Pueblo como exclusión
Lo dijimos hace meses en Pueblo como trampa, antes lo planteamos también en Salvar al ciudadano del pueblo, y lo reiteramos ya sobre la reforma electoral en Pueblo como trampa y engaño, porque es muy sencillo: el pueblo no reclama, son los ciudadanos los únicos que tienen voz y voluntad, los que se levantan en armas, los que hacen revoluciones.
Y en una República todos los ciudadanos valen lo mismo, no importa sus simpatías políticas; en tanto que el pueblo es un concepto exclusivo y excluyente, al menos en manos de los populismos: si estás conmigo y me apoyas ciega y fervientemente, eres pueblo; si no, no lo eres y vales diez toneladas de madre.
Receta que fue lo primero que nos aplicaron, aún antes de que se constituyera la comisión de la ignominia, la mediocre petulancia y la exclusión. Tanto Gómez como Noroña hicieron ver que los que no somos pueblo por pensar libremente, no tenemos nada que aportar, que lo que digamos no lo van a tomar en consideración porque ellos son mayoría y no tienen porqué considerar a nadie, y que van a hacer valer su hegemonía, es decir, su superioridad “moral”.
Una representación política del pueblo es una contradicción en sus términos, sólo el ciudadano es políticamente representable, lo demás es totalitarismo.
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