Y dale con Zedillo
Y sigue la discusión sobre mis textos de Zedillo; la mayoría asume que tengo algo personal en contra de él y que no reconozco nada de su gobierno, incluso, que comulgo con las ruedas de molino de la 4T.
No, no tengo nada contra Zedillo; ni desconozco los avances de sus reformas electoral y de justicia, su gobierno tuvo grandes luces, pero también, como todos, amplias sombras.
Mi punto, sin embargo, es más genérico y atañe a todos. Hoy aceptan ciegamente que Zedillo instauró la justicia en México, pero su nueva justicia se estrenó con la procuración de Chapa Bezanilla y La Paca, y la basurero apellidada Sánchez Cordero es uno más de sus engendros: primero, en su campaña, la placeó en las mesas de justicia del IEPES, sin más mérito que ser amiga de su esposa, luego la hizo ministra de la nueva Suprema Corte; su historia posterior ha demostrado que nació para no pasar del corredor, cual maceta. Hoy, además, en estricto apego al no nepotismo cuatrotero, impulsa a su hija como ministra de la Corte. En materia democrática, sacó al gobierno del IFE, para luego pasar por sobre él y dar los resultados de la elección presidencial. Lo “ciudadanizó”, como le llamaron entonces, pero en realidad instaló el sistema de consejeros por cuota partidista, y terminó entregando al hoy INE a una camarilla que dedicó sus desvelos a perfeccionar su maquinaria, acrecentar su presupuesto y a reinar, no a formar ciudadanos e implantar verdaderamente la democracia en México. En su limpieza y transformación del PRI impulsó a personajes como Murat y Salazar Mendiguchia. En su imparcialidad antipriísta, apoyó al Peje, no sólo lo liberó de los delitos federales de toma de pozos petroleros, donde, además de causar grandes pérdidas, puso en peligro vidas humanas e instalaciones estratégicas, sino que ordenó desaparecer todo rastro del asesinato del hermano menor, le entregó al PRD a Zacatecas y Tlaxcala, solo para crecer a López en méritos como presidente del partido y, finalmente, le franqueó la candidatura a la Ciudad de México permitiéndole violar la ley e instituciones que presume hoy de su propia manufactura. Tras ese bautizo de poder, mandar al diablo a las instituciones era lo único posible.
Pero “su democracia” y reforma “definitiva”, así como su alternancia, no fueron fenómenos orgánicos ni ciudadanos, menos auténticamente democráticos; por el contrario, formaron parte de un presidencialismo ladino, hijo de un antipriísmo que en el fondo era un priísmo trasnochado, rancio, renegado y gandalla. Y no pretendo defender al PRI, pero sí señalar que Zedillo cebó y se trepó en la moda del anti PRI, de la que aún hoy pretende sacar raja.
Hoy defiende como grandes logros, lo que solo fue oropel e impostura, de otra suerte no estaríamos a punto de fenecer como República, democracia y Estado de Derecho. Nuestra democracia nunca fue tal: un buen día la declaramos al embrujo de dos reformas electorales sin implantación social, que solo terminaron por aupar a una partidocracia de negocios familiares y publicitarios, pero que no respondía a procesos ciudadanos ni de democratización. Llegamos a la democracia declarándola, y a la alternancia, imponiéndola desde el poder, en una versión del “tapado” antipriíta. Y aquel botudo que pateaba ataudes de cartón y pisaba remedos de víboras tepocatas en sus mítines, se apocó frente a un López Obrador al que, combatiéndolo con miedo, lo creció.
Y ya que hablamos de miedo, Zedillo se sabía sin méritos para ser presidente, de allí su miedo y de él su forma de “comprar” su manida narrativa histórica. Su reformismo fue entregar lo que le pidieran, por eso hablaba de la “reforma definitiva”, porque ya había entregado todo.
Hoy viene Zedillo a reclamar, junto con la reforma judicial y el golpe de Estado a la democracia del obradorismo, reclamo que compartimos, sus medallas democráticas, cuando la democracia que nos vendió como madura y enraizada se cayó cual castillo de naipes a manos del monstruo que creó.
Por último, creo que a Zedillo no lo mueve ni México, ni su justicia, ni su democracia. Menos el futuro que nos espera: a Zedillo lo mueven las órdenes de sus patrones como vocero de sus preocupaciones por negocios y activos en México.
Un futuro no muy lejano revelará si el democratismo desinteresado de Zedillo perdura, o si regresa a la comodidad de su acostumbrado silencio.
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