PARRESHÍA

Fin de la democracia

Fin de la democracia

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La política será sustituida por la gestión de sistemas basada en datos. Ya no se elegirán gobernantes: una plataforma digital los determinará de entre otros datos.

Para los dataístas, ya no es necesaria acción comunicativa alguna ni discurso, todo ello es sustituido por el dato: “Los dataístas incluso afirmarían que la inteligencia artificial escucha mejor que los humanos”, nos dice Byung—Chul Han (BCH). Contrario a lo que muestra Habermas, que la racionalidad comunicativa es a un tiempo “capacidad de razonar y disposición de aprender”, toda vez que en ella “el concepto de razonamiento se entrelaza con el de aprendizaje”, encontramos que en el dataísmo la inteligencia racional no discurre, no razona y no aprende, sólo computa. “Los algoritmos substituyen a los argumentos. Los argumentos pueden mejorarse en el proceso discursivo. Los algoritmos, en cambio, se optimizan continuamente en el proceso maquinal” (BCH). Frente a la acción comunicativa alegan a su favor la velocidad y la eficiencia para procesar la información, donde la proliferación informática desborda y anula el marco discursivo humano, primando sobre el entendimiento la multiplicación de datos que, procesados, hagan innecesarios pensamiento y política. Pero, advierte Han a este respecto, que la fugacidad no desarrolla energías políticas.

Por tanto, para quienes practican el dataísmo, la racionalidad comunicativa, que parte de la libertad, autonomía e imprevisibilidad del hombre, opera en contra del conductismo digital, que busca calcular y predecir para inducir e incluso controlar con precisión al individuo aislado en colectivo. Para Skinner, él mismo un conductista, “el hombre autónomo es un truco utilizado para explicar lo que no podíamos explicarnos de ninguna otra forma”; descartemos las inferencias, dice cual Rousseau, “para fijarnos en los datos observados, nos olvidaremos de lo milagroso para preocuparnos de lo natural, nos despreocuparemos de lo inaccesible para preocuparnos de lo que sea posible manejar”.

Para los dataístas “es hora de que abandonemos la ficción del individuo como unidad básica de la racionalidad y reconozcamos que nuestra racionalidad está determinada en gran medida por la estructura social que nos rodea” (Pentland), por las leyes de la física social, de ser eso racionalidad alguna. Para los conductistas no somos diferentes a las hormigas, “es decir, podemos observar a los humanos igual que observamos a los monos o a las abejas, y podemos derivar reglas referidas al comportamiento, las respuestas y el aprendizaje” (BCH). Para los dataístas, la sociedad no es más que otro organismo y en él “no hay discurso entre los órganos. Lo único que cuenta es un intercambio más de información, entre unidades funcionales que garantizan el mayor beneficio. La política y la gobernanza son sustituidos por la planificación, el control y el condicionamiento […] Los análisis de datos mediante inteligencia artificial sustituyen a la esfera pública discursiva, lo que significa el fin de la democracia” (BCH).

Contra ello se levanta Shoshana Zuboff, quien da la voz de alerta: “Si queremos renovar la democracia en las próximas décadas, necesitamos un sentimiento de indignación, una sensación de pérdida de lo que nos están quitando […]. Lo que aquí está en juego es la expectativa que cada ser humano abriga de ser dueño de su propia vida y autor de su propia experiencia. Lo que está en juego es la experiencia interior con la cual conformamos nuestra voluntad de querer y los espacios públicos en los que actuar de acuerdo con esa voluntad”. Y no anda nada errada: los “dataístas imaginan una sociedad que puede prescindir por completo de la política“, así la democracia pasaría a una infocracia digital, “los políticos serán entonces sustituidos por expertos e informáticos que administrarán la sociedad más allá de los principios ideológicos e independientemente de los intereses del poder. La política será sustituida por la gestión de sistemas basada en datos. Las decisiones socialmente relevantes se tomarán utilizando el Big Data y la inteligencia artificial” (BCH). Ya no se elegirán gobernantes: una plataforma digital los determinará de entre otros datos. Esto, por más aberrante que parezca, es el paradigma de muchos travestidos en “políticos” y consultores electorales hoy en México.

En el mismo tenor se expresa Arendt cuando sostiene que “lo santo de la espontaneidad humana” reside en su capacidad de comenzar siempre algo nuevo, “la erradicación total del hombre en cuanto hombre es la liquidación de su espontaneidad”, sueño de todo tipo de tirano. La democracia tiene muchas deficiencias, más aún la partidocracia que hemos construido en su lugar, pero a pesar de ellas siempre será mejor y, además, nuestra en tanto de ciudadanos, no así la datocracia que algunos sueñan con imponer en su lugar.


Extracto de La caverna digital. Muerte del pensamiento, disponible en línea e impreso en amazon.com


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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