LETRAS

A mi amigo

A mi amigo

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La existencia es solo un camino hacia sí; un camino sin huella y sin rastro; un camino solitario, iluminado sólo por la amistad.

Mi amigo es un gran coleccionista. Su colección de arte mexicano es extraordinaria. Solo más grande que ella es su colección de personas. Con un inconveniente, cree que toda persona coleccionada es su amiga.

Siempre me llamó la atención su obsesión por disponer cómo sentar a las personas, ya sea en una mesa, una sala, o un teatro; casi igual que sus piezas de arte popular, cuadros y muebles, siempre dispuestos y exhibidos para la ocasión.

En alguna confidencia se dijo ser alguien de muy pocos y verdaderos amigos. Algo, por cierto, más que común en las relaciones políticas, en las que se suele estar aislado y solo en la multitud. Se está aislado cuando, aún acompañado, no hay nadie que actúe en común con uno; y se está solo cuando se siente uno abandonado de toda verdadera compañía, aún sin estar aislado. Paradójicamente la última vez que lo vi me supe solo rodeado de una de sus colecciones humanas de temporada y aislado y sabedor de una acción simulada donde mi papel era la de una pieza más de la colección, consciente, no obstante, de su papel en un timo que, por fortuna, fue de poca vida y sin mi.

El mundo de hoy requiere de gente extraviada en la soledad de la masa indiferenciada; negando sus personas y sus espacios. En el rebaño no media espacio y sin espacio no hay comunalidad, ni ámbito de acción donde tejer lazos humanos. Un mundo de seres despersonalizados, desarraigados y superfluos, como los objetos coleccionables.

Por el contrario, la familia se da en la necesidad de la subsistencia, sobre de todo del menor indefenso, y la ciudad en la amistad de los iguales. No quiere esto decir que el amigo no esté necesitado, pero sí que la suya no es una necesidad de sustento sino de superación; de hambre de ser y hacer más de uno mismo. El verdadero amigo, dice Cicerón “mira al otro como una imagen de sí mismo, y así se hacen presentes los ausentes, los necesitados abundantes, los flacos poderosos y, lo que es más dificultoso de creer, se hacen los muertos vivos. Tal es la honra, el deseo, la memoria que les sigue siempre de sus amigos (…) Si se destierra del mundo la unión de la benevolencia (buena voluntad) ninguna casa, ninguna ciudad subsistiría, ni aun el cultivo de los campos podría permanecer. Y si por esto no se entiende bastante cuánta es la fuerza de la amistad y de la concordia, de las disensiones y discordias no se podrá entender. Porque ¿qué casa hay tan fuerte, qué ciudad tan estable que los odios y discordias no puedan derribar. De donde se puede conocer cuánto bien se encierra en la amistad”.

Hoy resido en algún oscuro almacén de su colección de personas con mi amistad para con él intacta, porque si la amistad se fincara en el interés, muerto éste aquélla cuantimás. Y hoy mi benevolencia, como el vino inmemorial, se reafirma en nuestros juicios, edades y genios ya firmes y maduros.

La amistad no se colecciona, las soledades sí.

Mucha de la crisis de nuestro sistema de partidos radica en ser una colección de soledades, intereses y voracidades sin visión de futuro y benevolencia. Muchos proyectos políticos de largo aliento naufragan en proyectos económicos y particulares. Y quizás también en ello se desplanten muchos de los desencuentros que hoy abisman a la Nación.

Pero la amistad tiene sus ciclos y estaciones. El otoño la llena de sin sabor y desencanto, como cuando el árbol se desviste de hojas y en lo íntimo se resguarda de la lluvia, del viento y de la escarcha que golpean su rugosa corteza y no obstante, como el árbol de Demian: “No muere. Aguarda”.

Porque la existencia es solo un camino hacia sí; un camino sin huella y sin rastro; un camino solitario, iluminado sólo por la amistad.

Una amistad que en ausencia no muere, arraiga.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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