Federalismo hoy

No se separen el uno del otro

No se separen el uno del otro

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Federación y Nación.

A la otrora Corte
QEPD




"Tomaron la luz de nuestro fuego; la hicieron suya y alumbraron su propio fuego para construir su gran Nación", reza el poema de Oren Lyon, jefe de la tribu Onondaga, sobre Franklin y los padres fundadores de los Estados Unidos de América*.

Todo empezó 800 años antes, cuando cinco tribus autóctonas en Norteamérica se unieron en la confederación Iroquois. Siglos después se les unió la tribu Tuscaroras y a esa unión los colonos ingleses llamaron las "Seis Naciones", en tanto que ellos se nombraban Haudenosaunee, "Gente construyendo largas casas".

Corría 1744 y enviados de tres colonias inglesas se reunieron en Lancaster, Pennsylvania, con delegados de las Seis Naciones. En aquella ocasión, Canassatego, líder Iroqui, ponderó la figura federalista que por siglos les había permitido mantenerse unidos. Dijo: "Nuestros sabios padres fundadores establecieron la unión y amistad entre nuestras Cinco (originales) Naciones. Esto nos hizo formidables, dándonos gran peso y autoridad ante nuestras naciones vecinas. Somos una confederación poderosa y si ustedes observan el mismo método sabio de nuestros ancestros habrán de adquirir mucha fuerza y poder. Por tanto, pase lo que pase, no se separen uno del otro."

Franklin tuvo acceso a esta transcripción. Así escribió siete años después: "Sería algo muy extraño que seis naciones de ignorantes salvajes sean capaces de diseñar un esquema de semejante unión y llevarla a cabo de tal manera que, subsistiendo por generaciones, parezca indisoluble, y que tal unión resultase impracticable para una decena o docena de colonias inglesas, para quienes resulta más necesaria y aún más ventajosa, y que no podrían suponer desear un entendimiento igual de sus intereses."

"Ignorantes y salvajes", pero en los hechos ejemplares para el preclaro Franklin. La federación Iroqui se regía por un conjunto de normas conocidas como la Gran Ley de Paz. Cada nación elegía a sus gobernantes, encargados de todo lo concerniente a la vida al interior de su comunidad y, a la vez, existía un Gran Consejo Confederado para ocuparse de los asuntos comunes, como la guerra, la paz y la negociación de tratados. La unidad para la defensa común era el eje central de su unión.

La forma de construir consensos también era singular: primero discutían las dos tribus más viejas, si llegaban a un acuerdo, discutían entonces las dos tribus más jóvenes. Si ambas instancias no se ponían de acuerdo, los Onondaga tenían voto de calidad; si coincidían los Onondaga implementaban lo acordado, a menos que tuviesen observaciones, en cuyo caso se repetía el proceso. Si en este nuevo proceso ambas instancias volvían a coincidir, los Onondaga acataban.


Sería absurdo que fuésemos culpables de perder nuestro pacto federal a menos de dos siglos de haberlo jurado



Pues bien, los padres fundadores de los Estados Unidos no sólo copiaron de los Iroquis el sistema federal, sino también el sistema bicameral y el veto del ejecutivo. Es decir, desde sus orígenes, por allá del año 1000, la federación no es exclusivamente un esquema de unión y un sistema de coordinación, es también una organización del poder con contrapesos.

Franklin lleva el sistema Iroqui a Albany en 1745. Pero no solo el sistema, también a líderes de la confederación Iroqui, quienes explicaron éste y se aliaron con las colonias inglesas allí congregadas contra los franceses. El delegado de la tribu Mohawk fue invitado a presentar al Congreso la estructura del gobierno Iroqui.

Ya en los debates fundacionales de esa gran nación, Franklin destaca la organización política Iroqui y la soberanía interna de las naciones federadas frente al Gran Consejo federal. Es por ello reconocido como el padre del federalismo, siendo en realidad su adaptador. En 1988 el Congreso norteamericano aprobó un reconocimiento a las Seis Naciones Iroquis por su aportación al diseño y desarrollo del gobierno norteamericano.

La génesis del federalismo mexicano es de suyo diversa, como lo es en casi en todo. A diferencia de las naciones europeas, donde la nación precede al Estado, el Estado mexicano nace con la carga de constituir nación. El federalismo norteamericano parte de trece colonias integradas por hombres de igual raza (la población africana no era considerada ciudadana), educación, ambición, credo y perjuicios. México es por origen crisol de contradicciones, "guerra en la sangre", le llamó Madariaga. Venimos del mestizaje, la Colonia, el sincretismo, la desconfianza bajo el sombrero y la dispersión geográfica. Los colonos tenían la solidaridad antibritánica, los habitantes de la Nueva España, no obstante pulsaciones de libertad, fueron arrastrados a independizarse cuando los dos reyes, Carlos III y Fernando VII, cayeron a los pies de Napoleón.

El federalismo mexicano nace esquizado por dos tensiones, una centralista, con Iturbide y su desliz imperial, y otra desmembrista de las provincias de Jalisco, Zacatecas, Oaxaca y Yucatán. El conflicto centralistas-federalistas daba así inicio.

El 31 de enero de 1824 se jura el "Acta constitutiva de la Federación" que en su artículo 7º enumera los estados dando así lugar a que en vez que éstos formaran la federación, ésta los engendró (Tena Ramírez). Meses después, el Congreso Constituyente sostenía: "Solamente la tiranía calculada de los mandarines españoles podía hacer gobernar tan inmenso territorio por unas mismas leyes, a pesar de la diferencia enorme de climas, de temperamentos y de su consiguiente influencia. ¿Qué relaciones de conveniencia y uniformidad puede haber entre el tostado suelo de Veracruz y las heladas montañas de Nuevo México? ¿Cómo pueden regir a los habitantes de la California y la de Sonora, las mismas instituciones que a los de Yucatán y Tamaulipas?" Parafraseando a Franklin: ¿Cómo suponer un entendimiento similar de intereses?

La unión de los contrarios es siempre azarosa e inestable, a diferencia de las autarquías que reinan en soledad y no requieren de ágora, consensos, respeto mutuo ni tolerancia al que disiente.

Siempre la federación será más ardua que el centralismo, como también es más complicada la República que la monarquía y la democracia frente la tiranía. Son los costos de la libertad. Por eso ha sido para ésta tan largo, sinuoso y ensangrentado el camino de su ascenso e imperio. Tan asediado su subsistir.

Los Iroquis lo supieron muchos siglos antes que los Padres Fundadores allende el Bravo y nuestros constituyentes del 24: la federación no es solo un pacto de unión, sino de respeto, colaboración y contrapesos, en lo interno y en conjunto. Un precario equilibrio a cargo de todos.

Parafraseando a Franklin, sería absurdo que ellos lo hayan logrado por centurias y nosotros fuésemos culpables de perder nuestro pacto federal a menos de dos siglos de haberlo jurado.

Los Iroquis definían su federación como "gente construyendo largas casas", donde debemos leer nación por casa de todos y estado por casa de cada uno, sin que se pueda entender una sin las otras y viceversa. Las casas tenían que ser largas y grandes porque en ellas todos tienen espacio y libertades. Quien excluye se excluye y se disminuye. Quien excluye hace pequeña la casa.

Tiempo es de recordar lo que Canassatego, líder Iroqui, dijo a los colonos ingleses en Lancaster aquel lejano 1744: "pase lo que pase, no se separen uno del otro."


Con la colaboración de Luis Rodrigo Farías Cuevas
*Seguimos en este relato a Cynthia y Susan Feathers en "The Pennsylvania Gazette".



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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