PARRESHÍA

Liberar al ciudadano de su voto

Liberar al ciudadano de su voto

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El ciudadano en México rara vez elige racionalmente, además vota, o con las gónadas o con las tripas.

Votar y ser votado, tanto como derecho, cuanto por obligación, es el verbo que conjuga nuestra Constitución.

De niño, la propaganda de todos los partidos consistía en una cruz marcada sobre el emblema del partido que fuese y la frase, en imperativo: “Vota así”. ¡Tiempos aquellos!, sin publicistas más voraces que estúpidos.

Por supuesto su objetivo era llevar al ciudadano a votar, aunque gobiernos, partidos y publicistas resulten hoy cada vez menos eficaces que en aquellos tiempos y con costos exponencialmente más altos, asuntos de negocio, sin duda. Pero, ¿son el derecho y la obligación de votar o de elegir? Me dirán: “son sinónimos”, pero en realidad estamos frente a dos eventos y acciones diversos.

Elegir es distinto y previo a votar, lo que debemos enseñar al ciudadano es a elegir, porque votar es consecuencia de ello y de mayor facilidad.

Empecemos por el voto. Votar tiene múltiples acepciones: promesa de carácter religioso: voto de obediencia; súplica dirigida a Dios; maldición, o bien opinión emitida por cada una de las personas que votan. Centrémonos en la última: opinión emitida. Primero, el voto se emite, es decir, es algo que se echa para afuera, se da, se manifiesta, para efectos prácticos se expresa. Votar es la acción de marcar en una boleta la elección seleccionada o expresar una decisión en un asunto colectivo, ya sea de manera expresa o tacita. Segundo, es la emisión de una opinión, determinación o selección que, forzosamente, tuvo que ser previa.

Los votos pueden ser de diversa naturaleza: voto de calidad, para destrabar un empate; de censura o de confianza, negándola o ratificándola a un gobierno; particular, cuando se disiente de una mayoría; pasivo, es decir, ser votado; secreto, nominal o a mano alzada. Pero todos implican una acción que expresa otra previa. Es la acción por la que se da a conocer, por la que se comunica la otra y anterior.

Por su parte, elegir es escoger entre varias opciones, preferir, seleccionar, determinar. El voto expresa lo electo; pero la elección es previa y producto de un juicio interno y silencioso, una conversación de dos en uno, como diría Aristóteles, un coloquio con uno mismo por el que el sujeto se aísla, se ensimisma y construye solo en su fuero interno una determinación. Podrá escuchar todas las voces, presenciar todo lo caricaturesco de las candidaturas, todas las promesas, las mentiras y acusaciones, todas y cada una de las sandeces -y qué las hay-, pero elige in pectore, reservadamente en el sagrado silencio de uno mismo.

Ahora bien, si elegir y votar son diferentes, y es más fácil estrujar la acción de emitir la decisión, de suyo mecánica, que la propia de decidir, y en principio libre e interna, la batalla electoral se ocupa de votar, no de elegir. De allí que la propaganda siempre se refiere al hacer y no a optar.

Necesitamos recuperar “nuestra” libertad de elección y quien nos diga cómo votar habrá que mandarlo allá, al ladito de las ruinas de Palenque, para mejor ubicación en “La Chingada”.

Decir “Vota así” es instruir, ordenar, recomendar; lo mismo que repartir acordeones; es orquestar un acto mecánico, inconsciente, no libre; no deja lugar a optar; anula y substituye el paso previo y trascendental, único y verdaderamente ciudadano de elegir, arranca de dentro de nosotros nuestra libertad.

Elegir implica un sujeto libre y liberado de sus sujeciones propias y exteriores, una acción -un ejercicio- de soberanía de y en nosotros; en tanto que votar puede ser una acción inducida, coaccionada, comprada, dogmática, ciega, orquestada o simplemente de manada, sin que medie libertad ninguna.

Por tanto, lo que requerimos no es enseñar a la gente a votar, que no pasa de indicarle cómo marcar una boleta sin sentido ni consciencia alguna; qué botón apretar en una curul, o simplemente levantar la mano mecánicamente, sino de salvarlo de su postración para que pueda él o ella misma comprender, valorar, juzgar y, finalmente, elegir.

