Triste navidad
La polarización es el elemento sine qua non de todo populismo. Supone una morbosa fuerza de atracción de hacer sufrir a otro y solazarse en ello; un desprecio por las normas que se aprecian todas injustas y una confianza en la fuerza del número, así sea ésta falaz. Todo ello envuelto en una especie de fanatismo impermeable a todo argumento y experiencia.
Todo ello termina por arribar a un desprecio por la vida humana. Arendt sostiene en “Los orígenes del totalitarismo”, que “sólo donde existen grandes masas superfluas o donde pueden ser derrochadas sin desastrosos resultados de despoblación es posible la dominación totalitaria”. Lo cual explica la sobretasa de mortandad en más de 300 mil durante la pandemia, 200 mil por inseguridad, 150 mil desaparecidos y sabrá Dios qué más hayamos de hallar de cifras ocultas en un cercano futuro.
Pero hay algo aún más interesante, los totalitarismos se dan en una indiferenciación numérica de sociedades que perdieron organicidad e identidad por causas y agendas comunes, de clase, de raza, de religión o de gremio, y con personas que hasta entonces no habían participado activamente en política y creen ahora hacerlo en lo que en realidad es un espejismo democrático que, sin embargo, abusa de las libertades democráticas y trastorna el principio de mayoría.
No en balde la Alemania nazi y la indiferenciación rural rusa fue la ausencia de estratificaciones la que germinó los totalitarismos de Hitler y de Stalin. En ambos países la ruptura de los sistemas de clases causó la crisis de partidos que, como ahora, al ya no representar a nadie favorecen un movimiento de rencores y resentimientos, no organicidad de comunidad y pertenencia.
Y de igual manera fue necesario el desmembramiento de nuestro sistema de partidos, por un personaje y su claque que primero se encargaron de acabar con todos ellos, desde dentro y desde fuera, para finalmente constituir un movimiento desestructurado e inorgánico nucleado alrededor de una solidaridad negativa y fervor febril personalizado y dogmático.
Todo ello fue analizado por Arendt en los años cincuentas del siglo pasado, pero hoy se expresa en populismos que se presentan como bondadosos, humanitarios y salvadores. Nada más falso.
Make America Great Again es la desmesura hecha ceguera y odio. No creo que ni Calígula haya estado tan loco como Trump. De lo que sí estoy seguro, es que nadie ha tenido tanto poder sin control alguno, ni propio del sujeto, ni de la sociedad y las leyes sobre él.
Nos va a tomar mucho tiempo desmontar este monstruo de mil cabezas. Habremos de contar para ello con la descomposición a su interior y la estulticia de sus filas.
Pero hagámonos cargo que estamos en el inicio de una nueva edad media en el mundo y, aquí en México, en el reinicio, como tantas y tantas veces, del tiempo cíclico de los aztecas que no nos deja, desde nuestros orígenes toltecas, desprendernos de la llegada y retiro de Quetzalcóatl como deidad que encadena y salva, que libera y condena, que repta y vuela, que apaga todo fuego para volverlos a encender en un infinito de infinitos.
Triste texto para desear feliz navidad, pero hasta las navidades habrán de cambiar, dejando su melosa bienaventuranza y bondad, para otros tiempos y otros mundos.