PARRESHÍA

Educación tribal

Educación tribal

Foto Copyright: LFM Opinión

Hoy, nuestro problema es que la acción comunicacional está vacía del otro, carece de alteridad; sin ella el discurso se halla en vías de desaparición.

Vivimos una atomización y narcisificación de la humanidad; aislados, sordos a la voz del otro, con ojos sólo para nuestro ombligo. Pero no es una sordera física; tampoco es el ruido de las redes lo que impide nuestra audición, sino una incapacidad de empatía en tanto rehenes del culto del yo, que llena nuestro tiempo y esfuerzos en la producción y representación de nosotros mismos en el mundo virtual de las redes y que nos impide escuchar al otro.

Para Arendt, lo hace al discurso es la escucha; escucha en ambos sentidos de la relación, tanto de quien me escucha, cuanto de lo que yo escucho del otro e impacta y modela mi propio discurso. Para ella, el pensamiento político es “genuinamente discursivo” y “representativo”, en tanto que “el pensamiento de los demás está siempre presente” en él. Al efecto, dice Han que “la representación como presencia del otro en la formación de la propia opinión es constitutiva de la democracia como práctica discursiva. Y, nuevamente, Arendt: “Me formo una opinión tras considerar determinado tema desde diversos puntos de vista, recordando los criterios de los que están ausentes; es decir, los represento” en mi discurso. En otras palabras, discurso en nosotros.

Hoy, nuestro problema es que la acción comunicacional está vacía del otro, carece de alteridad; sin ella el discurso se halla en vías de desaparición. Vivimos, dice Han, en “infoburbujas autistas” y, señala, que “el discurso requiere separar la opinión propia de la identidad propia”, porque, “los individuos que no poseen esta capacidad discursiva se aferran desesperadamente a sus opiniones, porque, de lo contrario, su identidad se ve amenazada”. Así, las mañaneras más que una acción comunicativa son un rito identitario, en el que no se trata ni de discursar, ni de pensar y menos aún, de escuchar; ya que para ellas no hay una esfera pública democrática propia del discurso y de la escucha; tampoco Re-Pública y nosotros donde se identifiquen y aborden los problemas comunes.

La hiperinformación y la tribalización de las redes abonan el terreno de un mundo no discursivo, donde, además, la necesidad de inventarse y modelarse uno mismo nos lleva al mundo de la identidad como conflicto siempre en riesgo y bajo asedio. En esta visión paranoica del mundo, “la información no es recurso para el conocimiento, sino un recurso para la identidad”. Lo mismo puede decirse de la educación 4T, si nos atenemos a los twitts -que no discurso- del poder tras el trono de la educación en México hoy: Marx Arriaga.

No hay en la imagen pública con la que el personaje se vende ningún argumento pedagógico, el mínimo razonamiento científico y ni siquiera un barrunto de discurso que busque acreditar el valor intrínseco del proyecto educativo que dice impulsar y menos de los programas e instrumentos que afirma haber construido. En su temática priman las condiciones laborales del magisterio por sobre las necesidades educativas; su paradigma magisterial está poblado de Lucios Cabañas, no de Vasconcelos, su acento siempre es épico y agónico, no pedagógico. No quiere ello decir que el señor Arriaga no enseñe algo, sí que enseña y mucho, más no en el sentido de instruir, sino de mostrar, de dejar ver, así sea involuntariamente. Alega, por otra parte, una gran consulta magisterial de la que no se tienen testigos ni noticias. Pero eso es lo de menos; se esperaría del padre de los nuevos programas educativos un discurso que razonara y fundara las bondades de su innovación. No lo hay. Arriaga no discursa su pensamiento ni propuesta, proclama sus urgencias identitarias y políticas.

