PARRESHÍA

NAIM, cobardía

NAIM, cobardía

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Democracia o renuncia.

El pueblo es sabio, dicen.

Tan sabio que condenó a Sócrates a la cicuta y clavó en el madero a Jesús.

Galileo salvo a su pellejo de convertirse en chicharrón abjurando que la tierra giraba alrededor del sol, eppur si mouve; y no hay guerras más sanguinarias que las de las religiones que proclaman la paz entre los hombres.

En innúmeros Salems* quemaron mujeres y hombres señalados como brujos por denunciantes temerosos de ser también acusados; la ¡Santa! Inquisición descuartizó y quemó vivos a millones por pensar diferente y ejercer terrorismo religioso.

Ante la guillotina, el pueblo enardecido de sangre aclamó por igual la decapitación de Luis XVI como la de Robespierre y, para el caso, cualquiera otra, incluso la suya propia.

Hitler fue electo por su pueblo al que devastó tras ensangrentar al mundo.

Los pueblos de la tierra viven hoy una precarización y desigualdad sin igual, gracias a un modelo que cuida la economía por sobre el hombre y el ambiente.

En su gran sabiduría algunos pueblos cercenan el clítoris a sus niñas, mantienen a sus mujeres en esclavitud o trafican sexualmente con infantes.

Más cercano a nosotros, el pueblo sabio creyó que Fox era un ente pensante y hasta con ¡gracia!

En su sabiduría el pueblo aplaudió, apenas ayer, el encarcelamiento de Elba Esther Gordillo y la deconstrucción de su latrocinio y caudillaje sindicales; mismo pueblo que hoy aclama su liberación y la re-entroniza como luchadora social marca Nieman Marcus.

Este pueblo sabio se suicida todos los días con refrescos y golosinas hasta convertir la obesidad en riesgo nacional. Y el del vecino se entrega a una pandemia narcótica y sigue ciegamente a un demente de cabellos naranjas.

El pueblo es tan sabio que nadie lo ha visto jamás y se expresa de una y mil maneras. Tiene tal juego de espejos que dos polos irreductibles pueden hablar por él al mismo tiempo y con igual autoridad.

Siendo tan inaprensible, cualquiera se apropia de su voz, ser y alma, y jamás tendremos oportunidad de preguntarle si ello es verdad o patraña.

El problema se planteó desde la muerte de Sócrates: es el pueblo capaz de conocer la verdad o solo de tener opiniones. La persuasión, pregunta Platón, es sobre la verdad o para imponer la opinión propia sobre las opiniones de los demás.

En el Teeteto, dialogo sobre el conocimiento (episteme) y la opinión (doxa), Platón define el origen de la filosofía: "Es el asombro lo que el filosofo soporta en mayor grado; pues no hay otro comienzo para la filosofía que el asombro". El asombro, el maravillarse, thaumadzein, conduce al phatos, algo que se soporta; distinto y distante del doxadzein: formar una opinión sobre algo.

La resultante del phatos es el pasmo: ahora sé lo que es no saber; sé que no sé y así es como surgen las grandes preguntas. Pero mantenerse en el phatos y en las preguntas últimas es tan desgastante que el pueblo, en su sabiduría, lo abandona por el doxadzein y se forma opiniones sobre lo que no tiene respuesta y, además, las hace dogma y, a veces, gobierno.

Suponiendo sin conceder que pudiera preguntarse al pueblo en su conjunto, de él solo obtendríamos opinión, no conocimiento, menos verdad; las más de las veces es tan solo un parecer emotivo, tan cambiante como ignorante.

Decir que el pueblo no es tonto es hacerse tonto, porque el problema no es de entendimiento sino de sapiencia. Se puede no ser tonto y no poder construir ni con un lego, tocar el violín o diseñar un programa de computo. El saber del pueblo no puede ser de suyo especializado y las más de las veces es solo simple estimación y humor compartido.

Por eso hay tareas que se dejan a los que saben. De otra suerte para qué existiría la democracia representativa, que delega en la representación (supuestamente experta) el cuidado de los asuntos comunes.

La democracia, hay que aceptarlo, no sirve para todo; el maestro no puede poner a consulta la currícula académica, el General no puede someter a voto la disciplina militar, ni el médico a plebiscito su tratamiento.

Y la democracia directa puede llegar a ser despótica en su anonimato. Parafraseando a Arendt, porque al ser por todos no hay realmente "nadie" que la ejerza, y por tanto no hay nadie que pueda hablar con ese "nadie", ni protestar ante él.

El pueblo, además, es un concepto más romántico que real; lo suyo no es el saber, ni siquiera el aeronáutico.

Finalmente, recurrir al pueblo para tomar determinaciones técnico-políticas puede ser una forma de rehuir el mandato de las urnas y su responsabilidad inherente. No es democracia, es su negación y cobarde renuncia. La democracia ya se expresó y otorgó mandato; la carga de las decisiones y de sus correlativas responsabilidades corresponde al electo y es una carga irrenunciable, intransferible e incompartible. Se llama poder, se digiere con rendición de cuentas y se sufre en la soledad del poder. Y en eso sí el pueblo no es tonto.

* Las Brujas de Salem, Arthur Miller.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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