Votar es mecánica, elegir es libertad.

Los diputados y senadores de Morena y sus amancebados votan a granel, es decir, en costal, más no deciden, ni siquiera ser; no distinguen ni la o por lo redondo, ni siquiera la yunta que lamen, ¿cómo van a poder discernir entre propuestas legislativas? ¿Cómo optar dentro de sí, cómo hacer un acto de libertad, cómo ser uno mismo, un sujeto y no un voto?

Regresemos al ciudadano, ¿qué elige cuando elige? Gobiernos y representación política. También, en plebiscitos, elige sobre asuntos públicos en consultas populares o revocaciones de mandato. Existen muchos otros momentos de libertad donde el ciudadano elige, como obedecer la ley o violarla, pagar impuestos o evadirlos, respetar al otro o faltarle, expresar su parecer político o callar, pero para efectos de elección ciudadana, son los primeros los que reconoce y garantiza -hasta hoy, sabrá Dios qué pase mañana- nuestra Constitución.

Elegir gobierno y representación, ¡menuda tarea! Primero, el ciudadano debiera saber qué hace el gobierno y qué los representantes públicos, y si bien puede tener una somera idea de ello, la mayoría de los ciudadanos carecen de un saber claro y contundente de lo que hacen uno y otros, por ende, de las capacidades que debe de considerar entre las opciones para deliberar entre la mejor en juego.
Si nos vamos a las consultas públicas, la situación se complica aún más: los temas públicos y la vida en sociedad son cada vez más complejos y contradictorios, y sus temáticas suelen ser sumamente densas y especializadas para poder definirlas en un simple a favor o en contra. En consecuencia, y de ello abusan partidos y publicistas, las decisiones ciudadanas suelen procesarse en la insensatez, cuando no en la fruslería, por no decir, imbecilidad: cancioncitas, frases pegajosas, guerras sucias, candidatas en minifalda, personajes populares pero deleznables, candidatos novelescos, salvadores de pacotilla, canallas, fajadores de cantina, dioses de arena o payasos a la carta (con mis disculpas para los payasos).

Aunque, en realidad, y es lo más triste, el ciudadano en México rara vez elige racionalmente, además vota -nótese que hablo de votar, no de elegir- o con las gónadas o con las tripas; vota sin razón ni libertad: urgido por el hambre, guiado por la ignorancia, orillado por el miedo, cegado por la engañifa, comprado por la coacción, instruido por el acordeón, ofuscado por la publicidad, encandilado por la lujuria o manipulado por las redes.

Sé bien que pedirle al ciudadano que se haga cargo de su responsabilidad pública, ni es divertido, ni a nadie le interesa ocuparse de lo político, prefieren apostar por salvadores, renegar de su acción política, extraviarse en sus comodidades, resguardarse en sus miedos, ahogarse en sus odios, escudarse en su autismo político y en su supuesta virginidad apolítica (la ciudadanía es una cualidad política); y, sí, por eso estamos como estamos.

En nuestra omisión llevamos la penitencia.

Por supuesto que para los mercachifles de los partidos y los impostores de sus publicistas lo más fácil es seguir repitiendo “Vota así”, bailar cancioncitas, entregar monederos electrónicos, pintar bardas, pegar calcomanías en los altos, despotricar del otro o emerger acordeones invisibles para el poder, a tener que enfrentar las complejidades sociales y políticas crecientes y diversas, a interactuar con ellas. Quienes se están quedándose fuera son ellos, quien logre cambiar el chip y atender los resortes propios de elegir, no nada más electoralmente, elegir formas de vida, de comunicación, de asociación, de participación, de negación, será quien sobreviva a este sistema de democracia binaria, diseñada para ciudadanos previos a la era tecnológica.

La desafección de las nuevas generaciones a lo político no habla mal de ellas, habla pésimo de nosotros.

Y por supuesto que nadie quiere discutir estos temas en la reforma política.

Debemos regresar a lo básico: lo ciudadano es lo político y sólo puede serlo en libertad. La libertad es un hábito y debe desarrollarse. La libertad debe ser liberada. El ciudadano no puede salvarse a sí mismo, debemos salvar al ciudadano de su voto y capacitarlo para ejercer libertad en la acción de elegir.

¿Cómo hacerlo?

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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