PARRESHÍA

Cuarta Transformación, sin significado

Cuarta Transformación, sin significado

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Todos la festejan, pero nadie la ha visto.

Seamos objetivos, lo que tenemos es el triunfo de una estrategia electorera que nos polarizó en "ellos" y "nosotros", donde ellos representan al establishment, concepto campana que facilita una polarización tan flexible como esquiva y útil.

El triunfo, hay que admitirlo, se sustenta en las crisis terminales de un modelo económico, otro de democracia liberal y uno más de Estado-Nación. Pero saberlo no es solucionarlo.

Se habla de la Cuarta Transformación como hecho consumado, no como asignatura pendiente y colectiva. Cual divinidad, todos la festejan, pero nadie la ha visto:

"Como la sacra soledad del templo,
Sin ver a dios se siente su presencia,
Yo presentí en el mundo tu existencia,
Y como a Dios sin verte te adore."



Corremos el riesgo de tener una transformación, usando palabras de Snyder, de "una democracia ingenua y con imperfecciones a una especie de oligarquía fascista confusa y cínica".

Regresar al pasado, más que una tentación, se impone hoy como dogma de fe. Pero la vida tiene fin, no reversa.

Vallespín y Bascuñan (2017) nos dicen que el decadentismo promete una "modernidad regresiva" (America Great Again), que parte de la idealización de un pasado en edad de oro y un presente oscuro imputable a un villano favorito, de suerte de vender la catástrofe perpetua: la "espectacularización del fracaso" como garlito electoral. "País en ruinas", en la versión parlamentaria de Mario Delgado.

Pero no es el pasado el que los mueve, ni el presente quien los atormenta; es el futuro el que les aterra. Parafraseando a Borges: no los une el amor, los une el espanto.

Por eso manejan con el espejo retrovisor como horizonte y el fracaso y el villano como argumento perpetuo. Señalan al villano y a la villanía, no su solución.

Lo que requerimos como Nación es brincar ese cerco de rencor, impotencia y demagogia; reinventar la democracia en situaciones estructurales que demandan atender a un tiempo lo sistémico y lo coyuntural. Construir la vía y el ferrocarril en marcha. Reconstruir la casa en llamas sin salir de ella.

Partimos de unas condiciones del Estado-Nación ínfimas ante los retos y poderes globales. De un entorno geopolítico hostil y desquiciado, de un modelo económico sin salida, de una democracia de performances personalistas, de una cohesión social erosionada.

Lo fácil fue ignorar los condicionamientos sistémicos a fuer de conseguir el poder a toda costa; lo difícil es que esa vía siempre se estrella con una realidad de expectativas rotas.

Las cuentas verdes de campaña hicieron tabla rasa de condiciones estructurales, pero éstas no se exorcizan con la alternancia del poder.

Más allá de entusiasmos y triunfalismos, el país cruje como en terremoto. Urge construir un nuevo pacto político y concitar un nuevo proyecto de País.

El 1º de julio se eligió gobierno, pero los valores, principios y fines del México del siglo XXI están por definirse, mientras no lo hagamos estaremos "huérfanos de futuro".

Discursivamente la Cuarta Transformación es la solución a un presente de fracasos (villanía) y a la mafia del poder (villano); es la búsqueda de un tiempo perdido y glorioso (decadentismo); la construcción de un "pueblo" como bloque político monolítico, monocromático, excluyente: el pueblo "bueno" en el que no tienen cabida los que no son "nosotros", el pueblo malo, las élites, el establishment. Pueblo encarnado (transustanciado) en un líder mítico, cuya voz es una y la misma con la del pueblo, porque la voluntad de todos recae finalmente en la voluntad de él. Significantes todos ellos "tendencialmente vacíos" en palabras de E. Laclau (2005), es decir significantes sin significado, "aquellos en los que su característica fundamental es la indefinición o la indeterminación y, por tanto, pueden ser ‘ocupados’ con una multiplicidad de contenidos" (Vallespín y Bascuñan).

Definir la Cuarta Transformación es evitar que se subvierta el proceso de significación, que todo sea impreciso e indefinido, que se creé una realidad y subjetividad políticas por el solo hecho de nombrar las cosas: "el súbdito ideal del régimen totalitario no es el nazi o el comunista convencido, sino el hombre para el que ya no existe la distinción entre el hecho y la ficción, entre lo verdadero y lo falso" (Arendt).

Seamos objetivos, la Cuarta Transformación es hoy un cascarón vacío, un lema de campaña; no realidad política, no concepto con significado.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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