LETRAS

La libertad en la era virtual

La libertad en la era virtual
Creemos ser libres y nunca habíamos sido tan esclavos.

(Extracto de carta a un amigo)

Empiezo por aclarar que mi planteamiento nunca ha sido el falso dilema entre estar más informado o controlar más la información; tal dilema lo plantean los señores que controlan la información sin rendir cuentas a nadie.

Yo no lo planteo por falso, taimado y enmascarador del verdadero problema.

Hoy como nunca antes el hombre tiene a su alcance tantos instrumentos de comunicación y, sin embargo, nunca antes había vivido tan desinformado, aislado y desesperado. Ése, y no otro, es mi punto. No estamos informados, aunque creamos estarlo. Pero si no estamos informados, sí estamos manipulados por una pseudoinformación chatarra. Creemos ser libres, pero nuestra libertad se limita a ver el escándalo nuestro de cada día por televisión. Hasta allí llega nuestra cacareada libertad.

Miente quien sostenga que en el México de hoy existe algún tipo medianamente serio de información, periodismo o profesionalismo noticioso en los medios que controlan las audiencias nacionales. Por ello es que no puedo pedir control estatal de la información. Además, a la ausencia de información se suma la vacancia de Estado. En esa tesitura, ¿cuál información controlar y con qué Estado controlarla?

No, mi dilecto amigo, ojalá fuese ése nuestro problema. Muy por el contrario, lo que yo sostengo desesperada y desgañitadamente es que tenemos que despertar las conciencias a que vivimos en la peor de las esclavitudes: la esclavitud de las sensaciones. Somos esclavos de nuestro hedonismo y desaprensión. D. H. Lawrence sostenía que tenemos sentimientos mentales y sentimientos reales, y que una gran mayoría de personas viven una vida emocionalmente rica sin haber vivido mayormente sentimientos reales. Sus sentimientos y emociones son falsificados. No los sienten así, pero lo son. Sensaciones falsificadas, alienantes, virtuales. Las emociones propias de quien se masturba engañándose con que hace el amor o de quien va al cine y vive un tórrido romance con la heroína. Días ha, discutía con un americanista (para el caso pudo ser cualquier otro equipo, no se nos vayan ofender especímenes del tipo) la diferencia entre jugar un partido de fútbol y verlo por televisión. Para él no existía diferencia alguna, en su ser él anota los goles, sufre los faules y para los penaltis; en la realidad se emborracha y desgañita con la barriga al aire en el sillón de su sala.

Quien va al cine siente la furia, el dolor, el amor, la compasión, puede que hasta la muerte, pero jamás las vive. En el cine el espectador recibe indiscriminada y acríticamente los estímulos que productor y director le imponen. Nótese que hablo de imposición y no de comunicación, toda vez que la comunicación implica un intercambio que en el cine y la televisión no se dan. Podrás contestar que uno es libre para cambiar de canal o salirse de la sala de cine, aún así no hay comunicación. Existe sólo un emisor y muchos receptores, repito, pasivos y acríticos. El espectador indefenso, con sus capacidades de reflexión adormecidas y las hedonistas avivadas (por lo menos tratándose del cine norteamericano) cree vivir la realidad de la fantasía de la pantalla.

Y así como la comida chatarra no alimenta y sólo engaña al hambre y al bolsillo, las sensaciones chatarra, siendo mentales, no reales, son falsificaciones psicotrópicas que nos hacen creer que hacemos, somos, vivimos, sentimos, alcanzamos o perdemos algo que no tiene correspondencia en la realidad.

