tapar una transformación que se pretende milagrosa sobre lo tapado.

Por su parte, la corcholata no es un sujeto, hace las veces de la capucha en el juego del tapado, no las del tapado; es un aditamento de metal que se adhiere al borde de una botella para evitar que su líquido gaseoso escape, líquido que puede verse a través del cristal del envase, es decir, su función de tapar no es la de ocultar, sino de contener la efervescencia que guarda el contenido del recipiente. El observador, pues, sabe perfectamente qué obtendrá del proceso de retirar la corcholata, si una gaseosa de grosella o de cola. No habrá sorpresa, ni milagro, tal vez ni sed. Destapado el envase, la corcholata pierde toda funcionalidad y objetivo, imposible volverla a adherir a la botella y evitar la pérdida del gas. Se convierte, además de inservible, en desecho: sin posibilidad alguna de vida útil, al menos como corcholata. Si bien se ve, la corcholata es un juego perverso sin sujeto alguno, misterio, ni premio final. Y lo que queda dentro del envase una vez removida, también tiene una caducidad casi inmediata, toda vez que su efervescencia escapa por segundos.

Puedo entender la carga distractora del montaje de corcholatas ante una realidad aterradora que niega todo sueño y delirio palaciego, pero no acabo por entender cuál sería el incentivo de jugar de corcholata, más aún cuando todos los jugadores conocen las mañas y trampas del dueño del Palacio. El colmo de hacerle de corcholata es de serlo en botella llena de una substancia sin efervescencia activa: tapar un gas que no existe, simular ser una tapa que nada tapa. Cuando las corcholatas de Palacio se desprendan de sus envases no habrá reacción alguna que observar; nada pasará, ni bufalada, ni espuma, ni reacción: inerte. Salvo, quizás, la sorpresa de haber sido inservible todo el tiempo: antes y una eternidad después.

La función hace al órgano, la simulación solo lo prostituye.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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