Comprender
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Tras un siglo de guerra civil y muerto Virgilio, se lee por primera vez en público su obra Eneida. Un extraño desasosiego invade a los romanos que se retiran de las tres sesiones que tomó su lectura. En la escena final, Eneas da muerte a Turno, quien, derribado y herido, clama clemencia: "no lleves más lejos tu rencor". Eneas, a punto de perdonarlo, ve sobre su enemigo el tahalí (cinturón de la espada) conquistado a muerte de Palante, fiel guerrero querido cual hijo por Eneas. Éste, en el "memorial de su acerbo dolor", excluye cualquier compasión e "hirviendo en ira le hunde toda la espada en pleno pecho". A Turno, "el frío de la muerte le relaja los miembros, y su vida gimiendo huye indignada a lo hondo de las sombras".
Eneas le niega a Roma (y a nosotros, sus lectores) el "happy ending" (Kenneth Quinn). No obstante haber triunfado en su justa causa, logrando la unión de dos pueblos hasta entonces enfrentados (y la de Eneas con Lavinia), la narrativa épica del pueblo troyano fundando Roma se ve ensombrecida (¿traicionada?) por la rabia demente, irracional y desmandada del héroe, que se niega a amoldar su actuar al ideal civilizado y civilizatorio del pueblo escogido y su destino manifiesto, para actuar igual que los bárbaros y su hado a ser conquistados y sometidos.
Al final, por sobre el héroe epónimo prevalece el odio y la venganza.
Pero no nos equivoquemos, Virgilio no buscaba final feliz ni efímero aplauso. Como sostiene José Luis Vidal, Virgilio inocula con su lectura la humana cuestión y conciencia de que es imposible "embarcarse en el horror de una guerra y pretender no mancharse con su miseria".
Virgilio nos llama a comprender de manera honrada y compasiva el momento de la victoria final, porque no hay victoria sin vidas, familias y bienes destruidos; sin locura, sin tormento. Sostiene Vidal: "¿por qué no moverlos (a los lectores) a aceptar, retándolos, a mantener un silencioso coloquio con ellos mismos, que en el momento de la victoria nadie, y, menos que nadie, tal vez, el jefe de la parte victoriosa, puede pretender mantener sus manos o su conciencia limpias?"
En estas páginas citamos a Gregorio Marañón y su obra sobre el resentimiento; dijimos entonces que éste, el resentimiento, es una pasión que dispara la ausencia de generosidad y que solo es generoso quien se abre a comprender.
¡Comprender, palabra de difícil comprensión!
En una de sus acepciones, María Moliner comprende comprensión como la "actitud benévola hacia los actos, comportamiento o sentimientos de otros", remitiéndonos a los vocablos benevolencia y tolerancia.
Comprender es ante todo abarcar e incluir, "tener una cosa dentro de sí y formando parte de ella a otra"; es también "abrazar, ceñir, rodear por todas partes una cosa", tal y como Dellamary, también aquí en LFMOpinion, tanto insiste sobre lo complejo de todo conocimiento. Comprender implica por tanto abarcar el fenómeno en su totalidad.
Pero comprender también es comprehender, de préhendere, coger, asir. Aprehender es apresar, aprisionar, capturar, detener. Se detiene al malhechor, pero también se detiene y aprisiona un entendimiento. Y tal como se prende una rosa al vestido, se sujeta un conocimiento con otro, un efecto a su causa, una conducta a su razón, una emoción a su circunstancia, un recuerdo a la memoria o al inconsciente. Se queda prendado de la belleza de la mujer, la gallardía del hombre, o la inteligencia de ambos, pero igual quedamos prendados a aquello que entendemos en profundidad. El fuego prende a la madera como el asombro a la curiosidad y al conocimiento. Y similar a la mujer que queda prendada después del coito, la razón florece del conocimiento.
Para muchos comprender es entender, aunque más bien entender es su consecuencia. Lo sostienen Morin y Dellamary una y otra vez, nuestro problema es que nuestro conocimiento es fraccionario y memorístico, no comprensivo. Repetimos cual chachalacas, pero poco entendemos, porque en lugar de comprender memorizamos.
Comprender es mucho más que entender, quien verdaderamente comprende no puede ser más que magnánimo. Moliner diría benevolente y tolerante. Comprender al otro es mucho más que ponerse en sus zapatos, porque el mono, aunque de seda se vista mono se queda; comprender es hacer nuestra su circunstancia y empática su situación. Comprender es ver al otro como igual, no como enemigo, demonio, peste o simplemente ajeno. Es vernos en el otro. Por ello, comprender hace imposible el exterminio, porque nos prende (aprehende) a la suerte del otro. Tal vez en el fondo comprender sea tocar las raíces que en el devenir del cosmos nos hermanan primigeniamente a todos y a todo.
El primer ejercicio de gobierno es comprender. Abrazar el problema, por dentro y por fuera; ver el árbol, su ramaje y el bosque en su conjunto; captar y digerir circunstancia, devenir y posibilidades del fenómeno. Tarea difícil desde las capillas ideológicas de la lucha política; desde el rencor partidario, desde las anteojeras del prejuicio, desde las miserias de los particularismos.
Mi maestro Romera decía que para enseñarle ingles a Pepito no era tan necesario saber el idioma, como conocer a Pepito. Por eso el gobierno demanda un fuerte componente de comprensión; una actitud abierta y flexible, prudente y franca.
De allí el cambio consubstancial del candidato al gobernante que siempre conlleva arriar las banderas propias y asumir la de todos; de allí la diferencia entre partidos y Estados, aquellos son partes, legítimas y necesarias, éste el interés general, partidos incluidos.
Comprender parte de derribar las barreras que nos separan de los demás, abrazar causas antagónicas en el mosaico de la pluralidad y las libertades; tolerar; ser benevolente (tener buena voluntad o simpatía hacia las personas o sus obras). Aprender, en su doble acepción de aprendizaje del otro y quedar prendado de y a él.
El buen Virgilio escribe la Eneida doce años después de la guerra civil que ensangrentó a Roma por más de un siglo. Su obra póstuma anuncia, no sin un dejo de decepción, la Paz Augusta. El cierre de su obra era una invitación a los romanos a acercarse a su pasado y presente sin rencor, sin resabios; con generosidad. Una invitación a comprender su común circunstancia.
Así pues, no llevemos más lejos nuestro rencor. Que nuestro acerbo dolor no consuma nuestra capacidad de comprender y comprendernos. Que nuestra vida en común no huya a lo hondo de las sombras.
Sea nuestro escudo la comprensión y nuestra divisa la generosidad. O bien aguardemos cien años a la versión mexicana de Virgilio.
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