PARRESHÍA

La cosa juzgada

La cosa juzgada

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Para los ministros hijos de su maldito acordeón es imposible entender esto, de hecho les está negado cualquier clase de entendimiento.

Hay temas y personajes que causan grima y escribir de ellos exige un esfuerzo denodado de contención para no caer a niveles de su arrabal.

Tal es el caso de Lenia Batres, quien es imposible separar del muégano de su clan y voracidades, Hugo Aguilar, espejo negro de Tezcatlipoca, donde el negro expresa la oscuridad que en el pueblo mexica significaba la muerte del sol, de los dioses y la vida, lo que combatían derramando su propia sangre y la ajena para que un nuevo sol naciera en derrota de la oscuridad. Hoy, desconociendo toda nuestra teogonía y filosofía prehispánicas López Obrador nos dice que los mexicas no sacrificaban a los prisioneros de sus guerras floridas, ni se punzaban con espinas de maguey, ni tenían un tiempo cíclico ni las ceremonias del fuego nuevo. Además de estos impresentables (López incluido) las demás miserias con toga, hijos de su maldito acordeón se suman a las dificultades de contener que el ánimo se desmande. ¿Ven ya lo difícil que es mantener la calma cuando de estos especímenes hablamos?

Pero hoy quiero referirme a la tesis impulsada por varios ministros (es un decir) de dar al traste con el principio jurídico universal y milenario de la cosa juzgada en el supuesto caso de un juicio fraudulento.

Partamos de que la Corte no pretende revisar sentencias de una autoridad inferior, sino de su igual pero anterior, pero hay otro principio de derecho que dicta que nadie puede revocar sus propios actos, lo cual además es penado como delito. De proceder el absurdo propuesto, la actual Corte estaría revocando sus sentencias, la misma institución, con las mimas atribuciones, pero de otra época; nada más que no sólo carece de atribución para ello, sino que, además, tiene prohibición expresa en texto constitucional.

Ahora bien, el principio de cosa juzgada tiene que ver con la certeza jurídica y la necesidad de que la vida siga su curso: si las diferencias no tienen final, si el conflicto se eterniza se hace imposible la vida.

Todo final es un límite y todo límite es seguridad, seguridad que es también posibilidad de un nuevo comienzo. San Agustín decía que el hombre vino a la vida a comenzar algo nuevo, para eso estamos aquí, no para eternizarnos en el pasado, sino para cerrar capítulos e insertar el ser en el devenir con acciones que empiecen un nuevo inicio.

Dimitir es renunciar a algo, perdonar es resignificar el pasado, ambas acciones nos liberan y permiten una perspectiva diferente para dar comienzo a algo nuevo.

La cosa juzgada no solo pone un fin al conflicto y otorga una férrea certeza a las partes, además las libera para que puedan resignificar sus pasados y ocuparse del mañana con acciones que den paso a nuevos comienzos y auroras.

Para los ministros hijos de su maldito acordeón es imposible entender esto, de hecho les está negado cualquier clase de entendimiento, por ello no se dan cuenta que su invento puede ser su tumba. Si la cosa juzgada puede ser revivida por sospecha de fraude, lo primero que habría de juzgar de nueva cuenta es la defraudación de su propia elección, el lodazal orquestado por Ulpiano Noroña y Adán Augusto Atila, los acordeones del bienestar, la ignominia del INE de Taddei y la infamia del tribunal de los lentes morados de Moniquita Soto y la miseria de sus compañeros golpistas.

Bien decía el oráculo de Delfos: Cuida lo que deseas.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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