El dolor
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Se va el 2024 llevándose un ramillete de dolor y algunas cuantas alegrías. El balance es deficitario, mientras se envejece va cambiando la perspectiva. El ángulo de la cámara se modifica y algunos nubarrones pueden nublar el panorama en forma total.
Mi país uno sigue en la encrucijada de la violencia e inseguridad. A pesar de los cambios constitucionales para fortalecer el aparato de combate a la criminalidad no se ve cómo lograrlo con eficacia, eficiencia y a corto plazo. Los noticieros están llenos de noticias mortuorias, de las que se solazan los odiadores profesionales a la 4T y la respuesta presidencial (con A) es que se investigará, o ya se está investigando y… analizando.
Mi país dos está envuelto en una especie de cruda realidad polarizada entre la decepción del régimen que fenece y la turmenta que se avecina.
En el conocido sueño se privilegia el éxito de acumulación monetaria de bienes y recursos. Tener, tener sin ser. Esa es la regla de estulticia que prevalece, cada vez más y más.
Mi cuerpo ha sufrido los avatares del paso del tiempo. Por más optimista que amanezca, me duelen las coyunturas y me lastiman las noticias de contemporáneos y amigos idos ya. En especial aquellos cercanos que inexplicablemente y en forma por demás abrupta se fueron antes que yo, sin avisar.
Extraño en cierta forma la paz y el consuelo de conocidos religiosos que en un rezo misterioso arreglan su conciencia y negocian el dolor. Lo anestesian, tal vez con inconsciencia.
Mientras que, en otros, el dolor está vivo y presente siempre.
¿Cómo ser ajeno al sufrimiento por la pérdida de algunos con quienes compartimos años de felicidad y experiencia?
¿Cómo ser ajeno a un mundo cada vez más polarizado y agresivo en contra de inocentes niños y mujeres? Cada vez más empobrecido regionalmente, desigual y autoritario.
¿Por qué nos hemos olvidado del valor de la palabra para comunicar y lo hemos sustituido por arcabuces y bombas aderezados con discursos de odio?
En mi país tres, es decir, el resto del mundo, se administra el miedo indecoroso de los débiles contra las potencias y mientras los primeros apenas tienen que comer, los menos se solazan en el desperdicio y tiran la comida a la basura mientras cantan amenazan para apretar ipso facto y a la mínima provocación, los botones rojos nucleares de destrucción, o los misiles dirigidos a inocentes.
En cambio, recuerdo que el mundo que yo quería era aquel de una guerra permanente contra la ignorancia, contra el hambre y la inequidad. Donde la cultura y la educación prevalecieran, prevalezcan algún día.
En cambio, cuando el dolor ataraza quiero besar más y más. Fantástica redención en mi experiencia vital.
Yo que sufro de ceguera, todo se acumula en la nitidez cuando uso mis anteojos y puedo leer apasionados relatos de quienes me antecedieron en imaginar y construir un mejor futuro, un mejor mundo para todos sin mentiras, falsedades, sinvergüenzadas. Cuando me escapo de la realidad.
Con dolor, que no es otra cosa que una señal en el cuerpo humano y en el cuerpo social de que algo no está bien. O que muchas cosas están desarregladas y no funcionan como debieran o quisiéramos.
Sabemos que falta combatir con mayor éxito a la violencia generalizada y la inseguridad, elevar la calidad académica, mejorar la salud de todo. Habrá que hacerlo con urgencia y enfrentar con éxito la estulticia y la necedad.
También sé que nunca apoyaremos a los traidores manipuladores de información, descastados que sólo ven lo sucio de sus narices mientras cuentan monedas y lingotes de oro, entre gritos, llantos y lamentos.
Es también una expresión dolorosa, porque no hemos podido resolver qué hacer para ser mejores mientras la tragedia ciega toca a los otros, a los diferentes, a los demás.
Somos lo que tenemos más allá de lo material, porque somos lo que somos. Los inconformes, los románticos, los artistas y soñadores seremos siempre dolorosamente los apartados. Los opositores irredentos que no callamos frente a las injusticias, la corrupción y la mediocridad.
Asumiré en cambio el reto vital. Será redimirme en la felicidad de soñarte, de besarte, de tenerte y excluirnos del resto del mundo, al que cada vez menos entiendo.
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