PARRESHÍA

Un contracanto

Un contracanto

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La fatalidad excluye los juicios de valor. Los reemplaza por un ‘así es’ que lo excusa todo”.

Voy a abordar el tema teóricamente para demostrar sus contradicciones y consecuencias; que cada quien saque sus conclusiones.

Dice Camus que “rebelarse contra la naturaleza equivale a rebelarse contra uno mismo. Es golpearse la cabeza contra las paredes. La única rebelión coherente es entonces el suicidio”. Rebelarse contra lo que uno es, dice, “es el colmo de la desmesura”, por eso, alega, los griegos en sus tragedias dejaban siempre “correr un contracanto detrás de sus melodías desesperadas”, como “la palabra eterna de Edipo, quien, ciego y miserable, reconocerá que todo está bien. El sí que equilibra el no”.

Por eso decía (Camus), “los griegos no envenenan nada. En sus audacias más extremadas permanecen fieles a la mesura que habían deificado. Su rebelde no se alza contra la creación entera, sino contra Zeus, que no es nunca sino uno de los dioses y cuyos días están medidos”. Por rebelde se refiere a Prometeo, portador del fuego, —él mismo un semidios—, de quien dice se trata de un arreglo de cuentas particular, “de una disputa sobre el bien, y no de una lucha universal entre el bien y el mal”.

Luego nos habla de la negación absoluta y advierte, “La inteligencia encadenada pierde en lucidez lo que gana en furor”, de suerte que “la lógica de las pasiones invierte el orden tradicional del razonamiento y coloca la conclusión antes de las premisas” y así se llega al “momento en que se acepta el asesinato, (y) aunque sea por una sola vez hay que admitirlo universalmente”, porque “la licencia para destruir supone que uno mismo puede ser destruido”. Y concluye, “Cuando el crimen del amor no guarda ya proporciones con nuestra intensidad, podríamos, quizá, atacar al sol, privar de él al universo y servirnos de él para abrasar al mundo, pero eso sería criminal…”

Termina alertándonos sobre el héroe fatal, porque, advierte, “la fatalidad confunde el bien con el mal sin que el hombre pueda defenderse. La fatalidad excluye los juicios de valor. Los reemplaza por un ‘así es’ que lo excusa todo”.

Ser un partido y decir que con otro ni a la esquina es, por lo menos, una desmesura. Es ir contra tu propia naturaleza; un suicidio. Se puede descalificar a una dirigencia, a algunos de entre sus filas, a parte de sus programas, hechos o proclamas señalados, pero no a toda una naturaleza partidista que se comparte. El rechazo absoluto, sin matices ni taxativas, reclama para sí lo mismo.

Un partido es un conjunto de ciudadanos en ejercicio de derechos políticos; descalificar y negar a todos momentos antes de salir a competir por el voto ciudadano es una contradicción en sus términos. Un suicidio. Además, los partidos tienen por objetivo “promover la participación del pueblo en la vida democrática, contribuir a la integración de los órganos de representación política y hacer posible su acceso al ejercicio del poder público”, es decir, no solo pelean por el poder, deben hacer, además, posible su ejercicio. En otras palabras, si mañana López Obrador manda otro Plan X contra México al Congreso, ¿pasará por una fatalidad autoimpuesta en el ejercicio de poderes constituidos y bajo protestas de guardar y hacer guardar la Constitución?

La política existe porque sólo hay hombres en plural, no un hombre en singular y aislado. La política surge para intermediar a los hombres en sus diferencias y contradicciones; no se puede ser político y negar al otro. En otras palabras, no se puede ser parte (partido) y negar al todo que explica y justifica la propia existencia. Además, expedir certificados de alteridad en política es propio de regímenes totalitarios, no de democracias.

El rechazo absoluto de otro partido implicaría no ir, siquiera, en una misma contienda electoral, castrando así la razón primordial y primigenia de ser partido. Bueno, involucraría, incluso, negarse a compartir la misma mesa en el INE y en cualquier otro órgano electoral o colectivo, propio o ajeno, en que se coincidiese con uno de los innúmeros rechazados. Algo así como el América negándose a jugar en cuanta liga participe el Guadalajara. ¡Y luego qué vendo!

El propio Príamo, rey de Troya, acudió hasta el campamento de los Aqueos “y estrechó las rodillas de Aquiles y le beso la mano (…) he osado, le dijo, hacer lo que ningún terrestre mortal hasta ahora: acercar a mi boca la mano del asesino de mi hijo”. Aquiles lloró junto con él y tras calmar el llanto lo invitó a sentarse con honores: “Los dolores, no obstante, dejémoslos reposar en el ánimo, a pesar de nuestra aflicción. Nada se consigue con el gélido llanto, que hiela el corazón. Pues lo que los dioses han hilado para los míseros mortales es vivir entre congojas, mientras ellos están exentos de cuitas”. Tras de ello, Aquiles, de quien la diosa canta su ira maldita, suspendió doce días la guerra para que Príamo y Troya tributaran honores a Héctor, domador de caballos.

Y es que la política es generosa porque responde a la libertad y a la oportunidad siempre presente de empezar, tras todo mal posible, un nuevo comienzo. Hacer política negando la política es una decisión sin destino. Es momificarse en el pasado (egiptizarse, diría Nietzsche). Ninguna estrategia “política” lo es, si es en contra de la política misma (libertad) y la hace impotente al futuro.

Confundir la estrategia mediática con la estrategia política empieza por suprimir el sentido común y termina en un sinsentido.

Concluyo con Camus: “La inteligencia encadenada pierde en lucidez lo que gana en furor”.

La política, en esencia, no admite cadenas.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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