Pasmo
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Pasmo. — Hay veces que la historia se pasma en una realidad anodina, pringosa, oscura, pestilente. Sociedad y tiempo se extravían en un laberinto de marasmos, ecos y pesadillas. Todo es tinieblas y agobio. Se adora lo abominable, se escucha la estridencia, se cree lo absurdo, entusiasma la estupidez, se inaugura sin nacer, se aspira a la nada, colma la frivolidad. Aquellos que gozan de los beneficios del desastre pretenden continuarlo y hasta en un “segundo piso”, sin percatarse que mentan aquél abstraído de la rendición de cuentas desde hace más de 20 años alegando “información bajo reserva de ley” y socavan la tumba que con tanto ahínco destruyen hacia su infierno. Otros creen que es cuestión de una salvación indolora, rosita, creyente, fervorosa y voluntariosa, propia de pastillas de clorato, o de un simple cambio de loco. Otra franja es la de los perdidos en el mundo de las redes, abstraídos de todo, de la voluntad, de lo sustantivo; ensimismados en lo que brilla, suena y baila, arrasados por la inmediatez; refractarios al pensamiento, ajenos a la comunalidad, temerosos a la verdad, enamorados de su imagen. Finalmente estamos los que sostenemos que somos la última y más lamentable expresión de una profunda y larga descomposición social y política, y que solo nos queda iniciar un nuevo y doloroso principio.
Por sobre todos, una pesada sombra impone su pasmo: especie de tiempo sin tiempo, un transcurrir estéril, lánguido, inmóvil, delirante. Avanzar en la oscuridad eterna sabiendo que en ella no se hace camino, ni se va a lugar ninguno. Como Sor Juana, un morir por no morir.
Algunos, desesperados, se aferran a la imagen que de sí y del mundo han creado, pero abrazan espejismos. Vienen a mi memoria las líneas con que Torres Bodet se despidió aquella ya lejana tarde de 1974: “He llegado a un instante en que no puedo, a fuerza de enfermedades, seguir fingiendo que vivo. A esperar día a día la muerte, prefiero convocarla y hacerlo a tiempo”.
Nuestro sistema político, igual que Torres Bodet, ha vivido por mucho tiempo fingiendo vivir; pero a diferencia de él, se ha instalado en el pasmo, temeroso de convocarla espera día a día que la muerte, por fin, nos salve de él.
Lo que hoy veo en las redes de la política en México, ni es política, ni tiene futuro. Da lástima, grima. Es emético. No merecemos este nivel de autodegradación e indignidad. No lo pudo decir mejor López Velarde desde el título de su poema: “Despilfarras el tiempo”:
que vengan a nosotros a aprender
cómo se dilapida todo el ser.
A pesar de nuestro extravío, les deseo de todo corazón que acabe este pasmo por el bien de México. Y si a bien no sé si podremos ser felices en el 2024, sí sé que le habremos de sobrevivir; más no en un simple estar y transcurrir, sino en el gozo de ser más y mejores en nosotros mismos, como individuos y como Nación.
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