LETRAS

La muerte de visita

La muerte de visita
Nos dejó ir…


Regresábamos de una audiencia en Cuernavaca, la lluvia había cesado. Como pocas veces México volvía a ser el lugar más transparente; abajo el valle se extendía en reflejos mil; rayones de sol perforaban las nubes en rajadas transversales de luminosidad. Disertábamos a profundidad sobre excelencia de los programas radiofónicos mexicanos, teniendo por ejemplar epónimo al "Panda", personaje de la ¡Qué Buena!, cuando el coche decidió tomar control de nuestras vidas.

La curva, entre las que bajan a Topilejo, se cerraba peraltada a la derecha, circulábamos por el carril de baja cuando las llantas traseras decidieron aparejarse a las delanteras. Ahora sí que "coleando" nos vimos avanzar perpendicularmente por la carretera, la delantera derecha pisó el acotamiento y el carro, como espoleado, se lanzó contra el muro de contención.

Frente a nosotros los nevados Volcanes, entre ellos y nosotros el precipicio, el iluminado valle, nuestras vidas. El extremo derecho de la defensa dio contra el muro de contención. Éste, cual luchador de judo, en lugar de recibirnos en calidad de calcomanía o volcarnos al precipicio, esquivó el golpe, la defensa corríase de izquierda a derecha dejando el verde-gris de su pintura sobre el cemento como prueba de nuestro girar.

Cuando "El Panda" ocupaba nuestra sesuda disquisición viajábamos rumbo a México cuesta abajo; cuando las llantas traseras se desmandaron lo hicimos perpendicularmente a la carretera, aún hacia México, aunque con vista panorámica a los volcanes; tras el graffiti de nuestra defensa en propiedad federal mirábamos pendiente arriba y en contrasentido del flujo de la carretera.

Pero así como la pesadilla de "El Panda", la sinergia del coche, velocidad, muro, rotación y sin duda La Paca, que por ahí rondaba, aceleraron nuestro giro ahora contra el muro central, al que pegamos con el trasero (del auto). El giro siguió hasta que el muro lo detuvo. Ya sin girar, martelinamos el costado derecho del vehículo contra el muro central a lo largo de buenos metros hasta que quedó despintado y rechinando de limpio, cual olla michoacana en exhibidor.

Finalmente el coche detuvo su retroceso. Cuesta arriba, francos quedaban los dos carriles para recibir sobre nuestras cascareadas humanidades el tráfico de Cuerna la vaca. Vino un silencio milenario. La voz de Roberto lo rompió, ¿están bien? y como pudo abrió la puerta, saltó al asfalto y corrió a parar el tráfico. Carlos y yo permanecimos un instante más en silencio. ¿Estás bien? ¿Arrancará esta chingadera? Arrancó.

Antes que circulase sobre nosotros algún Tortín de 36 ruedas logramos alcanzar, aún en sentido contrario, el acotamiento. Aparcando el auto al flujo, hasta entonces providencialmente interrumpido, se recuperó con intenso tráfico, altas velocidades y respetable tonelaje. Lo demás es agua bajo el puente.

La muerte nos dejó ir. No creo que se haya apiadado de tres abogados -sería inexplicable-, pero sí de los pequeños de Carlos y Roberto, que si he ido sólo les estaría "emeiliando" desde el otro lado del umbral.

En alguna ocasión, preparando un discurso para alguien más (qué le vamos a hacer, de algo tiene uno que ¿vivir?), tuve que abordar el asunto de la muerte y recuerdo que invoqué al buen Lorca. Él, siempre fiel y lúcido me dijo: Luis, no te hagas bolas, "en el mundo no hay más que vida y muerte y existen millones de hombres que hablan, viven, miran, comen, pero están muertos. Más muertos que las piedras y más muertos que los verdaderos muertos que duermen su sueño bajo la tierra, porque tienen el alma muerta. Muerta como un molino que no muele, muerta porque no tiene amor, ni germen de idea, ni una fe, ni un ansia de liberación, imprescindibles en todos los hombres para poderse llamar así". (García Lorca, Federico; Alocución al pueblo de Fuente Vaqueros; Sept. 1931).

Ayer, en la soledad bienhechora de mi noche agradecí a la muerte su visita.

Hoy sé que debo resucitar de esta muerte en vida.

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

Sigueme en: