PARRESHÍA

Realidad imaginada

Realidad imaginada

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Posiblemente entre el lenguaje de las matemáticas y el de las ideas se abisma el más grave de nuestros extravíos como especie.

A Pepe Newman




Lo que más disfruto de mis pláticas con Pepe Newman es nuestras diametralmente opuestas formaciones: él es un científico riguroso, yo, por el contrario, fui formado en el humanismo o las mal llamadas ciencias sociales que de ciencias no tienen nada.

La ciencia parte de la duda sistémica, pero no se estaciona en ella, exige demostración, es decir, una forma de poder probar entre diversas hipótesis cuál es la que se sostiene por correcta, hasta que nuevos conocimientos o dudas la sujeten de nuevo a contraste y experimentación.

Las leyes de Newton, consideradas como epítome de las ciencias, fueron corregidas y mejoradas por Einstein cuando demostró los errores en los que había incurrido su autor en la órbita de Mercurio y que le permitió confirmar científicamente su teoría de la relatividad. Cuando Einstein recibió el premio Nobel su discurso fue de un párrafo en el que afirmó que si los datos generasen conocimiento sabríamos más sobre el hombre que sobre las estrellas y no es así. Lo que, por otro lado, alinea con la hipótesis de trabajo sobre el datismo cibernético de mi libro “La caverna digital” (Amazon 2023).

Las ciencias sociales no responden necesariamente al mundo objetivo, sino a lo que se conoció como el idealismo desde Platón: el mundo de las ideas. El derecho es un mundo que persigue ideas y se aplica por la fuerza, así sea en uso legítimo (Ver “La culpa emasculante” en “¿Cómo llegamos aquí?” Farías, Amazon, 2025). En la carrera de derecho se habla del mundo del ser y el del deber ser, uno es objetivo, el otro es una aspiración hecha obligación sobre la que se desplanta hoy la mayor parte de nuestro entendimiento y relaciones.

Pepe sostiene que creemos ciegamente en las ideas, pero somos reacios a creer en la ciencia, preferimos explicarnos la muerte de un seto por el mal de ojo que por plaga o falta de agua. Dice Pepe: “Cuánta desgracia ha ayudado a producir La Idea de Idealidad. Si sobra y basta con planear metas deseables dentro de lo real y alcanzable pero es claro que querer ir más allá, la sola idea del Más Allá es el garlito, la ilusión, la divisa, la causa, la coartada, el discurso, la estrategia, la racionalización y la justificación de esa capacidad y propensión (en el caso de nuestra raza, esa profesión) de fracasar, de hacer todo para no lograr pero a cambio, y aquí está el inconfesable secreto, sí conseguir armar, armarse, un discurso q va Del Sueño de Lograr a La Pesadilla de No Conseguir para vivir durmiendo mientras corre El Gran Sueño de la Vida” (Confesión en LFMOpinion.com).

Posiblemente entre el lenguaje de las matemáticas y el de las ideas se abisma el más grave de nuestros extravíos como especie. Se nos dice que “hay razones del corazón que la razón no entiende”, pero en la explicación está la trampa, el corazón no razona y aquello que llaman razones del corazón son hormonas y cambios químicos en nuestro organismo por emociones causadas por impactos de la realidad.

El hecho es que, nos dice Harari, este problema del lenguaje hunde sus raíces a 30 mil años ha, cuando los neandertales desaparecieron del planeta para siempre. Hagamos un poco de contexto: el Homo Sapiens no fue la única especie del género humano sobre la tierra, una, entre las hasta hoy conocidas y las aún por descubrir, fue la del homo neandertal.

Estudios del ADN muestran que el del humano actual tiene entre 1 y 4 por ciento del homo neandertal y que del ADN humano único de los melanesios y aborígenes australianos tiene hasta un 6 por ciento del homo denisovano (Harari, 2023). Es decir, muy marginalmente estas especies humanas se mezclaron, aunque lo más seguro es que la sapiens las haya exterminado.

Por sobre las otras especies humanas, la sapiens logró desarrollar el lenguaje, no solo para comunicar información sobre el mundo, como los monos que emiten sonidos que significan peligro, sino para perfeccionar su convivencia, solidaridad y supervivencia. El lenguaje, pues, desarrolló en nuestros antepasados un instrumento para procesar nuestra vida gregaria. Es en este contexto de sociabilidad que pudieron comunicar no solo lo que pasaba frente a ellos (peligros o alegrías), sino, y principalmente cosas que no podían pasar de cara a ellos por ser ficticias. Dice Harari que las ficciones son la característica más singular de los sapiens, donde la ficción no solo permite imaginar cosas, sino imaginarlas colectivamente: “Hasta donde sabemos, solo los sapiens pueden hablar acerca de tipos enteros de entidades que nunca han visto, ni tocado ni olido” (Ibid). Ello, dice, significó una “revolución cognitiva”, además, “nuestro lenguaje es asombrosamente flexible. Podemos combinar un número limitado de sonidos y señales para producir un número infinito de frases cada una con un significado distinto” (Íbid), como científicamente lo probó Chomsky con su gramática generativa.

