PARRESHÍA

El rostro en el espejo

El rostro en el espejo

Foto Copyright: lfmopinion.com

Fin de un mundo.

A Alfonso Romera



Última semana en la prepa; Romera nos introduce, fuera de programa, al conocimiento de Jaspers y De Chardin. Cada uno, a su manera, en busca de significado y destino. Hoy, aquellas viejas lecturas juveniles me llaman a recuerdo y a presente.

Nos graduábamos, Jim Morris moría y Ronald Beauroyre lo seguía en fuga meses después desde un noveno piso -ante nuestro inútil y cobarde pasmo, que no cesa-. Estaba solo, mi familia se hallaba en Monterrey; mi tíos, José y Pepina, pagaron la osadía de haber recomendado a mi madre la escuela, acompañándome en aquella destemplada cuan lluviosa ceremonia.

Veo hoy al espejo y encuentro rostros jóvenes en los que no alcanzo a leerme, pero que expresan lo que, creo, fue la mirada de Ronald cayendo al vacío.

Uno de esos rostros, a semanas de terminar la preparatoria, en pleno despliegue de sus alas, palpando por primera vez de cerca el mundo y con la testosterona en ciclón; listo a abandonar el corral para lanzarse a conquistar el infinito; rasgado de utopías, planes y soluciones; empeñado en volar… fue confinado.

Los primeros en huir fueron sus sueños, hoy todo en él es pesadilla.

Qué pasa por su febril mente, privado de amistades, ciudad, juventud; convivencia, parrandas, risas, paseos, juegos, futuro, romances.

¿Es el confinamiento castración universal?

En el privilegio de su cuarto secuestra para sí soledad y desesperación. Refugio sagrado a donde la venta materna de un mundo feliz no tiene derecho de picaporte. Su madre y abuela, con las que vive, zozobran viéndolo taciturno, huraño, depresivo. Sospechan, con mas temor que razón, un suicidio y se desviven en infundirle un entusiasmo del que carecen. Como si éste pudiese recetarse: "dos pastillas de paroxismo cada doce horas durante diez días", o fuese cultivo de voluntarioso contagio. "Al menos, le grita la abuela tras áspera discusión, no estás como la pobre de Ana Frank", y no, no lo está, pero, sin importar el infierno, cada quien, se dice, vive el suyo propio en incomunicable circunstancia, sin manera de equiparar el dolor propio mas que con el de uno mismo.

De un día a otro su mundo se redujo a cuadritos en las pantallas de su celular y computadora; únicos contactos con el mundo exterior. Cómo se hace el amor por Zoom, se pregunta a llanto todas las noches.

Aradna, la amada, solo una voz y un cuadrito más en la pantalla se le difumina hace dos meses y medio, privado de la tersura de su piel, de lo volcánico de su roce, de sus fragancias, de sus néctares.

A veces duda que haya aún mundo alguno allá afuera. A veces, que lo haya allí, dentro de sí.

Todo se vino abajo: la escuela presencial, los cuates, la novia, el cine, las chelas, el antro. Adiós a la Europa de fin de prepa, tan soñada por años con amigos y avidez; adiós el fin de cursos, la fotografía de generación, la merecida parranda, el festejo de Aradna, el cumpleaños, los sueños, el mañana. Todo pasó a ser una "aplanada" monotonía sin fin, sin horario, sin esperanza; que día a día se alarga en semanas de encierro, de espera, de exasperación, de incertidumbre.

Su juventud le fue sustraída y en la jeta le sorrajaron una adultez ciega de horizontes. La depresión, entonces, se mudó dentro de su piel de mano del miedo. Ha llegado a pensar que mejor sería la muerte por el maldito bicho que lo incierto por futuro. Cada mañana se despierta para percatarse que la nada sigue allí, flotando en el ambiente, penetrando cada uno de sus poros.

Cómo será, si es, se cuestiona, la universidad, los noviazgos, la economía de Sísifo, la inseguridad, la hambruna, la ¿felicidad? ¿Cuáles serán las profesiones u oficios que subsistan a la crisis? ¿Encuadrará su educación en el nuevo mundo, o será arrojado por la borda de los desperdicios?

¿Cómo se vive con virus, crimen, desempleo y hambre? ¿Cómo se vive sin juventud, sin alegría? ¿Cómo, en un México en blanco y negro, sin coloratura, sin amalgamas; inarmónico?

