PARRESHÍA

Ya no hay urbis, todo es orbe

Ya no hay urbis, todo es orbe

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No hay muralla suficientemente alta.

Hay algo que ni Trump ni López Obrador, están considerando: la globalidad.

La globalización es un hecho. Nos puede o no gustar, podemos estar mejor o peor preparados para enfrentarla, pero es del todo innegable. Nada de lo que pasa en el globo terráqueo nos es ajeno o distante. Nuestra suerte es la de todos, de la telaraña mundial nadie escapa.

Pretender amurallarse tras fronteras, enterrándose en las trincheras del Estado Nación, ese cascarón desastrado al viento, es una desmesura.

Me expreso de otra manera, no habrá muro, físico o humano, que detenga el fenómeno migrante del siglo XXI; ni autarquía posible en un mercado global; menos aún prosperidad posible en un mundo depauperado, ni salud en la pandemia. No hay forma alguna de restarse o aislarse; no hay a dónde huir ni cómo escapar. Todo está en todo, todos somos un uno planetario. No hay Arca de Noé posible ante el diluvio que viene. O todos nos salvamos o todos pereceremos.

El paradigma del Estado benefactor, autosuficiente y aislado, es un despropósito semejante a la Europa de los imperios. Las condiciones económicas, comerciales, productivas, laborales, sociales, epidemiológicas y culturales en la actualidad nos aplican a todos. Ya no hay primer ni tercer mundo; todo es uno y la suerte del mas fuerte es la debilidad del más frágil. Ése es el mundo que construimos. Concentrando la riqueza terminamos por implantar la precariedad globalizada. El África de tierra arrasada por los imperios se muda a Europa, la (norte)América* para los americanos se hace realidad en el andar de los sin patria ni esperanza.

Hace semanas escribí nuestra reticencia, en tanto humanidad, a aceptar la realidad aplastante, obstinándonos a prolongar artificialmente lo insostenible. Somos como Kodak negando la digitalización o como taxistas combatiendo el transporte por aplicación; como el Imperio Romano ante su derrumbe o las monarquías de pantomima que se niegan a morir.

¿Es posible detener un alud, tapar un volcán, encerrar un huracán? Tampoco detener el cambio.

Trump, en su desmesura, aspira a lo imposible: revertir el fin del imperio norteamericano.

Lo malo es que buscando parar el ciclo de la vida, acabe con la vida misma. En su hybris el mundo vale menos que su reelección.

America great again es un despropósito y engaño electoral; el tiempo no tiene regreso y en un mundo globalizado no caben ya grandiosidades, solo cooperación y solidaridad.

López Portillo llamó al libro de sus memorias como Presidente "Mis tiempos", porque sabía que su presidencia tenía caducidad y declarada ésta se cerraba para él la historia; solo le quedaba su juicio inapelable.

Pues bien, igual pasa con los imperios. Tarde que temprano fenecen, nada es para siempre.

A esta realidad hay que agregarle que lo que pretende Trump y, en su escala y circunstancia López Obrador, es controlar lo inmediato, amurallarse dentro de sus fronteras, alcances y, por qué no, delirios, para evitar que la terca realidad y lo inexorable del cambio llegue. Uno quiere regresar el tiempo a base de elecciones polarizantes y odio; otro a base de mañaneras, mientras el tiempo discurre inapelable y soberano.

La globalización avanza de suerte que los problemas comparten hoy naturaleza, calidad y alcance global. No hay donde esconderse, no hay muro ni cerrazón intelectual, por alto y ancho que sean, que puedan detener la omnipresencia de la globalidad.

Diría mi hijo que nos aproximamos al accidente global, simultáneo, imparable, de escala de humanidad.

Eso fue lo que no entendieron las generaciones que nos antecedieron, y quizás no estaban en la perspectiva de hacerlo; nosotros sí: no hay problema en el mundo que no tenga en sí germen globalizado. Economía, medio ambiente, miseria, hambre, inseguridad, enfermedad, ignorancia y, principalmente estupidez y desmesura pueden alcanzar en cualquier momento escala global.

Trump piensa en enclaves electorales y votantes afines y vociferantes, en tanto que López Obrador en un aparato de control político electoral, los dos ven la tempestad y no se hincan, se obstinan en negar la realidad, en ganarle la partida cual si fuera un partido a vencer o una franja electoral a cooptar. Construyen muros en el mar.

No tengo respuestas sobre qué podemos esperar, de lo que sí estoy cierto es que será de escala global; no habrá nación ni sociedad ni economía que pueda evadirse de sus consecuencias. Ya no hay urbis, todo es orbe.

¿No valdría la pena cambiar nuestra visión del mundo y en lugar de vernos el ombligo, alzar la vista al firmamento y recordar nuestra verdadera escala y posibilidad?


* México forma parte de Norteamérica, para bien y para mal.





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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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