PARRESHÍA

El maléfico encanto del poder y su sino

El maléfico encanto del poder y su sino

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Un gobierno deja de ser eficaz y funcional cuando deja de ser percibido legítimo.

Decía el César que su esposa tenía que ser y parecer, pues bien, algo parecido pasa con la legitimidad de los gobiernos, no sólo debe de ser legítimo, también se debe ser así considerado.

Un gobierno deja de ser eficaz y funcional cuando deja de ser percibido legítimo. Algunos gobiernos no son ni eficaces ni funcionales, pero sí queridos, pero también el amor acaba cuando llega la ilegitimidad.

Hay dos momentos y legitimidades en política, la de origen y la de desempeño. Se habrá podido llegar con el mil por ciento de los votos y ser ilegítimo, también se puede tener un buen desempeño y no ser percibido como legítimo; ahora si se gana a la mala y se carece de eficacia en el desempeño, la ilegitimidad podrá tardar, pero llegará.

Morena podrá gozar de popularidad, de los espacios de poder y de control político y presupuestal, pero ha dejado de ser percibido como eficaz y como legítimo.

Ellos mismos hicieron fraude a su elección al robarse una sobrerrepresentación insostenible, sembraron las crisis múltiples que hoy cosechan y destruyeron lo que hoy son las ruinas sobre las que gobiernan; emascularon sus posibilidades al jugar todo en una jugada que, si bien ganaron, drenó las arcas públicas y rebasó la paciencia popular.

Finalmente, sus distractores, inculpaciones y montajes ya no engañan ni a un crio de pecho.

Tendrán los tres poderes, las encuestas, a los comisarios del bienestar, casi todas las gubernaturas, el control de los medios tradicionales y a las Fuerzas Armadas, por cierto, cada vez más inconformes, pero han perdido legitimidad, ergo: autoridad.

En política, cuando el maligno encanto del poder está de estreno hace que todo se perdone, que el más craso error se aplauda, que lo tonto y lo feo pasen desapercibidos, pero cuando la novedad mengua y la realidad retoma su lugar, hasta lo que se hace bien es recriminado, nada se perdona y todo, bien o mal hecho, daña la percepción de lo ejercido, su legitimidad, la ausencia de ésta no tiene sustituto ni remedio.

Jesús Ramírez apuesta a lo único que sabe hacer, disrumpir toda deliberación pública, polarizar y tender cortinas de humo. Pero sus huellas y olor sulfuroso son ya imposibles de ocultar.

Se les acabó la fiesta, quiera Dios que pronto, también, su impostura de gobierno.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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