PARRESHÍA

¿Qué tenemos?

¿Qué tenemos?

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Se pueden vandalizar e incendiar joyerías en el Zócalo de la Ciudad de México frente de batallones de policías con órdenes de no hacer nada, se puede lapidarlos y encenderles fuego, golpearlos y patearlos en el suelo, sin que puedan defenderse.

Los gobiernos existen para garantizar a la sociedad que pueda dedicarse a lo propiamente suyo y, claro, entre ello a lo que es de todos común. Son los encargados de propiciar un ambiente civilizado, es decir, ciudadano y pacífico, que haga posible la concordia y la justicia, en el entendido que la justicia no es solo la de los tribunales, sino también aquella propia de las condiciones de dignidad, libertad y legalidad necesarias para la convivencia plural y justa.

La existencia de los gobiernos debe ser como la salud, algo cotidiano y normal que se da por hecho, pero que no se hace presente a cada instante, y que solo debe hacerlo cuando la concordia, su procesamiento, reglas e instituciones se rompen. Entonces es cuando el Estado debe hacerse presente y hacer valer la ley como instrumento de la convivencia.

De igual forma, cuando se rompe el equilibrio propio de la salud, la seguridad, las condiciones de vida, algún desastre natural o fenómeno o comportamiento atípico.

Pero hoy el Estado es omnipresente, ocupa todos los espacios y ensordece todas las voces, hace imposible la deliberación ciudadana, así como la concordia y el entendimiento. No garantiza, asegura, provee, prevé ni resuelve nada. Es un elefante en medio de la cama, no solo drena nuestros recursos, sino que embarga los de las generaciones futuras sin que puedan ellas hoy decidir por sí mismas.

Se puede vandalizar e incendiar joyerías en el Zócalo de la Ciudad de México frente a batallones de policías con órdenes de no hacer nada, se puede lapidarlos y encenderles fuego, golpearlos y patearlos en el suelo, sin que puedan defender su propia vida. Se ejecutan a líderes campesinos, periodistas, población inocente y presidentes municipales, pero en todos estos casos el Estado brilla por su ausencia. Sus voces y estadísticas no se conmiseran con la realidad.

Pero no vaya usted a publicar fotografías de la presidente profusamente difundidas por los aparatos de comunicación del Estado, porque se le vendrá éste con todo el peso de su poder, que no autoridad. Si osa usted dolerse y exigir seguridad tras el magnicidio de Carlos Manzo, es usted perseguido como si lo hubiese ejecutado de propia mano, cuando sobre sus asesinos no se dice nada, tampoco de las condiciones que hicieron posible su asesinato en la vía pública, frente a su familia y durante una celebración popular y nutrida. Luego, tras el arrebato, la inculpación y la politización del tema, se anuncia un plan que aún no existe y se monta un escándalo de baja estofa para imponer otro tema a la conversación

Los gobiernos deben de gobernar, lo que implica organización, articulación y eficacia, pero hoy hablan, desperdician recursos y esfuerzos en distraer, confundir y polarizar, hacen montajes, dramas y grilla barata. Son maestros en victimizarse por las consecuencias de su hacer y omisión.

Pero a los gobiernos se les mide por sus resultados, no por su palabrería, y éstos, a ojos vista, son desastrosos, suicidas y ruines.

Ergo, gobierno no tenemos, autoridad tampoco, resultados menos. ¿Qué tenemos?

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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