Ya no creo en nada
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Creencia y verdad van generalmente de la mano.
Se cree siempre en una verdad; más aún, cuando ésta es revelada, pronunciada desde la cúspide, administrada por el "experto", fijada desde el poder.
Muchos muertos de COVID han muerto por creer en la verdad del experto y en la verdad del poder.
Quizás por eso Nietzsche dijo: << "Ya no creo en nada", éste es el modo de pensar correcto de un hombre creador. >> Pero ¡cómo! ¿El gran enemigo del "nihilismo" profesando un "escepticismo absoluto"? ¿Se doblegaba Nietzsche ante la duda, se cerraba al conocimiento, se rendía a la indefinición? No olvidemos, sin embargo, que Friedrich es el gran maestro del enigma; su lectura, lo dijo expresamente, no admite superficialidades, demanda compromiso, obliga a tomar postura, exige in-corporación: o la haces tuya o la expulsas; no acepta vacas rumiantes.
Apoyémonos en Heidegger para desbrozar este enigma: "no creer y no-tener-por-verdadero" son cosas distintas. El "ya no creo en nada" de Nietzsche significa "no recoger directamente y sin más lo previamente dado, rehuyendo así a toda inquietud y cerrando los ojos ante la propia comodidad bajo la apariencia de una supuesta decisión."
Nietzsche se niega así a las verdades "fijas" en un mundo en devenir; a las verdades dictadas por otros: a "esa ridícula arrogancia de decretar desde nuestro rincón que únicamente desde este rincón es lícito tener perspectiva"; a inmovilizar la vida en una única posibilidad y forma.
No dar por verdadero
Por eso el creador es siempre un rebelde que no admite moldes, fijaciones, inmovilidad. El creador es "un destructor respecto de lo que se ha endurecido y ha quedado rígido."
Crear es dar nacimiento a nuevas posibilidades de ser, de "creer", de ver. Crear es encontrarse a sí mismo en el devenir; es devenir: llegar a ser, ser más; no simplemente admitir ciega y pasivamente lo dictado: "No alrededor de los inventores de nuevos ruidos (discursos), sino alrededor de los inventores de nuevos valores gira el mundo; y gira inaudible."
Nietzsche no negaba La Creencia, negaba aquella creencia que, en su cobardía o ambición, o ambas, niega la necesidad del caos, entendido como océano infinito de posibilidades.
De allí que me rehuse a comulgar con la arrogancia de la visión y discurso dictados desde un rincón de Palacio. Visión y discurso absurdamente congelados y únicos frente a un México en crisis cambiantes y exponencialmente crecientes.
Como Nietzsche: "Ya no creo en nada".
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