PARRESHÍA

Religión Política

Religión Política

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La gran diferencia entre la política y religión es la tolerancia.

Para Tocqueville la Revolución Francesa fue una especie de renacer religioso. Para Robespierre fue religión: "Lo que silencia o reemplaza este pernicioso instinto (del escepticismo) y compensa la insuficiencia de la autoridad humana en ese instinto religioso que graba en nuestras almas la idea de una sanción que otorga a los principios morales un poder más elevado que el hombre". De allí a la Guillotina no hubo más que un paso.

Las religiones políticas son religiones secularizadas y sustitutas, con liturgias, teología, apostolados, calvarios, mártires, crucifixiones y hogueras. Para ellas la movilización política de emociones y entusiasmos en usurpación de lenguajes y ritos sacros no es un ardid; es, nos dice Burleigh en su análisis de las religiones políticas del siglo XX, la "manifestación de la creencia de que la providencia había santificado un orden específico sólo a través del cual reinaría la felicidad en el mundo. El que se opusiese a esa creencia no sólo cometía un error sino que formaba parte de una conspiración demoníaca (…). Los adversarios no estaban simplemente extraviados y se les podía convencer, sino que no había más solución que exterminarlos, aunque no hubiesen hecho nada aparte de existir".

Hoy las religiones políticas resurgen en el mundo con singular vitalidad; responden a la atmósfera de desesperación y desesperanza globalizadas.

López Obrador no puede aceptar los resultados electorales porque para él no responden a un mundo secularizado de política, tolerancia y democracia, sino a su realidad interna y creencia religiosa de encarnar el bien en su lucha cósmica contra el mal. Por ello no puede entender perder. El bien –él- no puede perder contra el mal -todo lo demás-, a menos que sea el Apocalipsis.

Para él su derrota es moral y metafísicamente imposible.

Tenemos que entender que López Obrador no es un político, es un apóstol. De allí lo esquizofrénico y lo peligroso de su conducta.

Para él la democracia no elige gobiernos ni representación política, sino dirime la lucha a muerte entre opuestos irreductibles. Como en The Highlander: "No puede haber más que uno solo", por eso el único resultado posible es el exterminio total del mal en todo aquello que no se confunda con su ser encarnado.

La gran diferencia entre la política y religión es la tolerancia. En la vieja Grecia existía una especie de derecho de hospitalidad entre los dioses como entre los hombres: "El extranjero que llegaba a una ciudad, nos dice Voltaire, empezaba por adorar a los dioses del país: jamás se dejaba de adorar ni aun a los dioses de sus enemigos. Los troyanos dirigían súplicas a los dioses que combatían por los griegos". Y, sin embargo, Sócrates muere por la intolerancia de sus enemigos, que lo acusaron de inspirar en la juventud máximas contra la religión y el gobierno. Imputación tan vaga como las que ahora se lanzan contra la elección, o como ayer contra los judíos en la Alemania Nazi, o siempre que priva la intolerancia.

El nacional socialismo (Nazismo) rebasó a los partidos tradicionales que no supieron leer su circunstancia, ofreciendo inclusión en una sociedad dividida, dinamismo en una realidad marcada por el estancamiento y altura de miras (sentido y misión de vida) en un mundo regido por los intereses materiales. Cualquier similitud con el México de hoy no es mera casualidad. La disyuntiva para los jóvenes capturados por el nazismo fue de un maniqueísmo aplastante: una realidad sin salida o entregarse a la fe ciega de un credo que resolverá por arte de magia todos los problemas.

De allí que en franjas importantes y letradas de nuestra juventud el discurso de odio -alimentado irresponsablemente por el PAN y el PRD- haya echado sólidas raíces. El problema es que lo que queda del movimiento 132 no camina hacia el futuro, sino a un pasado ominoso.

No olvidemos que el concepto "Totalitarismo" se utilizó por primera vez en The Times, de Londres, en 1929 para describir el creciente rechazo a la democracia liberal. Sus expresiones marcaron las peores horas del siglo XX.

Hoy en México la proclama es "no a la imposición", asimilando como tal el mandato democrático, y exigiendo una verdadera, pero supuestamente moral, imposición.

Jugamos con fuego. La irresponsabilidad de nuestros políticos y publicistas metidos a estadistas nos tiene al filo del precipicio.

Y no es un problema de cómo se desarrollan las elecciones, quizás nunca lo fue, por más leyendas negras que en torno a ellas se tengan. Es un problema de madurez política y responsabilidad ciudadana.

Loquitos encarnados en apostolados siempre los va a haber, pero en una sociedad secularizada y democratizada no tendrían la menor posibilidad de incidir en la realidad política.

Celebramos nuestra madurez democrática porque votamos y sabemos contar los votos, sin darnos cuenta que los sustratos de nuestra democracia están carcomidos por la intolerancia de las religiones políticas.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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