PARRESHÍA

Federalismo abyecto

Federalismo abyecto

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Solidaridad y asistencialismo

Nuestro Federalismo pasó de ser semifuncional a centrodependiente; -de fraterno a parasitario-; de coordinado a enfrentado.

Siempre fue un —federalismo dispar, no solo entre pares —entidades—, sino cuantimás entre éstos y la federación.

México es un crisol de contradicciones, pero también de miserias y dependencias. Algunas entidades han logrado desarrollar economías, educación, infraestructura, capacidades institucionales e industria; otras, sindicatos, autodefensas, grupos porriles y centrales campesinas.

Unos generan recaudación; otros, impotencias.

Hay entidades en condiciones de recibir plantas industriales y alta tecnología por sus políticas públicas, mano de obra capacitada, seguridad jurídica e infraestructura acorde a un mundo globalizado.

Las hay, también, refractarias a la inversión, tecnologías, certezas jurídicas e, incluso, seguridad personal y física.

El amasijo primordial de nuestro federalismo es, pues, dispar, incomunicado y poco solidario.

Y esto último merece aclaración. Se pensaría que los no solidarios fuesen los Estados prósperos para con los depauperados. Pero bien pudiera ser al revés, nadie podrá negar las diferencias abismales que prevalecen entre lo que cada entidad aporta y recibe de una federación que, a su vez, se alimenta del PIB diferenciado de todos. Ahí están los números. Así que la ausencia de solidaridad bien podría ser de los beneficiados para con los que beneficiarios. Es muy fácil recibir asistencialmente sin esforzarse por salir de la barranca y generar riqueza propia, jalando con ello a todos a la miseria.

Hay estados —como en las familias— haraganes que terminan por quemarse la riqueza familiar.

Por otro lado, está un poder federal que prefiere alinear con los paniaguados por la dependencia política y financiera que sobre ellos ejerce, en lugar de ayudarles y exigirles a salir de su postración.

Lo peor que le puede suceder a México es que unos estados sobredependientes y una federación sobreclientelar nos hundan en la oscuridad de la impotencia institucionalizada.

Las instancias institucionales hasta ayer propicias para procesar las diferencias de la Nación, se congelaron hace tiempo en formalismos y protocolos acartonados y de fotografía: La deliberación necesaria se torno en ceremonia de ocasión y efeméride.

La República, así, extravió sus espacios de encuentro y acuerdo. La Alianza Federalista no surgió de afanes rupturistas, sino de necesidades ingentes e ignoradas, de la sordera hecha gobierno y del desdén hecho federación.

Federalismo y monologo son términos antitéticos.

Entre el federalismo y el desencuentro rijoso, el segundo tiene todo por ganar, porque no exige más esfuerzo ni imaginación que la negación y la cerrazón.

Pacto federal e imposición central en permanente tensión, no solo se niegan entre sí, hacen también imposible la Re-pública y la democracia. Por ende, la justicia.

El federalismo fiscal, de ser solución, se entronizó en problema de vida o muerte para el mismo pacto federal. Sirve exclusivamente para controlar y doblegar, pero no es ya instrumento ni de convivencia, justicia y desarrollo.

Su contrariedad no es un problema de legalidad, de cumplir la norma como exclusión de responsabilidades políticas, sino de elemental justicia y solidaridad sin distingos. La asignatura sigue pendiente y cada vez es más urgente y explosiva.

El poder puede dominar, pero si asfixia se suicida.

La Alianza Federalista mostró ausencias y oportunidades. Ausencias de equidad, diálogo, entendimiento y voluntad. Oportunidades de concierto y solución. Aireó el espacio, aluzó el camino y acentuó el problema.

La Alianza Federalista forjó una agenda inaplazable. Tal es su legado, una agenda por un federalismo funcional, justo y duradero, frente a un federalismo abyecto o arrodillado.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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