Los posteos del señor Arriaga en redes son propios de la epopeya y poesía heroica, repito, éll se siente Aquiles, no Homero. Sus publicaciones en redes no son argumentativas, pontifican lo que pretende ser su heroísmo magisterial, propio de un mártir que, como San Pablo, quedó cegado por la luz de la verdad revelada para ver más allá de los simples mortales. Lo suyo no es ya de este mundo, su apostolado, por tanto, no requiere explicación ni defensa; sus obras menos. Quien no acepta su evangelio es un enemigo y apostata.

Hay en su afán justiciero y llamados al “nunca más”, más teoría de conspiración que pedagogía y cultura general; ya no hablemos de conocimiento especializado en alguna rama del saber. Las teorías de conspiración son más que apropiadas para el “delirio tribalista en la red”, porque “hacen posible las delimitaciones y exclusiones que son constitutivas del tribalismo y su política identitaria”, toda vez que “las tribus digitales se encierran en sí mismas seleccionando la información y utilizándola para su política de identidad”, (Han) conducta ésta que comparten con las mañaneras.

Lo que vemos en la 4T es propio del tribalismo identitario, donde se rechaza todo discurso y diálogo, porque para las tribus no hay entendimiento posible, ya que toda creencia contraria “a su relato creador de identidad” lo pone en riesgo. Sus “credos” no pueden ser discursados ni discutidos porque son “sagrados” e irrenunciables, son verdad revelada. Sus enunciados, como los tweets de Arriaga, no hacen referencia a los hechos, prescinden de toda racionalidad porque reafirman sus sentimientos de preferencia e identidad, de allí que fuera de la tribu todo sea peligro.

No es, pues, la educación de los niños la materia del señor Arriaga, como tampoco lo son la atingencia de su pedagogía y productos; lo es la guerra identitaria, el rencor y el resentimiento que obnubila su entender y capacidad comunicativa.

La ausencia de discurso en él, no sólo acusa la de su capacidad de entender, sino también de aprender, toda vez que “los enunciados racionales, por ser criticables, son también susceptibles de mejora: podemos corregir los intentos fallidos si logramos identificar los errores que cometemos. El concepto de razonamiento se entrelaza con el de aprendizaje. La argumentación también desempeña un papel importante en los procesos de aprendizaje. Así llamamos ‘racional’ a una persona que expresa opiniones razonadas y actúa eficazmente en el ámbito cognocitivo-instrumental; por sí sola, esta racionalidad será accidental si no va acompañada de la capacidad de aprender de los fallos, de la refutación de hipótesis y del fracaso en las intervenciones” (Habermas).

Pero la racionalidad digital del señor Arriaga niega la posibilidad de toda enunciación racional que se abra a la discusión, al otro, a la mejora y, paradójicamente, al aprendizaje. Mejor acusar a las editoriales de colonizadoras y saqueadoras del erario público y del bolsillo ciudadano, antes que abrir sus programas y libros de texto al discurso y la deliberación profesional y científica. Mejor descalificar de Conservadores y clasistas a sus detractores que abrirse a una discusión de adultos. Mejor citar a Lucio Cabañas a cualquier provocación, que razonar las bondades de sus obras, de haberlas. Aquí nuevamente el Señor Arriaga nos enseña cómo es imposible instruir para quien le es imposible aprender.

No es discurso lo que el señor Marx Arriaga endereza en defensa de su modelo educativo, son proclamas, “infoburbujas autistas” en esa guerra tribalista e identitaria llamada 4T.

De allí que no sea contestándole como haya de proceder en defensa de la educación y sensatez en México, sino yendo a los contenidos mismos de sus mamotretos ideologizados como habrá que hacerle frente.

La racionalidad discursiva es una racionalidad comunicativa, ambas son esenciales en el proceso educativo. Negar ambas racionalidades en el proceso de diseño e implantación de nuevos programas e instrumentos educativos es negar en sí misma la pedagogía.

Hay que sacar la discusión de la trampa antidiscursiva del Twitter y llevar la deliberación pública al Ágora, a la pluralidad democrática que niega el tribalismo identitario de Don Marx Arriaga y que debe ser en el sustento de todo diseño educativo que se intente.

La urgencia no admite distractores.

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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