Lo mismo pasa con la información chatarra: no informa, falsifica la información; no comunica, manipula sensaciones negativas; no concientiza, masifica y seda; no despierta, hipnotiza; no humaniza, idiotiza; no libera, esclaviza. Con un agravante adicional: los medios no son transparentes, entre el emisor y el receptor no existe un espacio incoloro, inodoro, insaboro, desinteresado, altruista y ético. Entre uno y otro surcan los océanos del mensaje modernos piratas bajo la bandera de muerte del negocio, cuyo objetivo no es transmitir ideas y comunicaciones en forma transparente, gratuita, aséptica y con apego a la verdad. Su interés es hacer dinero, lo más rápido posible, al menor costo y con el menor esfuerzo, así les vaya su madre en ello.

Su negocio es capturar audiencias y por rescate vender lo más caro posible el tiempo aire con la menor inversión y trabajo posibles, con la convicción de jamás liberar al espectador capturado, quien sólo puede esperar cambiar de cautiverio y pirata. Lejos se halla de la realidad y de la verdad quien piense que Televisa y Azteca son unas hermanas de la caridad que sostienen contra viento y marea sus compromisos con la verdad, la justicia, la belleza y la bondad. Su único, su exclusivo compromiso es con el bolsillo de sus accionistas. ¿Estamos?

Pues bien, en ese tenor, el primer interesado en que el espectador no despierte, permanezca embrutecido, sedado, irreflexivo, acrítico y con las emociones a flor de piel; que no juzgue ni ejerza libertad alguna de elegir qué le gusta y le disgusta, qué quiere y qué rechaza, qué está bien y qué mal, qué es correcto y qué incorrecto, es el medio mismo.

El medio quiere espectadores-chusma (mediatizados) no sujetos pensantes y críticos. Quiere que el espectador se vaya a dormir con la sensación chatarra de haber metido gol, hecho justicia, desentrañado la verdad, encontrado la felicidad, alcanzado el cambio.

El espectador chusma llena su cabeza de información chatarra, siente que vivió realmente lo que el Big Brother le dijo que vivió, cree que el pasado fue como el Big Brother le dijo que fue, así niegue sus más personalísimas experiencias; está cierto que la realidad es como la pantallita la pinta, aunque sus sentidos le muestren día a día lo contrario.

Por igual, cree firmemente, en un profundo acto de fe, que se halla más informado que nunca, que es libre, que controla su vida y su destino. Afuera, en la realidad objetiva, las cosas son otras: control férreo de la información y manipulación impúdica de la misma por los propios medios, connivencia de intereses económicos, esclavitud vía emociones y la generación de necesidades insulsas, reducción del individuo a espectador pasivo y consumidor hedonista, sociedad sin hombres, libertad sin contenido, razón en desuso.

Hoy se dice, se hace justicia por los linchamientos mediáticos de los videoescándalos. ¿Se hace? ¿Qué ha pasado en la realidad, quién está sujeto a proceso y quién no? Un mes entero de rebumbo y nada más. Miento... y más audiencias cautivas y mayores tarifas de tiempo triple A. ¿Y el espectador qué? Nada, sólo una mayor sensación de vacío, de contrariedad, de futilidad, de aislamiento comunicacional. Mucho ruido, sí, pero sólo ruido. No hay dialéctica porque no hay idea que pueda contradecirse y resolverse en síntesis. Aislamiento comunicacional en medio del mayor ruido posible. Hombre cáscara (término también de Lawrence): sin capacidad de pensamiento, sin actividad constructiva; sólo preocupado y encerrado en sí mismo, en la masturbación de su hedonismo; incapacitado para dar y tomar, de comunicarse, de convivir en sociedad, de solidarizarse en organización y propósitos.

Entre el hombre-cáscara y el hombre-chusma hay una correspondencia y un hilo conductor: ambos son maleables. Inmensos en sensaciones mentales (virtuales) deficitarios en emociones reales, en vivencias propias; ambos viven en el vacío que crea el ruido de la comunicación y los secuestra de su ser y conciencia en el aislamiento, la depresión, el miedo, la sensación de insignificancia y futilidad, listos cual yermo en espera de la yesca para entregar su odio kukusklanesco contra el villano de la semana.

