Zedillo, ¿el demócrata?
Acompaño a Zedillo en sus críticas a la reforma judicial, a la pantomima de elección judicial y a la destrucción de la democracia y de la República a manos de la secta obradorista.
En lo que no lo acompaño es en la versión manida de “su” democracia.
Imposible negar los avances de la reforma del 96 y la apertura política de su gobierno, pero tampoco se pueden negar sus artificios para vender una democracia, por decir lo menos, dirigida y fingida.
A la distancia entiendo su interés por propiciar unas “primarias” —así les llamaba él— en el PRI, en otras palabras, una elección interna en toda forma para definir a su candidato presidencial en el 2000. Aquel domingo por la mañana, tras una reunión de Zedillo con González Fernández, a la sazón, presidente del PRI —el quinto al hilo en un total de seis en su sexenio, ¡vaya sana distancia para con el PRI!—, éste último zanjaba la discusión que sostenía con Carlos Almada y conmigo sobre las dificultades para instalar casillas en todas las secciones electorales del país. Por un lado, el brete logístico, por el otro, el económico y, finalmente, el de abrir la votación a todo ciudadano, cuando las últimas reformas a los estatutos del partido las habían cerrado a sólo los militantes. Su respuesta fue contundente: “todo mundo vota y una casilla por sección, punto”.
Con independencia de todo lo que tuvimos que hacer para lograrlo, la decisión, obvio, no fue suya, y quien la tomó no estaba pensando en la democracia interna del PRI: más allá de la impostura de aparecer como “El Democratizador del PRI”, lo que buscaba era su quebranto financiero, drenarlo de recursos, dejar a su candidato en la inopia, complicar su campaña y, finalmente, cambiarle al presidente del partido, quien ya había acordado con Labastida permanecer al frente y coordinar las campañas de diputados, senadores y gobernadores, de suerte de dificultarle aún más una elección en la que por primera vez el tapado presidencial no era del PRI.
En “Nuestra apariencia de democracia” describí las prisas que nos entraron por llegar a la democracia ipso facto tras el 88, que debiéramos mejor decir, del 86 y la contrarreforma de Bartlett. Y que, ya hechos democracia plena, había que acreditarlo con la alternancia. Poco importaba que ésta se hubiese pactado en Washington a cambio del salvamento del error de diciembre, ni que obedeciese a la moda transitológica que ofuscó a no pocas mentes dotadas y enloqueció a muchas otras voraces de poder. Y aquí es donde la narrativa de la democracia de Zedillo no cuadra.
Zedillo hizo todo para que Fox llegara al poder, entre ello muchas cosas buenas con su reforma del 96, pero también operó una alternancia pactada que niega la democracia que presume. Lo mismo con la democracia interna del PRI y su sana distancia, que no le impidió hacer de sus comités ejecutivos un reguilete y del PRI mismo un cadáver insepulto. Finalmente, le dejó la víbora chirriando con un PEMEXgate que solamente él pudo aprobar y que dejaba al financiamiento prohibido y excesivo de Fox como una pastilla de clorato.
Pero lo peor de Zedillo es que hoy critique a su propio engendro. Primero ordenó a Moctezuma, sí, el ahora embajador en Estados Unidos y exsecretario de Educación, entregarle a López Obrador los archivos de la elección de Madrazo en Tabasco, luego, a la Procuraduría General de la República, el desistimiento de la acción penal contra López Obrador por la toma de pozos petroleros, más tarde instruyó que limpiaran de todo archivo en Tabasco cualquier papel relativo a la muerte de José Ramón López Obrador, acaecida en el tendejón familiar y por la que su hermano mayor, Andrés Manuel, tuvo que abandonar a toda prisa Villahermosa. Finalmente, para coronarse como paladín de la democracia y de la alternancia, apoyó a Fox, dejó en la inopia al PRI, a Labastida en el olvido y a López Obrador le franqueó la candidatura a jefe de gobierno sin tener residencia efectiva ni vecindad en la Ciudad de México, para entrar así a la historia como un demócrata imparcial que le abrió la presidencia al PAN y la Ciudad de México al PRD.
Esa es la democracia que presume Zedillo, una democracia que de no haber sido manipulada e impostada, hubiese resultado resiliente al garnucho del déspota a quien hoy ataca en desmemoria de la responsabilidad en su encumbramiento. Nadie puede alegar en su defensa el daño que él mismo causó.
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