El joven rostro vive su historia en su confinado presente, con riesgo de perderse en "el angosto horizonte del día", diría Jaspers [KJ]; en la soledad de su angustia, sin alcanzar a ver que comparte una y otra con todos. "No hay que cerrar los ojos a las dificultades y a las faltas; cuando mas se las toma en cuenta, menos desconciertan." (T. de Chardin [TDCH])

Todos somos actores de un fin de época; de un mundo de historicidad múltiple, disociada en lenguas, regiones, razas, creencias, pasados, hegemonías, economías. Hoy, surgen nuevas situaciones y condiciones que nos igualan en la desgracia, pero que nos dicen que "en todo tiempo es posible todavía otra cosa distinta" (KJ).

"Hasta ahora los hombres vivían dispersos y cerrados a un tiempo sobre sí mismos, como pasajeros reunidos accidentalmente en la bodega de un barco, del que no sospecharan ni su naturaleza móvil, ni su movimiento (…) ahora bien, he aquí que, por suerte o más bien por efecto normal de la edad, nuestros ojos comienzan a abrirse. Los más osados de nosotros han ganado el puente. Han visto el buque que nos llevaba. Han contemplado la espuma al filo de la proa. Se han percatado de que hay una caldera que alimentar y un timón que dirigir." (TDCH) En esto, Jaspers y De Chardin siguen a Nietzsche: el ser es en devenir y todo devenir puede tener sentido.

Arendt sostiene que "nuestro presente está enfáticamente, y no solo lógicamente, suspendido entre un ya no y un aún no". En palabras de Jaspers, culmina la historia mundial y "comienza la historia de la humanidad como constante intercambio mutuo en la unidad de las comunicaciones." Un mundo global y una sola humanidad son ya los productos netos de la pandemia. Fallecimientos y economías aparte, así como demencias y voracidades políticas, científicas, tecnológicas y financieras de por medio, lo que queda es un mundo intercomunicado para bien y para mal. "Noosfera", le llamó Teilhard.

Hoy nos concita la enfermedad y el dolor, pero en el alma de la humanidad se funde en amalgama una unidad de conciencia que pronto será acción: "nos damos cuenta de que, en esta grande partida emprendida, nosotros somos a la vez los jugadores, los naipes y la apuesta. Nada ya podría continuar si abandonamos nuestra mesa de juego. Aunque nada tampoco nos puede obligar a quedarnos sentados en ella. Y este juego, ¿vale la pena? ¿O es que estamos engañados?" (TDCH)

Los nuestros son tiempos de duelo, porque perdemos el mundo conocido. Y todo duelo debe beber su cáliz hasta última gota para, finalmente, concluir en resignación; más no en aquella de la acepción que dimite, se doblega o se conforma; sino en la que "re-significa"; que otorga nuevos significado y sentido a la vida: "La unidad es originada por el sentido que sigue la historia, un sentido que confiere significación a lo que sin él sería nada en la diversidad y dispersión" (KJ). "El nacimiento, las funciones de reproducción y la mente son condiciones comunes al hombre y al animal. Pero el hombre, porque es reflexivo y puede prever su acción, no se conforma sencillamente ante estas leyes como un animal: las asimila y las transforma, les confiere sentido y un valor moral inteligibles." (TDCH)

El joven del rostro en el espejo no encuentra significado ni sentido en su "angosto horizonte del día", pero, incluso en él, hay "momentos radiantes en que el hombre se encuentra a sí mismo a la mayor profundidad, en revelaciones esenciales (…) La historia no está acabada -el acontecer encierra infinitas posibilidades-." (KJ)

El peligro mayor, señala De Chardin, "que puede temer la humanidad no es ninguna catástrofe exterior, ni el hambre, ni la peste…, sino más bien esta enfermedad espiritual (la más terrible de todas, porque es la plaga más directamente antihumana de todas) que sería la pérdida del gusto por la vida", solo ésta, podría explicar el absurdo de que la vida en el universo aborte sobre sí misma.

El final de la historia de un mundo parcelado es el inicio de la historia de la humanidad.

"Lo que todavía no ha llegado es más precioso que lo que ya ha nacido" (TDCH).

Ahora sé que los rostros en el espejo son la humanidad perfilándose.




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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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