El maléfico encanto del poder y su sino
Decía el César que su esposa tenía que ser y parecer, pues bien, algo parecido pasa con la legitimidad de los gobiernos, no sólo debe de ser legítimo, también se debe ser así considerado.
Un gobierno deja de ser eficaz y funcional cuando deja de ser percibido legítimo. Algunos gobiernos no son ni eficaces ni funcionales, pero sí queridos, pero también el amor acaba cuando llega la ilegitimidad.
Hay dos momentos y legitimidades en política, la de origen y la de desempeño. Se habrá podido llegar con el mil por ciento de los votos y ser ilegítimo, también se puede tener un buen desempeño y no ser percibido como legítimo; ahora si se gana a la mala y se carece de eficacia en el desempeño, la ilegitimidad podrá tardar, pero llegará.
Morena podrá gozar de popularidad, de los espacios de poder y de control político y presupuestal, pero ha dejado de ser percibido como eficaz y como legítimo.
Ellos mismos hicieron fraude a su elección al robarse una sobrerrepresentación insostenible, sembraron las crisis múltiples que hoy cosechan y destruyeron lo que hoy son las ruinas sobre las que gobiernan; emascularon sus posibilidades al jugar todo en una jugada que, si bien ganaron, drenó las arcas públicas y rebasó la paciencia popular.
Finalmente, sus distractores, inculpaciones y montajes ya no engañan ni a un crio de pecho.
Tendrán los tres poderes, las encuestas, a los comisarios del bienestar, casi todas las gubernaturas, el control de los medios tradicionales y a las Fuerzas Armadas, por cierto, cada vez más inconformes, pero han perdido legitimidad, ergo: autoridad.
En política, cuando el maligno encanto del poder está de estreno hace que todo se perdone, que el más craso error se aplauda, que lo tonto y lo feo pasen desapercibidos, pero cuando la novedad mengua y la realidad retoma su lugar, hasta lo que se hace bien es recriminado, nada se perdona y todo, bien o mal hecho, daña la percepción de lo ejercido, su legitimidad, la ausencia de ésta no tiene sustituto ni remedio.
Jesús Ramírez apuesta a lo único que sabe hacer, disrumpir toda deliberación pública, polarizar y tender cortinas de humo. Pero sus huellas y olor sulfuroso son ya imposibles de ocultar.
Se les acabó la fiesta, quiera Dios que pronto, también, su impostura de gobierno.
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