PARRESHÍA

Entre ser acordeón y ser nada

Entre ser acordeón y ser nada

Foto Copyright: X

El mal ya está muy esparcido.

Mi querido amigo Juan Enríquez escribió ayer en Reforma sobre los detalles, y sí, el diablo se esconde en los detalles, por ejemplo, no habríamos de preguntarnos qué ve el 77 por ciento de mexicanos que sostienen la popularidad de la presidente de cara a resultados tan mediocres, en lugar de lo que ve el 33 por ciento restante; quizás entenderíamos mejor la realidad.

Pero no se trata de hablar de popularidad en mundo líquido como el nuestro, sino de las cosas pequeñas, los detalles. Aristóteles alertaba que hay que combatir el mal cuando es pequeño, porque una vez que ha crecido, hubiese dicho, ya es metástasis.

En ese mismo tenor, Hannah Arendt habla de la banalidad del mal: el mal no se presenta haciendo gala de sus peores horrores, ni hace presunción de sus desgracias, ni es pendenciero ni prosaico como Noroña —a quien ya todo México le da los buenos días recordándole su progenitora—, más bien es modesto, silencioso, humilde, acomodaticio. Mi santa madre hubiese dicho que es como la humedad.

Precisamente por eso, el mal no desperdicia el tiempo en echar raíces, siempre es superficial y, como los hongos, se esparce y crece a gran velocidad sobre extensas superficies, pero no enraíza.

Arendt llegó al concepto de la banalidad del mal cuando fue enviada a cubrir, como judía y filósofa, el juicio del nazi Eichman en Jerusalén. Menuda fue su sorpresa cuando lo vio, ella esperaba a un ario rubio, alto, fornido cual vikingo, dotado de una inteligencia perversa, y se encontró con un hombre diminuto, de cabello oscuro y escaso, bigotito de boticario de frascos, gafas a media nariz y de poco entendimiento. Eichman, concluyó Hannah, que no era un hombre malo, simplemente era estúpido, Séneca lo hubiese tildado de estulto, objeto de la estulticia, entendida ésta como el desentendimiento de uno mismo.

Eichman, cual veleta al viento, apuntaba a donde le indicaran los vientos, jamás se preguntó por el sentido ni el destino de su hacer, menos por el bien o el mal implicados en sus actos. Él era un burócrata ejemplar que cumplía órdenes, pero que jamás se cuestionó la pertinencia e idoneidad de las mismas. De hecho, no lograba comprender qué había hecho de mal, cuando solo había cumplido ejemplarmente su trabajo, así fuese éste una industria de holocausto.

El descubrimiento de Arendt la dejó pasmada y fue objeto de severos ataques de quienes esperaban de ella a una propagandista del Estado Israelí y no a una filósofa: el mal no necesariamente implica maldad, pero sí ausencia de pensamiento crítico, como decía Séneca, de ocuparse de sí, de hacerse cargo de sí y de conocerse y de valorar nuestros actos en sus méritos, no es sus intenciones, ordenamientos, modas, ideología, acompañamiento o, incluso, supuestos y mal entendidos derechos y obligaciones.

Eichman hubiese sido el primero en formarse en la casilla el próximo domingo para cumplir su obligación ciudadana, sin cuestionarse, si estamos verdaderamente ante obligación cívica y política, o ante su negación; si es auténticamente una elección con posibilidades reales de optar y condiciones de hacerlo racional y libremente; si sus consecuencias serán benéficas y si no responde todo a una locura colectiva y suicida. ¿Copiar unos números de un acordeón en unas boletas, es auténticamente elegir?

Pero el mal ya está muy esparcido, quizás debimos parar a Andrés Manuel cuando hizo de la movilización social una industria de la extorsión política y Camacho suspiraba por él, Marcelo creía que hacía política de altos vuelos, Salinas, quizás, pensaba que así podría tener algún control sobre el PRD y éste se le entregaba a Andrés como santo peregrino con los calzones en la mano, por más que hoy todos renieguen de su hacer.

Zedillo le franqueó el acceso al poder violando la Constitución, aunque hoy sufra de amnesia de ello; Fox y Creel, en sus profundas mediocridades, lo hicieron grande y famoso, Calderón no tuvo autoridad moral ni política para pararlo, y Peña, entre el golf y los negocios, prefirió pactar por adelantado su impunidad.

Y nosotros, los ciudadanos, unos creyeron que conquistaban el Olimpo, otros que vengaban todas las afrentas históricas nacionales y personales, algunos más, que podrían entenderse con él, otros que sería un presidente más del montón mexicano, y muchos se apocaron de miedo: “a ver quién les amarra al tigre”, amenazó a los banqueros y de tapete se tendieron lisitos para llevarlo a la presidencia, esperando poder seguir haciendo negocios con él.

Pero todos, desde sus padres y hermanos —salvo uno—, profesores, amigos, autoridades, jefes, compañeros, enemigos y seguidores se han relacionado con él a través de una mezcla de admiración y miedo.

Que un político, presidente del Senado y líder, entre otros de un partido, haya salido a confesar públicamente que prefería ser “nada” a faltarle a Andrés Manuel, lo dice todo. Empezando porque semejante abyección y humillación le fue ordenada.

Este domingo, quizás, el mal sea ya de niveles de metástasis y resulte imposible pararlo. Puede que acabe con nosotros y con México; puede que de lo que quede resurja algo digno y no su contrario. Pero al menos no votemos como lo hicieron en la Alemania nazi los Eichmans, valoremos qué estamos haciendo, si es correcto, si es auténtico, si es benéfico; o si somo unos simples autómatas copiadores de acordeones de factura ajena sin siquiera entenderlos.

PS. No digamos, prefiero ser acordeón a ser nada.

#LFMOpinion
#Parreshia
#Detalles
#Mal
#Eichman
#Arendt
Eleccion
#Mexico
#politica
#Judicial
#Banalidad

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

Sigueme en: