PARRESHÍA

Campaña para ser verdaderamente precandidato

Campaña para ser verdaderamente precandidato
Me temo que la situación de Meade en el PRI sea tener sólo el control del interruptor de luz de su oficina.

Como todo lo que tocan los partidos, las precampañas han quedado reducidas al descrédito.

Mal fario del proceso electoral, iniciar con la simulación política, la pobreza ideológica y las banalidades desbocadas.

No obstante, si miramos con atención, en el PRI podremos observar una verdadera precampaña.

En el Frente no terminan de cuajar los acuerdos cupulares, pero nadie duda que Anaya ya se alzó con la candidatura. AMLO es el dueño del partido, de todas sus candidaturas y de las encuestas para llegar a ellas.

Y en el caso de Meade, no compró la especie de su substitución, pero sí reitero mi hipótesis de la alternancia pactada.

Es en ese tenor que veo en la precampaña del PRI una lucha denodada de Meade por asumirse plenamente como precandidato; no ante un adversario que le compita en aspiración, cuanto de cara a factores reales de poder priísta que hasta hoy le han impedido tomar control de su precandidatura y circunstancia.

Es en ese tenor que veo en la precampaña del PRI una lucha denodada de Meade por asumirse plenamente como precandidato; no ante un adversario que le compita en aspiración, cuanto de cara a factores reales de poder priísta que hasta hoy le han impedido tomar control de su precandidatura y circunstancia.

Hace algún tiempo un amigo fue nombrado director de un penal emproblemado y me decía que de lo único que tenía control en el penal era del interruptor de luz de su oficina.

Me temo que tal sea la situación de Meade en el PRI.

No desconozco sus debilidades personales como candidato, su inexperiencia en estas lides y lo difícil que le ha resultado llegar a aprender a ser, en lugar de serlo a plenitud.

Pero es ostensible que Meade no tiene control de la estrategia, agenda, narrativa, imagen, vocerías, logística, alianzas y aliados de su precampaña, y, menos aún, del procesamiento y decisión de las demás candidaturas en juego.

No se le ve, pues, como el hombre en su ascenso al poder priísta, sino como rehén de dicho poder

No voy a hablar de La Nada Ochoa ni de Nuño, a quien aprecio también en similares circunstancias.

La situación de Meade es aún más lamentable que la de Labastida en el 2000, habida cuenta que Meade y su prestigio personal parecen más bien secuestrados por las fuerzas que en realidad se disputan el control del PRI y del futuro ante una evidente derrota.

Ya en otra ocasión conté como en el año 2000, Jesús Murillo, a la sazón Subsecretario de Gobernación, sostuvo en la mesa del Presidente del PRI que lo que se requería era un candidato tipo Reagan a quien se pudiera pilotear desde atrás. No se dio en aquel 2000, donde privó una transición pactada que oficializó la existencia del PRIAN, pero sí 12 años después, con otra alternancia pactada y la candidatura de Josefina Vázquez Mota mermada desde el calderonismo y premiada luego por el peñismo con pingües recursos públicos.

En este 2018, veo en Meade una segunda versión de Labastida, mucho más acotada, sometida, lastimosa. Y la mano de Murillo se asoma con la presencia de Mariana Benítez, cuyos méritos para ser una de los tantos voceros (Meade tiene más voceros de seguidores) es haber dejado que Caro Quintero pusiera pies en polvorosa antes de recurrir su auto de libertad.

Es por eso que en esto de la simulación electorera, la precampaña presenta una verdadera y triste contienda del aspirante Meade por llegar a ser, al menos, dueño de su precandidatura.

Veamos las cosas en perspectiva. Desde el principio del sexenio se habló de un poder con tres cabezas: Peña Nieto en control de los negocios y espacios; Osorio de la política y la seguridad y Videgaray de la economía y la diplomacia. Como todo en la vida, las fronteras de este pacto fueron tan laxas como consistente su necesidad de subsistir.

Se nos dice que dicho pacto terminó alzándose con el triunfo Videgaray, pero qué y si no fuese así, qué si el pacto subsistiese ante la amenaza del triunfo de López Obrador. Por qué no pensar en una alternancia pactada y construida a favor de Anaya, a cambio de la seguridad de Peña y su claque; el control político del PRI y del Congreso en manos de Osorio, quien haría las veces de Manlio en el sexenio de Calderón. Manlio a quien lo bajaron de esa pretensión, hábilmente construida por meses sobre la base de un gobierno de coalición, por mano de Corral, ayudado en la captura de Alejandro Gutiérrez, pieza clave del beltronismo, por la propia Secretaría de Gobernación.

Finalmente Videgaray y su equipo continuarían en control de la economía y la cancillería, donde Meade y Mikel podrían hallar acomodo, si no es que antes obtienen un merecido respiro en algún organismo financiera mundial, antes de regresar a la vida activa en México.

Por lo pronto, lo que tenemos es un PRI que se obstina en castrar a su precandidato.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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