Concordia o tormentas
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"En lo que respecta a la política, siempre se está sobre suelo volcánico. Debemos estar preparados para las convulsiones y erupciones abruptas".
Ernst Cassirer
A Spinoza siempre le inquietó que los pueblos prefiriesen verse sojuzgados por un poder fuerte, incluso tiránico, antes que emanciparse en el seno de una república tolerante y liberal.
En su "Tratado teológico-político" denuncia los prejuicios de teólogos (y políticos) que mantienen al pueblo en la ignorancia y se oponen a su libre reflexión; utilizan, dice, la superstición para implantarse y perpetuarse.
La superstición, sostiene Spinoza, es el mejor medio para gobernar a la masa: "La multitud es incapaz de percibir las verdades un poco profundas". Por la superstición "la simple discusión se toma como un sacrilegio, y al juicio lo absorben tantos prejuicios que la sana razón no se puede hacer escuchar, ni siquiera para sugerir una sencilla duda"; igualito que el mundo rijoso y polarizado de las redes.
Regresando a Spinoza, "apagar la luz de la inteligencia", dice, es el propósito de prejuicios y superstición.
Por otro lado, los pueblos gustan creer en la más absurda de las fábulas, si les ayudan a conjurar sus miedos e iluminar su esperanzas, en vez de soportar la agria rudeza de la realidad.
Spinoza señala dos modos fundamentales de conocimiento; el primero lo constituyen encuentros con objetos o ideas que producen en nosotros una representación imaginativa y parcial de la cosa, sujeto o idea del encuentro; representación u opinión que no se corresponde a la realidad objetiva, sino a la representación que de ella nos hacemos. Por ejemplo, en un encuentro amoroso, la afectación (enamoramiento) no viene primigéniamente de la persona amada, sino de la idea que de ella nos hacemos, aunque apenas la conozcamos. Dicha idea puede ser falsa, idealizada, parcial, engañosa. Una ilusión que cuando fenezca puede derivarnos, de ser falsa, a la tristeza e, incluso, al odio.
El otro modo de conocimiento es con la ayuda de la razón, que nos permite conocer y ordenar nuestros afectos: frente a ese primer encuentro y de cara a la afectación que nos genera, la razón nos ayuda a discernir qué es lo bueno y lo malo para nosotros de y en este encuentro; ya no se trata solo de la ilusión o idealización del objeto, sino de determinar objetivamente si en mi y para mi el encuentro me ayuda a preservarme en mi ser y capacidad de actuar.
La idea producto del primer modo de conocimiento es pasiva, parcial, imaginativa, incompleta, provisional; mientras que la del conocimiento por la razón es activa, verdadera, completa. La ilusión es producto de esa primera afectación idealizada, movida más por la necesidad de creer en lo que deseamos creer, que en lo que realmente es; piedra de toque de la superstición que se nos impone por sobre razón y realidad.
Existe, por otro lado, una cierta reticencia y miedo a la realidad. Sostiene Ernst Cassirer que la "libertad suele considerarse más una carga que un privilegio" y, si bien no habla de conocimiento de la realidad, sí nos refiere a una actitud frente a ella. Erich Fromm, por su parte, en su obra "El miedo a la libertad", sostiene que la individuación es siempre acompañada por una creciente soledad, por "una sensación de impotencia y nerviosismo" que suele suscitar "el impulso a renunciar a la propia individualidad, y de deshacerse de esa sensación de soledad e indefensión sumergiéndose completamente en el mundo exterior". Lo cual no deja de ser una paradoja, porque en la masa el individuo cambia esa sensación de impotencia y nerviosismo, propia de la libertad y responsabilidad, por otra de atomización y aislamiento, única de la masa.
La masa parte de una "solidaridad negativa", propia de un conjunto indiferenciado de individuos que "se juzgan a sí mismos en términos de fracaso individual y al mundo entero en términos de injusticia específica. Esta amargura centrada en el yo, empero, aunque repetida una y otra vez en el aislamiento individual, no (constituye) un lazo común, a pesar de su tendencia a extinguir las diferencias individuales, porque no se (halla) basada en el interés común, económico, social o político." (Arendt)
Lo relevante, para nuestros efectos, es destacar la inclinación humana de someterse a un poder fuerte antes que a un mundo de libertades del que tendría que hacerse cargo. Preferir la ilusión y la esperanza en algún otro, en un líder fuerte y popular, al raciocinio y juicio, a la realidad, pero a nuestro cargo.
Los sofistas lo entendían y explotaban. Para Platón, el arte de los sofistas era "hechizar la mente con argumentos" que no tenían elementos de realidad y que por su propia naturaleza eran mudables y parciales; válidos "en el momento del acuerdo y en tanto que el acuerdo dura", porque "la persuasión surge de las opiniones y no de la verdad". Por ello, Arendt hace notar que los antiguos sofistas quedaban satisfechos con "una pasajera victoria del argumento a expensas de la verdad", mientras que los actuales "desean una victoria duradera a expensas de la realidad. En otras palabras, aquéllos destruían la dignidad del pensamiento humano; éstos destruyen la dignidad de la acción humana," posible exclusivamente en la realidad.
"Apagar la luz del entendimiento", por un lado (Spinoza), destruir la dignidad de la acción humana, por otro (Arendt), es la dupla para instaurar en el hombre la preferencia a someterse al "Ogro filantrópico" (y no filantrópico), aún a costa de sus libertades y derechos. No importa si a ello se llega por vías democráticas, como lo acreditan Hitler y Chávez, entre una pléyade.
En esta formula falta un elemento polarizador y deshumanizante: descalificar al otro por lo que es y no por lo que hace: te condeno por ser, no por tus actos: "Mexicano", en el caso de Trump; extranjero, en el de los xenófobos; fifí conservador en la 4T.
Para Arendt "el poder es lo que mantiene la existencia de la esfera pública (…) (y) surge entre los hombres cuando actúan juntos y desaparece en el momento en que se dispersan", éste, el poder, "sólo es realidad donde la palabra y el acto no se han separado, donde las palabras no están vacías y los hechos no son brutales, donde las palabras no se emplean para velar intenciones sino para descubrir realidades, y los actos no se usan para violar y destruir sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades." Por ello Spinoza alertaba de los riesgos de la democracia, que requiere siempre de "un llamamiento a los recursos del razonamiento", para evitar "artimañas, cólera, u odio" que perjudiquen la concordia entre los ciudadanos.
Preguntémonos por el contenido y verdad de la palabra, por la bondad y valor constructivo de la acción, de todos sin distinción.
Indaguemos si edificamos concordia o tormentas.
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