PARRESHÍA

Madmax tepiteño en Acapulco

Madmax tepiteño en Acapulco

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Con el Acamoto, Acapulco termina con más basura en calles y playas que con el Otis, la ciudad toda se convierte en piquera, cantina y basurero.

El Acamoto es una especie de MadMax chilango en Acapulco, pero a lo bruto. Este año, en sólo tres días se contaron 8 muertos y 5 heridos. No se contabilizan en estas cifras los muertos por alcohol, injerencia de otras substancias, violencia, ahogamiento ni desaparecidos, sólo los que murieron arriba de sus motos y a causa de ellas. Para que se pueda usted hacer una idea, imagínese que la zona de autopartes robadas de la Doctores en la Ciudad de México, junto con todo Tepito y La Merced, se trasladan, pero multiplicada por cien, en moto hasta Acapulco y toman la ciudad y las playas. Pero no son sólo la fauna y su transporte, es el asalto en forma al grito de tierra quemada, una verdadera conquista de Hunos, la lumpenización de la joya del Pacífico. Algo así como convertir al puerto por tres días en un auditorio Che Guevara de la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM grandototote y miado, es decir, en su estado normal.

Con el Acamoto se acreditan, además, muchos cambios sociológicos y económicos. Las playas no son ya para familias ni para asolearse, son pistas de carreras, aquelarres y escenas que ni Fellini; no se va a Acapulco a gozar de sus bellezas, sino a destruirlas, su turismo deja más daños que recursos y hace más destrozos que tres huracanes ayotzinapos juntos, y el lumpen proletariado ya no es necesariamente pobre. Por supuesto que no faltan las motocicletas remendadas con alambritos y clips, rociando aceite, tuercas y gasolina en una mancha interminable que se puede seguir desde la Ciudad de México hasta La Quebrada, pero una buena mayoría de los Acamotonetes montan motocicletas de marca y de cientos de miles de pesos, cuatrimotos con luces sicodélicas y alto costo, y hasta vehículos de playa con luces y bocinas de discoteca. Porque ése es otro sello del Acamoto, si tu moto no hace un ruido infernal, eres un jodido, pero si exhala un rugido que retumba hasta Marte, entonces estás chido, pero si, además, lanza luces cambiantes de colores y tu música se oye desde la Laguna de Tres Palos hasta Puerto Vallarta, por un lado, y Puerto Escondido, por otro, eres todo un Macedonio.

No deja de ser curioso que tras convertir avenidas y calles en una especie de concentración de Morena en cacofonía de rugidos de motores, se muden a las playas convertidas en pistas de acrobacias donde compiten en unos cuantos metros para acelerar al máximo sus motores, hacer un escándalo enloquecedor y ejercitar las maniobras más absurdas hasta terminar casi siempre llantas pa arriba, o bien convertir las arenas acapulqueñas en un gran estacionamiento con fritangas, bar y baño (gran incógnita esa de dónde hace sus necesidades este turismo). En estas megaconcentraciones en la playa, además de poder quedarse sordo, corre uno el riesgo de ser atropellado o bien revolcado por las olas, ahogado en el mar o de borracho, o terminar con uno o dos balazos en la barriga, o con un examen proctológico no solicitado, todo a la vez.

Por cierto, otra gran oferta acapulqueña del Acamoto es que es libre de Guardia Nacional.

Pero no espere usted ver a apuestos y barbudos jóvenes enfundados en pantalones y chamarras de cuero, menos aún a esculturales mujeres en hotpants, sobreros, botas vaqueras y cabelleras brillando al sol, no, no se haga usted ilusiones: es el Acamoto, no Hollywood. En el Acamoto es más importante el tonelaje que desplazan piloto y acompañante que la moto misma, y la vestimenta no puede violar el último grito de la moda de la zona de autopartes robadas de la Doctores.

Con una salvedad, en este Mad Max no aparece Mel Gibson ni Tina Turner, cuando mucho, a riesgo de los asistentes, puede aparecerse Abelina en ropas de asolearse y, quiera Dios no, Evelyn reventándose una rola ensangrentada.

Y si clarita hizo del Paseo de la Reforma su Little Iztapalapa, por qué diablos Abelina no va a hacer de Acapulco su Macedonio Fest.

Con el Acamoto, Acapulco termina con más basura en calles y playas que con el Otis, la ciudad toda se convierte en piquera, cantina y basurero.

No dudo que Sheinbaum busque inversiones por 3 mil millones de pesos para sacar a flote a Acapulco, pero si Macedonio quiere imponer su estilo de vida como paradigma acapulqueño y Abelina sigue promoviendo esta suerte de lumpen festivales, no habrá quien vaya a invertir al puerto, si es que queda algo de él, como del buque insignia Cuauhtémoc, las medicinas, el INE, la Corte y México.

Recomendación turística: cheque con antelación las fechas del Acamoto 2026 y haga reservaciones para viajar lo más lejos de Acapulco que pueda.

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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