A diferencia de los neandertales, este lenguaje de significados múltiples y de ficciones o fabulas, permitió a los sapiens cooperar entre ellos a gran escala. Esto es de gran importancia: dice Harari, “la investigación sociológica ha demostrado que el máximo tamaño ‘natural’ de un grupo unido por el chismorreo es de unos 150 individuos. La mayoría de las personas no pueden conocer íntimamente a más de 150 seres humanos, ni chismorrear efectivamente sobre ellos”, sin embargo, la ciudad, incluso antigua, sobrepasa en gran medida dicho umbral, lo que fue posible gracias a la aparición de la ficción: “Un gran número de personas pueden cooperar con éxito si creen en mitos comunes” (Harari, Ibid). Mitos comunes que solo existen en la imaginación humana. A diferencia del mono que alerta del peligro o las abejas y hormigas que pueden comunicar dónde hay flores o comida, el sapiens pudo imputar en saberes colectivos deidades y mitos a peligros, miedos, fenómenos naturales e ignorancias. Y han sido los mitos los que han permitido a los sapiens cooperar ciega, flexible y fervientemente en gran número y entre extraños. El mito, para serlo, debe ser compartido y su acompañamiento a gran escala ha permitido organizaciones complejas y multitudinarias. Harari pone de ejemplo las religiones que permiten que personas que no se conocen y viven en continentes diversos compartan las mismas causas y creencias. La Revolución Mexicana el siglo pasado, como hoy La Transformación, son dos mitos que explican en gran parte de nuestros comportamientos fanáticos nacionales.

Frente a la realidad objetiva hemos construido una realidad imaginada, creída y compartida.

López Obrador, en su delirio, cree sin fisuras en su misión salvadora y poderes sobrenaturales, pero Sheinbaum y gran parte de su secta exaltada creen en su palabra, orden y destino, si ello significa acabar con los nuevos neandertales, todos aquellos humanos que no comparten su creencia, no tendrían prurito alguno para exterminarnos junto con nuestras creencias y mundo. A diferencia de los cambios genéticos que dieron paso a los homínidos, las mutaciones de creencias se operan a gran velocidad porque no requieren de un gen transmitido a lo largo de innúmeras generaciones, sino tan solo de nuevas fabulaciones y creencias, pero ello complica, sin embargo, aún más nuestra realidad esquizada: por un lado creamos ficciones y abrazamos creencias que no se corresponden con la realidad objetiva, por otro nuestra biología y capacidades orgánicas no responden ya a sus escalas, como por ejemplo los volúmenes y velocidades de información que hoy se manejan por la revolución tecnológica que están fuera de escala humana, o la Inteligencia Artificial.

Gran parte de nuestra Babel moderna responde a esta realidad dual y a dos mundos que viven en nosotros y sus dos lenguas: los objetivos y científicos y los idealizados y creídos.

Regresando al obradorato, observamos en él una realidad alterna, la de los otros datos; la de los constructos como el del pueblo y la de los dogmas como “no robar, no mentir y no traicionar”, cuando sobre estas tres acciones se desplanta todo su edificio de complicidades y poder, de suerte de serles permitido actuar autoritariamente y llamarse victimados, golpear salvajemente a ciudadanos y menores pacíficos y acusarlos de tentativa de homicidio, orquestar desde el cenit del Estado una movilización institucional y forzada y creerla espontanea, orgánica y auténtica; ver caerse a pedazos un México desangrado y cantar loas y ozanas a sus no resultados.

En las aceras de la contra esquina las oposiciones se creen por igual vivas, actuantes, queridas y respetadas. Listas para seguir medrando como ficciones democráticas.

En la sociedad, quien no está fanatizado con la fabulación transformadora, lo está con la ficción de que en breve caerá. La realidad imaginaria nos impide ver la realidad objetiva y yo, formado en el deber ser y en el mundo de las ideas, termino por recelar de Pepe y su certeza científica, aunque creo que ambos, como los neandertales, habremos de terminar por ser exterminados por los delirios, fanatismo y realidad imaginada de la idea de la Transformación.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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