Antes el odio al enemigo se saldaba en el campo del honor o la guerra, hoy se sacia, como mi amigo americanista, en el sillón frente a la televisión. Es un odio improductivo, adormecedor, que no mueve a la participación y a la acción, sino al abstencionismo y apatía, tan falso como la información-manipulacón que lo despierta, manipula y agota en un momento. Si el flautista llevó a los niños al despeñadero, hoy captura la inteligencia, raciocinio y voluntad de grandes y chicos frente a la caja de televisión.

Pero no sólo el odio se vive hoy en día por televisión, también el amor encuentra en ella su sucedáneo y perdemos irremisiblemente al erotismo y al amor -y a nosotros con ellos- en el negocio que de ellos se hace restándole al hombre la mayor y más consistente de sus fuerzas, la de soñar y amar.

Nuestra adicción al escándalo televisivo substituye al ágora: ya no hay espacio donde los hombres libres se reúnan a discutir sus problemas y comprometer soluciones. El ágora ha sido substituida por los noticieros y los hombre libres por el conductor que presenta lo que al dueño del medio le interesa presentar y una chusma pasiva y embrutecida de espectadores que se tragan las heces que tengan a bien arrojarle cual puerco en porqueriza. Inmersos en sensaciones virtuales vivimos el vacío y el aislamiento, la depresión y la insignificancia como lo mejor que jamás nos pudo pasar.

Ya no hay ciudadanos participando, discutiendo sus problemas, proponiendo soluciones, juzgando libremente, sólo espectadores-chusma, entretenidos con la película que desde atrás controla el cácaro. Dime, ¿viste tú en el despliegue informativo de las guerras de Afganistán e Irán algo que no fueran luces de bengala en la noche y explicaciones del poderío bélico de EUA? ¿Viste los hogares derruidos, los niños despanzurrados, los pueblos migrando, los perros arrancando la carroña; viste a los huérfanos, a los lisiados, a las viudas, al hambre, las epidemias, el dolor, la sangre, el olor a muerte y carne calcinada? Yo no. ¿Crees realmente estar informado del 11S? ¿Leíste "La Terrible Impostura" de Thierry Meyssan?

En otro tenor, ¿crees estar realmente informado de la situación económica del País? ¿Sabes cuántos containers de contrabando cruzan a diario nuestras fronteras, puertos y carreteras e inundan nuestras ciudades; sabes a cuánto asciende ese negocito; y crees sinceramente que lo siga operando desde el gobierno del cambio el PRI; sabes el poder de esa delincuencia organizada y lo que significa para la seguridad nacional?

¿Qué crees que sea más importante informar las locuras del Peje o de Marta, o que se consumen en México 70 mil toneladas de carne de contrabando sin ningún control fitosanitario y posiblemente infectada con el mal de la vaca loca? Creemos ser libres y nunca habíamos sido tan esclavos. La cajita de imágenes controla nuestros estados anímicos y con ellos a nosotros, nos dice quien es popular y quien es villano, qué comer y cuándo, nos enardece con una pelotita, nos asusta con rumores, nos deprime con autoflagelaciones, nos dice cuándo estar contentos y por qué, y cuándo tristes y contra quién. ¿Libres? ¿Libres de libertad? ¿De elección racional? ¿Dueños de nuestro destino?

Bien sé que algunos, precisamente los medios, esparcen la versión de que lo que necesitamos es orden y control. Claro, con ello, terminarían por derruir cualquier vestigio de libertad y derechos del individuo para regresar a las épocas de los libres y los esclavos. Por supuesto que el control y el orden no lo piden sobre ellos y sus mafias aliadas, sino sobre el espectador-consumidor.

El dilema estriba en recuperar a la persona humana que en algún quiebre de la historia dejó de ser digna, invaluable, insustituible, con derechos, libertad y propicia a la felicidad. Lo que nos hace falta es más conciencia de nuestra situación y recuperar a la persona humana del espectador-consumidor-número.

#LFMOpinión

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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