Democarcia desleal
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Ya con la Loppe (1977), que partió de una amnistía y construyó un gran pacto político, facilitando, además, la creación de nuevos partidos en México, y con el profesor Olivares en Gobernación, allá por el año 80, la Comisión Federal Electoral denegó un registro a un partido. El escándalo fue mayúsculo, la reforma de apertura cerraba la puerta a una nueva expresión política en México. La batalla mediática se perdió y el costo que se pagó fue alto. En alguna ocasión se le preguntó en corto al profesor por qué se había negado el registro y contestó: “porque se negó a poner en sus estatutos que respetaría la Constitución de la República, actuaría legalmente y se comprometía con los principios de democracia”. Algo, por cierto, a que obligaba la propia ley como requisito de registro.
A la lejanía podrían parecer excesivos el requisito y la pena, pero si vemos bien era lo mínimo elemental que se podía exigir: cumplir las reglas del juego y jugar limpio.
Hoy podemos ejemplificar lo necesario de la exigencia, pero también las ausencias de controles y castigos para con los jugadores no leales a la democracia y a la Constitución en el circuito democrático.
Hoy tenemos un movimiento en el poder que se ha aprovechado de todos los beneficios, libertades y derechos de la democracia para acabar con ella, que protestó cumplir y hacer cumplir la Constitución, para deformarla hasta hacerla trapeador de una sobremayoría espuria. Finalmente, una democracia de partido y pensamiento único, con prisión preventiva oficiosa y sin poder judicial capaz y autónomo para proteger nuestras libertades y derechos.
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