PARRESHÍA

Reprobados en democracia

Reprobados en democracia

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De la democracia aprendimos el pleito, no su solución.

La democracia se define en nuestra Constitución en el artículo concerniente a la educación, colocado solo después de los Derechos Humanos y de la Nación; lo que denota la importancia que nuestros constituyentes dieron a la educación, hoy reducida a la fabricación masiva y continua de generaciones cursando grados escolares sin requisito de aprendizaje alguno: para qué, si su destino son las becas y los apoyos.

Ya ni hablar de que la educación será laica, ajena por completo a cualquier doctrina religiosa, orientada por los resultados del progreso científico, contraria a la ignorancia y sus efectos —y que conste que cuando crearon el texto nada sabían de Lety Robles— , las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios. Pero, en fin, ello es otro cantar.

La democracia en nuestra Constitución se considera, “no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”. Porque la democracia no es sólo un proceso civilizatorio, sino, y principalmente, pedagógico. La democracia, pudiéramos decir, es la enseñanza del otro y el aprendizaje a la sobrevivencia en común.

Al menos eso creíamos. Hoy, tras décadas de reformas democráticas y “transformaciones” de innúmeros viejos PRI, partiendo del vasconcelismo, pasando por el enriquismo, recalando en el madracismo y el 68, en la Loppe de Reyes Heroles, en la Corriente Democrática y todas sus estirpes, en innumerablemente partos de los montes de “nuevos PRIs”, en su resurrección versión Peña y su cártel de gobernadores, y en su hoy versión zombi con Morena, podemos acreditar que en pedagogía democrática reprobamos en toda la línea.

Es entendible que en Alito —Alejandro Moreno— se exprese lo mejor de la herencia del cacicazgo tropical de Carlos Sansores Pérez, como que en su némesis y envés —Layda— su natural degradación; pero, ¿y el resto de los demócratas?

Los viejos revolucionarios se hicieron del poder por las armas; para ellos el otro era el enemigo y había que exterminarlo; costó mucho trabajo y sangre civilizar la política en México (de civismo y civilidad); que aprendiéramos que al poder se puede llegar sin carrilleras, alzamientos, muertos y con todos: propios y ajenos. Y sí, algunas franjas de la izquierda del romanticismo revolucionario se formaron en la escuela de conquista y monopolio del poder, no en el procesamiento de la pluralidad; inducirlas al circuito democrático no fue fácil, pero lo aceptaron y les creímos. Creímos en el poder pedagógico de la democracia.

Hoy podemos dudarlo.

La narrativa del lopezobradorismo es radical, vindicante y excluyente: ya llegamos, no nos vamos y los demás deben ser exterminados, no tienen derecho, siquiera, a existir, menos a pensar y decir diferente. El gobierno no es para todos, sino de nosotros que “no somos iguales”. La democracia ya no es el circuito de la pluralidad, sino de la exclusión, la discriminación y el exterminio, de la apropiación de la historia y del futuro. El poder no es para gobernar para todos sino contra los otros. La educación solo puede ser doctrinaria. La transformación llegó con ellos y en ellos acaba: tras su paso ya no hay transformación posible; sería traicionar la transformación única y verdadera: la suya.

Tanto bregar en la democracia para terminar siendo devorada por sus engendros.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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