PARRESHÍA

La justicia que instituye injusticia

La justicia que instituye injusticia

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El Estado se emasculó y decidió ser un poder que no quiere poder y, por ende, injusto.

La justicia no ve tanto al pasado, aunque juzgue y decida sobre conductas acaecidas en él; la justicia ve más a futuro. Platón lo dijo de manera diferente: no se castiga tanto por haber pecado, sino para que no se peque más, porque el pasado es irrevocable, sólo el futuro se puede prevenir.

El querer, decía Nietzsche, solo puede hacia adelante, la voluntad es “impotente contra aquello que ya ha sido hecho (…) La voluntad no puede querer hacia atrás” no puede “quebrar el tiempo ni la voracidad del tiempo -esta es la más solitaria tribulación de la voluntad-”.

Castigar al homicida no trae de nuevo a la vida al asesinado, pero sí disuade a quien piense privar de ella a otro. La justicia tiene mucho de pedagogía y disuasión, de ahí que enseñe lo que hay en cada balanza y cómo lo pesa y que lo haga con la espada desenvainada.

Eso se perdió en México desde 1968, por razones que explico en mi libro próximo a salir: “¿Cómo llegamos aquí?”: el Estado se emasculó y decidió ser un poder que no quiere poder y, por ende, injusto. Abdicamos del uso legítimo de la violencia legítima por miedo a no ser acusados de diazordacistas represores, pero olvidamos con ello la vertiente a futuro de la justicia. La pedagogía fue desde entonces: peca que nada te habrá de pasar y en esa enseñanza se formó esto que hoy se llama izquierda en México.

No nos sorprendamos, pues, de la CNTE, ni de los acordeones en las casillas, ni de los abrazos no balazos, cuando la justicia hace mucho abdicó, no sólo de la violencia legítima en protección de todos, sino, y sobre todo, de su poder pedagógico y disuasivo.

Y por eso fue posible que borraran de un plumazo al poder Judicial todo y con él la República. Lo hicieron porque esta rama de la división de poderes, ya hechos ellos del gobierno, les impidió violar la ley, cuando estaban acostumbrados a que fuese el propio gobierno, desde el poder Ejecutivo, quien les retirara los cargos, los desafueros, los requisitos de residencia y hasta les limpiara sus más añejos expedientes, pero a López Obrador no le importaba tanto el pasado, cuanto lo que le pudiera venir en adelante, no sólo en su vertiente de poder seguir violando la ley impunemente, sino, y más importante, de no ser castigado por sus ya violaciones, tanto las que no fructificaron, porque le fueron judicialmente impedidas, como las que sí, más las que se le descubran y acumulen, y así invirtió los papeles y la justicia dejó de ser un poder pedagógico y disuasor para ser la befa y el escarnio de quien prometió y cumplió mandar al diablo a las instituciones: “nadie contra mí, nadie por encima de mí, ninguna ley más que la mía, ninguna justicia contra mí”.

Una justicia que ve al futuro, no para que la injusticia no vuelva a ser, sino para que se perpetue.

Saludos a Andy.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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